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Tania Eulalia Martínez Cruz es una indígena mixe, lleva rebozo, blusa de manta con bordado a mano, falda negra y huaraches. Su abuela no hablaba español. Obligada por la pobreza, su madre huyó de Oaxaca siendo una niña. Enterraron su ombligo en las montañas de la sierra mixe, ahí donde inició su vida.

No ha olvidado su tierra ni su historia, pese a vivir hoy del otro lado del mundo. Se ha sobrepuesto a los malos momentos, uno tras otro, como si cada uno le dijeran que no podía seguir adelante.

Cuando tenía 14 años salió de su pueblo para estudiar y huir de la violencia intrafamiliar; ingresó a la Universidad Autónoma Chapingo. Utilizó los últimos pesos que tenía para hacer un examen de inglés y poder ser becada en Estados Unidos, lo logró y hoy es una alumna de excelencia que realiza su doctorado en Holanda, becada por el Conacyt.

Se le ve orgullosa de su origen indígena al recibir de manos del presidente Enrique Peña Nieto el Premio Nacional de la Juventud 2016 en la categoría de logro académico. Ahí, al frente y al centro del Salón Adolfo López Mateos de Los Pinos, tiene a su lado a otros 17 galardonados.

“Llévate este rebozo, quiero que les digas a los que viven allá en el otro mundo quiénes somos, cómo vivimos y qué hacemos. Llévatelo para que nos recuerdes, para que no nos olvides”, fueron las palabras que le dijo su abuela Eulalia el día que partió a Holanda, hace tres años.

El presidente Peña Nieto y el secretario de Educación, Aurelio Nuño, la flanquean; la miran atentos. Es pequeña y de piel morena, lleva el cabello largo y habla con fortaleza, firme y segura.

Tania empieza tres generaciones antes, describe a su abuela Eulalia como una mujer mixe que no fue a la escuela y que no hablaba español, que fue madre a la edad de 14 años, siempre trabajadora. De ella aprendió a sembrar la tierra.

Describe a su madre como un ejemplo de perseverancia. Obligada por la pobreza, salió de Oaxaca hacia la Ciudad de México cuando tenía nueve años. “Aquí usó zapatos por primera vez, aprendió español y aunque ella quería ser médico, fue de los primeros maestros indígenas”.

Para poder acceder a educación, su padre tuvo que escapar de su casa e ir a otro pueblo. Es hija de maestros indígenas que caminaban largos tramos por bosques y bajo la lluvia para poder enseñar en mixe y español, y dar una educación digna. Disfruta caminar con ellos.

A los 14 años tomó la decisión de iniciar un viaje sola; quería estudiar y construir un entorno sano, en paz y libre. Su familia, confiesa, era víctima de alcoholismo y violencia. Escuchó el consejo de su hermana de 17 años y se fue “para no estar triste”. Agradece a sus padres: “Hoy estudio un doctorado en la Universidad de Wageningen, Holanda, becada por el Programa de Becas para Indígenas, fortalecido por el Conacyt”, dice.

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