El Presidente habría salido en cadena nacional enviando un mensaje al pueblo de México. Lleno de consternación y coraje, hubiese expresado sus condolencias a las víctimas, declarado luto nacional por la masacre de las catorce personas y enviado una advertencia contundente a los culpables de la barbarie: caería sobre ellos todo el peso de la ley. Luego, se habría trasladado de inmediato al sur de Veracruz para reunirse con los deudos y manifestarles su apoyo. Sin embargo, apenas es Minatitlán.

Arde Notre Dame; Marcelo Ebrard lamenta los hechos y ofrece ayuda del gobierno mexicano para la reconstrucción. Años atrás, cuando comenzaba el sexenio de Enrique Peña, ante el índice de homicidios durante el primer trimestre de 2013, López Obrador exigió al expresidente dejar la pantomima y atender las calamidades del país; un año después, tras la desaparición de jóvenes en Iguala, señaló que seguiría pidiendo su renuncia. ¿Quién negaría que Ayotzinapa fue una de sus banderas electorales? Pero ahora el poder lo detentan él y su partido. Además, no es una catedral parisina que haya inspirado la pluma de Víctor Hugo. Apenas son catorce muertos, apenas es Minatitlán.

Los simpatizantes de Morena reconocerían una advertencia oportuna en el cuestionamiento de Jorge Ramos, no el protagonismo malintencionado de un showman. Pedirían cuentas al Presidente con el mismo ánimo implacable con que, tanto ellos como él, juzgaron a Peña Nieto y a Calderón desde el primero hasta el último de sus días como presidentes. Lamentarían la apatía presidencial disfrazada de reflexión teológica, que, en la hora más aciaga, sólo atinó a lanzarse contra los conservadores, mientras guardaba silencio frente a la tragedia sureña. Pero apenas es Minatitlán.

Sin embargo, ¿qué podíamos esperar de los extraños? Las calles escombradas de las Buena Vista Norte y Sur, las inundaciones periódicas de amplios sectores del Centro y del Playón, la extorsión que se arraigó como un impuesto más para los negocios, destacan entre un cúmulo de antiguos males que se han normalizado antes de recibir una solución, con lo cual, a la ineptitud gubernamental se ha sumado la complicidad del silencio. Y aunque las calles se desbordan con la multitud que asiste a los desfiles del carnaval, la avenida Justo Sierra lució vacía durante la marcha en favor de la paz a la que se convocó el martes pasado. El mensaje para el país fue desalentador: en un municipio con más de ciento cincuenta mil habitantes, sólo cien manifestaron su indignación por los asesinatos, tal vez porque apenas es Minatitlán.

Es comprensible la indolencia de López Obrador ante la tragedia minatitleca; de cara a la elección de Puebla, reconocer la incompetencia de tres gobiernos morenistas sería autosabotearse. Es comprensible que el Presidente y sus incondicionales lancen sus furias desde las redes en contra de la crítica y que una Senadora morenista tenga la frivolidad de afirmar que “se ha magnificado el drama”. Es comprensible que el Presidente le guiña el ojo al gobernador veracruzano en su cruzada contra la Fiscalía autónoma, pues, ¿acaso no marca él mismo la pauta al manipula la Constitución, ya sea a través de memorándums, ya sea mediante reformas que navegan sin resistencia en un Congreso obsecuente, para sortear aquello que limita sus facultades?

Pero los veracruzanos y, más concretamente, los minatitlecos, deberíamos cuestionarnos con seriedad si también ahora, en medio de esta desgracia que nos ha exhibido vulnerables, permitiremos que la política lucre con la tragedia. Cuitláhuac García tiene derecho de presentar demandas contra Jorge Winckler si éste ha incurrido en actos delictivos, de lo que no tiene derecho es de aprovechar la consternación de una sociedad agraviada para impulsar su campaña en contra del Fiscal; tiene derecho de exigirle al Fiscal que agilice las investigaciones, de lo que no tiene derecho es de eludir la responsabilidad del Secretario de Seguridad Pública designado por él, quien no ha podido garantizar la paz en los municipios del estado.

Con el tiempo, millones de mexicanos olvidarán la imagen desgarradora del cuerpo ensangrentado de Santiago, el bebé de un año, pero sería triste que los minatitlecos la olvidásemos. El cálculo oportunista del político intentará obtener ventajas incluso de la consternación, pero lo absurdo sería que lo convalidáramos. En seis años, tal como pasaron Javier Duarte y Enrique Peña, Andrés Manuel y Cuitláhuac no estarán, pero nuestros padres y hermanos, nuestros amigos y vecinos, seguirán ahí, en esa tierra húmeda y sofocante, donde entre chanchamitos y cochinita pibil, paseos nocturnos en el parquecito Independencia y domingos en las canchas de la Unidad Deportiva o de Ligas Pequeñas, se forjaron nuestros sueños de la infancia, pero a la que jamás imaginamos ver postrada por la más cínica brutalidad.

Es cierto, la función del Presidente no consiste en dispensar amor ni solidaridad. Lo que sí podemos exigirle es que cumpla con garantizar la vida y la propiedad de los ciudadanos, tareas para las cuales fue electo; lo que sí podemos exigirle es que no pretenda subvertir el marco constitucional de Veracruz al alentar las fantasías autoritarias del Gobernador. No necesitamos, no queremos una Fiscalía al servicio de ningún proyecto político del pasado, pero tampoco una que investigue de forma selectiva y que convalide los “otros datos” presentados por el Ejecutivo. Lo que sí podemos exigir es que el Fiscal y el Gobernador actúen con madurez y aprendan a convivir en un orden democrático de contrapesos. En caso contrario, no son aptos para el cargo y ambos deberían renunciar.

La tragedia veracruzana es muy grande como para tolerar que el Presidente y el Gobernador sigan en campaña y que, ante la urgencia de respuestas, contesten con justificaciones torpes y adulaciones mutuas. Si los minatitlecos no enviamos este mensaje claro al Presidente en su visita de este viernes a la ciudad, acabaremos convalidando su deslinde de responsabilidades y engrosando la comparsa de quienes le profesan una fe tan ciega como inmerecida.

El acto de cuestionar al nuevo gobierno tiene su sentencia firmada: implica tutearse con Torquemada, exponerse a la diatriba y trocar en sepulcro blanqueado. Pero es preferible el escarnio de los fanáticos que acudir al entierro de nuestros muertos, aunque para el oficialismo no valgan mucho, aunque apenas sean de Minatitlán.

OFFSIDE:

La muerte de Alan García azuzó las pasiones y sacó a flote los impulsos más violentos en un sector de los peruanos. Si la integridad de periodistas, jueces y fiscales ya estaba amenazada por las reacciones iracundas de los perfiles políticos implicados en el caso “Lava Jato”, a raíz del suicidio del expresidente muchas voces apuntaron a los impulsores de la investigación, a quienes señalan como responsables de la tragedia. Generan particular preocupación las amenazas cobardes en contra el periodista Gustavo Gorriti, Director de IDL-Reporteros. Toda mi solidaridad para él y para su equipo de trabajo.

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