Desde Miami hasta Puerto Rico, de Barbuda a La Habana, la devastación de los huracanes de esta temporada a lo largo de América Latina y el Caribe sirve como un recordatorio de que los impactos del cambio climático no tienen fronteras.

En recientes semanas, huracanes con categoría 5 han llevado de la vida normal a un estancamiento a millones de personas en el Caribe y América continental. Harvey, Irma y María han sido particularmente dañinos. Los 3.4 millones de habitantes de Puerto Rico han estado luchando por acceder a bienes básicos, incluyendo agua y alimentos. La Isla de Barbuda se ha vuelto inhabitable, y docenas de personas están reportadas como desaparecidas o muertas en Dominica, isla catalogada como patrimonio de la humanidad por la UNESCO.

El impacto negativo no está confinado a esta región. Las inundaciones récord en Bangladesh, India y Nepal han vuelto miserable la vida de cerca de 40 millones de personas. Más de 1,200 personas han muerto y un sinnúmero de personas han perdido sus hogares, las cosechas se han destruido y muchos lugares de trabajo se han inundado. Mientras tanto, en África, en los últimos 18 meses, 20 países han declarado sequías de emergencia con grandes desplazamientos humanos teniendo lugar en la región del cuerno de África.

Para aquellos países menos desarrollados, el impacto de los desastres puede ser severo, echando abajo medios de vida y el progreso alcanzado en salud y educación. Para los países en desarrollo y de ingreso medio, las pérdidas económicas sólo por infraestructura pueden ser masivas. Para ambos, estos eventos reiteran la necesidad de actuar en un clima cambiante que amenaza no sólo con desastres más frecuentes, sino más severos.

¿Una (impactante) señal de las cosas por venir?

Los efectos de un clima más cálido en estos recientes eventos climáticos, tanto su severidad como frecuencia, han sido reveladores para muchos. Incluso para la abrumadora mayoría que acepta que la ciencia está resuelta en que el calentamiento global es causado por el ser humano.

Mientras que la catástrofe silenciosa de 4.2 millones de personas que mueren prematuramente por enfermedades de origen ambiental, principalmente relacionados al uso de combustibles fósiles, recibe relativamente poca atención mediática, el efecto de los gases de efecto invernadero atrapados por el calor en eventos climáticos extremos comienza a tener un enfoque más fino.

No podría de ser de otra manera siendo que el impacto de estos eventos climáticos es tan profundo. En los últimos dos años, más de 40 millones de personas, principalmente de países que menos contribuyen al calentamiento climático, fueron forzadas, ya sea de forma permanente o temporal, a dejar sus hogares por los desastres.

El consenso es claro: el aumento de temperaturas está incrementando la cantidad de vapor de agua en la atmósfera, lo que provoca lluvias e inundaciones más intensas en algunos lugares y sequías en otros. Algunas zonas experimentan ambas, como fue el caso este año en California, donde inundaciones récord siguieron a intensos años de sequía.

TOPEX/Poseidon, el primer satélite para medir con precisión el aumento en el nivel del mar, fue lanzado dos semanas antes de que el huracán Andrew tocara tierra en la Florida, hace 25 años. Estas mediciones han presentado un aumento global desde entonces de 3.4 milímetros por año, dando un total de 85 milímetros en el lapso de 25 años.

El aumento y calentamiento de los océanos está contribuyendo a aumentar la intensidad de las tormentas tropicales en todo el mundo. Seguiremos viviendo con las anormales y a menudo imprevistas consecuencias de los gases de efecto invernadero en la atmósfera durante muchos, muchos años por venir.

En 2009, Swiss Re publicó un estudio de caso enfocado en los condados estadounidenses de Miami-Dade, Broward y Palm Beach, que preveía un escenario de incremento moderado del nivel del mar para el año 2030 que coincide con lo que ya ha sucedido hoy. Si una tormenta de la escala de Andrew hubiera golpeado a esta adinerada región de los Estados Unidos hoy, el daño económico oscilaría entre los $100 mil millones y los $300 mil millones de dólares. Ahora mismo, las estimaciones sugieren que las pérdidas económicas por Harvey, Irma y María podrían haber superado estas cifras.

Reducir riesgos de desastre hoy, combatir el cambio climático en el largo plazo

Miami está trabajando fuertemente para expandir su programa de protección frente a inundaciones. Al menos $400 millones de dólares han sido etiquetados para financiar bombas de agua, mejores caminos y murallas marinas. Sin embargo, este nivel de gasto está más allá del alcance de países de ingreso medio y de ingreso bajo, mismos que pierden grandes porciones de su PIB cada vez que son golpeados por inundaciones o tormentas.

Aunque el Acuerdo de París ha puesto al mundo en la senda de un futuro bajo en carbono, es un camino sinuoso que refleja el pragmatismo y las realidades particulares de cada país. Así, mientras que se espera que las emisiones de carbono bajen cuando los países alcancen sus propias metas, los impactos del cambio climático se sentirán por algún tiempo, dejándole al mundo poca opción, pero invertir de forma simultánea, en los esfuerzos para adaptarse al cambio climático y reducir los riesgos de desastre. Al hacerlo, los beneficios económicos cobran sentido comparados con el costo de la reconstrucción.

Esto requerirá de la cooperación internacional en una escala sin precedentes, ya que abordaremos la crítica tarea de hacer del planeta Tierra un lugar más resiliente a los rezagados efectos de las emisiones de gases de efecto invernadero que experimentaremos en los próximos años. Restaurar el balance ecológico entre las emisiones y la capacidad natural de absorción del planeta es el objetivo a alcanzar en el largo plazo. Es crítico recordar que la reducción de emisiones en el largo plazo es la táctica más importante de reducción de riesgos de desastre que tenemos, y que debemos cumplir este ambicioso objetivo.

La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Clima, que tendrá lugar en noviembre en Bonn, Alemania, y será presidida por la pequeña isla de Fiji, ofrece una oportunidad no sólo para acelerar la reducción de emisiones, sino para impulsar un trabajo serio para asegurar que el manejo del riesgo climático sea integrado en la gestión del riesgo de desastre. La pobreza, la rápida urbanización, el uso deficiente de los suelos, el declive de los ecosistemas y otros factores de riesgo intensifican los impactos del cambio climático. Hoy, en el Día Internacional de la Reducción de Riesgo de Desastre, hacemos un llamado para que estos sean abordados de una forma holística.

Patricia Espinosa es secretaria ejecutiva de la
Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.
Achim Steiner es administrador del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.
Robert Glasser es representante Especial del secretario general de las
Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres.

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