Presentar cifras ante una multitud que no dispone de certidumbre sobre el uso de los mensajes de campaña, o presentar fuentes cuya apreciación social sólo es aproximada siendo retrato vivo de la disparidad social en donde los nuevos ricos gobiernan y los crecientes pobres se enraízan, fue la tónica de la apertura de campaña de Andrés Manuel López Obrador en Ciudad Juárez. El puntero presidencial hasta esta fecha, en donde quienes evalúan comicios ya le atribuyen una ventaja considerable, contrastó su arranque de campaña con la devoción que su equipo ha demostrado para hacerle un sitio preferencial en los medios de comunicación que anteriormente reticentes ya les ofrecen espacios de manera directa o indirecta en donde se han batido a duelo Tatiana Clouthier y Beatriz Gutiérrez Müller, logrando no sólo la atención continua de un espectador huidizo, sino que destaca el que hayan obtenido un nivel descomunal de audiencia cuya viralización no ocurre por espontánea casualidad.

El tema principal de las mujeres con discursos novedosos y dignos, lo tiene el candidato de “Juntos Haremos Historia”, que no necesita preconizar un tema por demandante, pues el abordaje de estas mujeres, por poner un ejemplo a la mano, no hace sino atraer a más personas que resienten la indiferencia hacia este género. Caso contrario ocurre con la independiente Margarita Zavala, y Ricardo Anaya de la coalición “Por México al Frente”, candidatos que necesitan encontrar una coincidencia entre lo que dicen y lo que desean presentar como propuesta para obtener el voto en materia de ascenso social de la mujer y reconocimiento de su condición humana para garantizarle el que nadie atente contra su integridad física y moral.

Para el candidato de “Todos por México”, José Antonio Meade Kuribreña, el planteamiento de su discurso como presidente sin fuero, obedece a una atención fuerte en la gobernanza que se espera ejercer desde el papel de la burocracia central, alimentando un bienestar social a partir del sueldo sostenible y la participación ciudadana. Su arranque de campaña en Mérida tiene precedentes directos de un oficialismo prorrogado, que tiene visos de control sobre los detalles presumibles de un voto duro: la guayabera con logotipo bordado en la espalda, una dicción que no emite esfuerzo alguno, las palabras dichas para ser escuchadas y la pasarela de políticos disciplinados que lo mismo se acomodan en vehículos en dársena que en un salón de eventos. Atrás quedaron los mítines de arranque de campaña que abarrotados se encandilaban con el acarreo, siendo una estrategia para garantizar la permanencia y bullicio triunfalistas.

Los cuatro candidatos apenas si distrajeron a la opinión pública en lo que fue una jornada inicial de campaña que no reconoció el umbral de posiciones que se viene adecuando a las expectativas de éxito de los limitados candidatos a la presidencia de la república, recurriendo a viejas prácticas que presuntamente generan la opinión pública: 1) tecnología de comunicación interactiva (Zavala y Anaya), 2) plaza pública con tono populista (AMLO) o 3) uso de emblemas que homologuen comportamientos uniformados (Meade).

Nada nuevo se asomó en el horizonte. Se olvidó dejar atrás actitudes egocéntricas, discursos que opacaron a seguidores que han dado bajo condición su adherencia tentativa, públicos que se parecen en todo omitiendo la pluralidad de voluntades, fotos hechizas que omitían la realidad del evento, estereotipos como la inclusión simulada de la mujer o de los jóvenes, equipos de trabajo que siguen apareciendo como la plana mayor y varios atavismos que al seguirse imponiendo no podremos estar seguros de que veremos algo nuevo bajo el sol.

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