La caricatura en México ha tenido momentos de gran presencia y otros de discreta oscuridad. Es una historia que, aun fragmentaria, tiene que leerse como una sola.

El proyecto de Félix F. Palavicini, fundador de EL UNIVERSAL, buscó contar en sus filas con los mejores profesionales y tuvo a Carlos Alcalde como primer jefe de dibujo, un artista con una trayectoria de primer nivel: alumno de Villasana (partícipe de La Orquesta y fundador de El Ahuizote), colega de Posada y de Martínez Carrión, además de haber sido jefe de dibujo de El Imparcial.

La tradición de la caricatura, como la conocemos, no existía en el siglo XIX. Los periódicos noticiosos no tenían ilustraciones de ningún tipo. Tal vez por ello, y por la necesidad de mantener su apoyo al gobierno carrancista, no se publicaron cotidianamente caricaturas (hay que recordar que en su editorial de presentación, EL UNIVERSAL asumía el programa de la Revolución).

La primera imagen importante que publicó Alcalde fue un dibujo para conmemorar el aniversario del Descubrimiento de América, mientras la primera caricatura en EL UNIVERSAL apareció el 22 de octubre, a ocho columnas: era un retrato de los candidatos a diputados constituyentes. El autor fue J. M. Peña de quien no existe ningún dato. Este cartón muestra al grupo afín a Venustiano Carranza y a Palavicini, candidato a diputado, quien aparece rodeado de sus correligionarios.

Al año siguiente aparecerían más caricaturas dedicadas a los congresistas, que se publicaron originalmente en un periódico llamado El Zancudo y que hoy son un testimonio humorístico de los constitucionalistas.

En esos primero años no hubo muchas caricaturas publicadas. Destaca la realizada por Clemente Islas Allende, al mostrar el ataque que sufrió EL UNIVERSAL por parte de Benjamín Hill, hecho que provocó, inclusive, su clausura durante varios días.

El primer momento estelar ocurrió con las convocatorias a sendos concursos: uno de caricatura y otro de historieta en 1924 y 1927, respectivamente, y que tuvieron gran repercusión. En el primero participaron muchos caricaturistas que brillaron en las siguientes décadas como Armando Guerrero Edwards o Cayetano Caloca, lo que lo convirtió en un gran semillero de la caricatura. El segundo certamen fue la base de lo que sería, en la década siguiente, la época dorada de la historieta.

No resulta exagerado decir que estos años representan un momento de esplendor ya que participan unos doscientos caricaturistas, entre principiantes y profesionales de alto nivel, como Fernando Leal, destacado muralista, autor de El malora Chacamotas, una de las primeras historietas; el pintor Alfredo Zalce, el grabador Ángel Zamarripa, el pintor vanguardista Matías Santoyo, el humorista Carlos León, autor de los guiones de películas de Cantinflas, etcétera.

Con estos certámenes se expresaba uno de los momentos más significativos del humor y con ello se sumaba a la creación de la iconografía de los tipos nacionales y, por ende, al nacionalismo en el arte.

En esta explosión de humor es significativa la ausencia de crítica política, por un lado, y, por otro, la disociación entre cartón y comentario del momento, como sucede hoy. Tal vez el tiempo de esperanza por el nuevo régimen no estimulaba el cuestionamiento y nadie quería socavar el frágil sistema que nacía.

Con el concurso de historieta se sustituyeron las historietas norteamericanas a pesar de que la diferencia en costos era enorme. El tema era libre, pero quería “dar preferencia a las historietas de asunto nacional”.

Ganó Mamerto y sus conocencias, realizada por Jesús Acosta y Hugo Tilghman, dos geniales artistas que lograron plasmar la imagen de lo nacional, acorde a la convocatoria. Mamerto se convirtió en un personaje entrañable para la sociedad de entonces y se mantuvo en la palestra hasta los años cuarenta.

El segundo lugar lo obtuvo Audiffred con la obra Odilón, y el tercero fue compartido entre Miguel Patiño, Conejo, y Carlos León.

Hubo más de trescientos trabajos. Los ganadores se publicaron durante varios años y así la página cómica se tornó completamente nacional, con obras como El Señor Pestaña, de Audiffred; Vaciladas de Chupamirto, de Acosta; Los Berruga, de Jesús Collantes y Carlos León, dibujadas por Acosta; Adelaido el Conquistador, de Juan Arthenack, y S.M. Segundo I. Rey de Moscabia, de Carlos Neve, entre otras.

Además de estos concursos hubo otros de artistas importantes como Santiago R. de la Vega, que dirigió Multicolor, y de Miguel Covarrubias, quien participó en EL UNIVERSAL ILUSTRADO. Esta revista fue un parteaguas en el periodismo moderno. En el caso de la caricatura dio a conocer a la vanguardia y a la generación más avanzada en el arte expresado a través de la caricatura, desde asuntos teóricos y de crítica con Carlos Mérida hasta Rufino Tamayo y otros artistas que ocasionalmente realizaron caricatura.

Hubo obras de vanguardistas extranjeros, como el salvadoreño Toño Salazar, el catalán Bagaría o el cubano Massanger, quienes acorde a la estética de la época mostraban la caricatura sintética; también un grupo de mexicanos, poco reconocidos hoy como caricaturistas: X Peña, Erasto Cortés, Fernández Ledesma, entre muchos más que están emparentados con la vanguardia, con una caricatura muda, de rostros geométricos.

Era una generación que vivió entre guerras, o en el caso mexicano en la postrevolución y el silencio; fue la manera de expresar su rechazo a ese futuro lleno de incertidumbre.

En este grupo, dentro de los artistas mexicanos sobresale Andrés Audiffred, un personaje que permaneció en EL UNIVERSAL desde 1921, hasta su muerte, en 1958. Autor de una caricatura costumbrista inscrita en la crítica social, que estará presente en la vida mexicana de la mitad del siglo XX y que es un referente para entender nuestro país, pues su arte se acercó al nacionalismo en boga. Autor de historietas como Lipe, Kid Cáscaras, Odilón, Tito Melcocha, y El Sr. Pestaña.

El presidencialismo, que tuvo su nacimiento al fundarse el Partido Nacional Revolucionario, gestó una política de control de los medios donde la caricatura prácticamente despareció del escenario periodístico.

Además de Audiffred, en EL UNIVERSAL sólo sobrevivió Clemente Islas Allende o KGM, como también firmaba, autor de cartones que nada tenían que ver con la realidad del país. Aunque su trazo es de gran calidad, con humor blanco, su única función era hacer sonreír al lector.

En 1941 uno de los más brillantes humoristas mexicanos Hipólito Zendejas no logra responder el porqué de la ausencia de caricaturas. Suena inusitado, pero durante varios años desaparecieron las caricaturas en EL UNIVERSAL. Sólo Audiffred mantenía sus siluetas. Tras su fallecimiento, llegó otro consagrado: Arias Bernal, precedido de fama internacional, pero tampoco duró mucho pues murió al poco tiempo.

Por entonces participaron dibujantes como Naro, Carlos Acosta (Car) y David Carrillo, un gran retratista que ocupó el sitio y la tradición de Arias Bernal; promotor de la historia de la caricatura y cuyos trazos permanecieron en las páginas editoriales y de espectáculos; Germán Malvido se mantuvo prácticamente una década. Su obra es de una gran calidad, su formación de arquitecto se notaba en muchos de los trazos geométricos y de perspectiva.

De cualquier manera, el control periodístico se mantenía férreamente alimentado por el presidencialismo y la guerra fría; la crítica, en todo caso, era a sucesos internacionales, destacando la diatriba contra la Revolución Cubana.

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