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Desde niña María Guadalupe González trabaja en la siembra de sorgo y soya, es originaria de la Huasteca potosina, viene de una familia de campesinos indígenas, su padre es guachichil y su madre otomí; es la menor y la única mujer de ocho hermanos, por lo que dice que la vida aquí es más difícil para las mujeres porque les toca “parir, trabajar y educar a los hijos”.

La nostalgia la invade al recordar a la menor de sus cuatro hijos, a la que siendo aún bebé a amamantaba y envolvía en su rebozo para cargarla sobre su espalda para ir a su parcela. “A mí me gusta trabajar el campo, soy  ejidataria, trabajo con mi tractor en mi parcela”, afirma con una sonrisa constante en el rostro.

Con orgullo cuenta que sola logró sacar adelante a sus hijos. Todos estudiaron una licenciatura. Se divorció cuando su hija tenía cuatro años y trabaja desde el amanecer hasta que la noche cae. Siempre ha tenido el apoyo de sus hermanos, pero cuenta que en su comunidad no es bien visto que una mujer ande sola.

“Hay comunidades donde no hay agua, no hay leña, no hay luz. Nosotras tenemos que hacer todo ese trabajo; los hombres salen a trabajar, pero nosotras nos quedamos al cuidado de los hijos. Somos marginadas porque el patriarcado está muy arraigado, sobre todo en las zonas rurales, donde  se les da preferencia a los hombres para el estudio, para tener mejor trabajo. A nosotras nos toca parir, trabajar y educar”, afirma.

Ante las dificultades que viven las mujeres en el campo, y que ella misma ha padecido, inició una organización para conseguir mejores condiciones, y sobre todo que las mujeres pudieran estudiar. Confiesa que al principio fue complicado que ellas accedieran a participar porque sus esposos no las dejaban salir de casa a las plazas públicas donde hacían sus eventos.

Datos INEGI de 2014 reportan que de los 27.8 millones de personas que vivían en las zonas rurales 14.1 millones eran mujeres. Desde hace más de 26 años Lupita forma parte de la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (CIOAC) en San Luis Potosí y reconoce que cuando recién ingresó a la agrupación batalló mucho para integrarse con los compañeros, porque “no le hacían caso”.

“No nos dan espacio en muchos ámbitos, hay que reconocerlo, pero tenemos que pelearlos. Con los hombres ha sido difícil que nos puedan apoyar  y menos que nosotras podamos  ir a ordenarles algo porque no lo hacen. Ese proceso sí ha sido difícil hasta ahorita”, dice.

Lupita considera que la participación de las mujeres en el campo es mayor que hace 26 años, aunque el proceso ha sido duro porque no a todas les dan “permiso sus maridos” y no tienen dinero para desplazarse.

Cuenta que cada vez hay más mujeres que se organizan para tener mayor participación en campo, capacitarse para ser más productivas y ser independientes.

“Ha sido difícil la participación de las mujeres, sí, y lo va a seguir siendo, tenemos que luchar contra eso. Hay maridos que no lo permiten, tenemos que hacernos de tiempo para todo”, asegura.

Obstáculos. Al igual que Lupita, Manuela Pérez, campesina de Jitotol, Chiapas, comenta que el principal obstáculo de las mujeres en el campo es que muchas de ellas no son propietarias de las tierras, y cuando los maridos migran hacia Estados Unidos se quedan solas a trabajar las tierras, lo que dificulta su acceso a los apoyos.

“El no tener acceso a los programas del gobierno, por no tener la tierra a su nombre, dificulta todo. Somos mujeres que luchamos, que cultivamos, pero no tenemos un documento que nos avale como propietarias, esa es una gran desventaja para todas la mujeres  indígenas rurales. Somos nosotras las que estamos al frente de nuestras familias, las que llevamos el sustento”, afirma.

Manuela es madre soltera, tiene tres hijos varones, a quienes los educó sin esas “malas costumbres de que el varón manda y la mujer obedece”, dice.

Como Lupita, Manuela también forma parte de las mujeres que se han organizado en el campo y que tuvo que luchar contra las críticas y prejuicios. “‘¿A qué vas?, ¿qué logras? Nomás estás de mitotera’, son las cosas que les dicen los esposos a muchas”, comenta.

Recuerda que fueron cuatro las que comenzaron a organizar a otras mujeres en su comunidad, y una de ellas perdió la vida a manos de su marido, víctima de violencia intrafamiliar.

Ese hecho les provocó mucho miedo, pero al mismo tiempo las motivó a luchar por sus derechos. Manuela es hija de indígenas tzotziles, quienes le enseñaron a sembrar maíz, frijol y arroz, y con eso sacó a sus hijos adelante. Actualmente da asesorías a mujeres indígenas para el desarrollo de proyectos productivos o de huertos familiares.

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