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A los 19 años, José Luis conoció al general Rubén Arias, quien era parte del equipo del entonces senador Fernando Ortiz Arana del PRI.

Arias Arciniaga, jefe de resguardo en aquel tiempo, le dio la oportunidad de ingresar al Senado de la República como bolero.

“Llegué bien chavo, apenas había terminado la preparatoria. Tuve la fortuna de que esas personas me dieron la oportunidad, eran otros tiempos, con personas diferentes”, recuerda.

El trayecto de su casa, cerca de la antigua sede del Senado, en Xicoténcatl, a la nueva sede en Paseo de la Reforma es de una hora. “No es pesado, pero cuando hay tráfico, ¡caray!”, ríe.

Al tiempo que guarda sus herramientas de trabajo en el cajón de bolero saluda a todos quienes pasan a su lado, la entrevista se interrumpe por breves “buena tarde”, “que le vaya bien”, “¿ya te vas a hacer famoso, José Luis?”.

Recuerda haberle lustrado los zapatos a Fernando Gutiérrez Barrios, maestro de políticos de la talla de Manlio Fabio Beltrones y Dante Delgado. “Conmigo fue buena gente”, señala con un gesto serio.

“¿Cuates? Sí, varios”, dice cuando se le pregunta si ha hecho amigos y la cercanía con los legisladores. De la legislatura pasada, José Luis platica que se hizo amigo del senador Javier Orozco, del Partido Verde Ecologista de México. “Él es muy buena persona, siempre muy amable conmigo, porque ya los senadores de ahorita… él sí es muy de respetar”, señala. Al igual que Ignacio, José Luis tiene sus clientes en diferentes pisos de la nueva sede del Senado. En algún momento del día, va a las oficinas para realizar su labor.

“Para eso tengo mi cajón, cuando voy a las oficinas de Emilio Gamboa o Pablo Escudero, en especial hay varios senadores que nomás quieren que yo les trabaje”, dice con orgullo.

Para José Luis, la nueva sede del Senado es bonita. Pero, como muchos otros piensan, Xico —la sede del centro histórico y que coloquialmente se conoce así— era mejor.

“El salón es más pequeño, pero más acogedor; ahí nos dejaban entrar al salón de sesiones, tuve la dicha de meterme a las oficinas de varios coordinadores, aquí hay mucha más seguridad, más control”.

En la también llamada vieja casona de Xicontécatl el trabajo se hacía sin silla especial y sólo con su cajón de bolero. Cuando se dio el cambio de sede, los boleros del Senado temieron no poder trabajar en las nuevas y elegantes oficinas de Reforma. Pero un legislador abogó para que migraran junto con ellos y hasta tuvieran un lugar designado. “Carlos Navarrete [del PRD] decía que no era por la necesidad de trabajar, sino por el derecho de antigüedad”, el entrevistado ríe a carcajadas. “Él fue muy buena gente en ese aspecto”, nos dice. José Luis reparte saludos y sonrisas a la cámara de EL UNIVERSAL y a todos quienes pasan y demuestran que le conocen.

“Este oficio es muy noble, y todo trabajo honesto, sabiéndolo trabajar, te deja buenas ganancias”.

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