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A sus 10 años, Nadia Arellano Martínez no cursa el quinto grado de primaria, como los demás niños de su edad, sus días transcurren entre jugar con su mamá, ver la televisión, meterse a “nadar” en una tina con agua y pasar el tiempo con sus tres hermanos; ella vive con autismo, trastorno que afecta la comunicación, interacción social y, principalmente, el lenguaje.

En un principio, los médicos pensaron que la menor tenía Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), “cuando tenía cuatro años ella no hablaba, tampoco señalaba las cosas; llegamos a creer que estaba muda, pero no. La llevamos al Hospital Psiquiátrico Infantil Doctor Juan Navarro y ahí nos dijeron que podía tener hiperactividad, por eso llegamos al Centro Integral de Salud Mental (Cisame), donde la diagnosticaron con autismo”, relató a EL UNIVERSAL, Guadalupe Martínez Trujillo, madre de Nadia.

Al ser diagnosticada, la niña comenzó a recibir diversas terapias ambientales y de motricidad, además, le fueron suministrados medicamentos de control y que la ayudan a conciliar el sueño, sus papás gastan al mes poco más de 3 mil pesos.

“Goldo”, se escucha gritar a Nadia, —esta es una de las casi seis palabras que puede pronunciar—, en la familia Arellano Martínez saben que se dirige a su hermano Jonathan, quien es tres años menor, y al que le pide la empuje para poder impulsarse en un columpio.

Las razones por las que la pequeña no recibe educación son que Guadalupe ya no quiere que traten a su hija “como si fuera un peligro para otros niños”, y porque no cuentan con los recursos suficientes para pagar una escuela especializada en niños con autismo.

Cuando diagnosticaron a su hija, la señora Guadalupe no sabía nada sobre el autismo y considera que “la mayoría de mexicanos estamos desinformados sobre este mal”, por eso, pidió a las autoridades sanitarias a brindar más datos, y a la población en general, que no trate mal a los niños o personas que vivan con autismo. “Ellos no pidieron ser así, ni siquiera los doctores explican en qué o por qué se desarrolla el trastorno”.

Poco a poco “el río ha tomado su cauce, todos convivimos con ella, la abrazamos, jugamos, la queremos, y ella sabe que es un pilar dentro de nuestra familia, no la hacemos menos, ni la consentimos sólo por su condición, le hacemos saber que es una niña como tantas más que hay en el país y que no tiene límites”, concluyó Guadalupe Martínez.

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