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Ciudad Juárez, Chih.— Es un atípico día soleado en Juárez, donde febrero suele ser un mes de frío intenso. En la sillería permanece sentado un pandillero de Los Aztecas, a unos cuantos asientos a un lado está un Mexicle, y a pocos metros un AA, un Artista Asesino, bandas que por años mantuvieron una rivalidad a muerte, al grado de que en este mismo campo del Cereso hace seis años en una riña campal murieron 13 personas. Pero la historia fue diferente, ahora los tres, al igual que los otros 700 presos que los acompañan, cantaron a una sola voz el Corrido del Papa, y hasta gritaron a todo pulmón una porra.

“El Cereso 3 está contento, está feliz. Papa Francisco lo viene a bendecir”, corean juntos, entre risas y nervios por la llegada del Pontífice. Antes bastaba que se encontraran en algún pasillo para que se enfrentaran hasta la muerte, sólo por pertenecer a diferentes grupos criminales.

A las 10:30 horas por las pantallas instaladas en el penal los reos observan que el Papa ingresa por la puerta de la aduana, lugar por el que todos ansían salir algún día. Vestidos con uniforme gris y pelo con corte militar se ponen de pie y cantan juntos Quiero ser libre. Mientras, a menos de dos metros de los que purgan una condena, la algarabía se apodera de los invitados especiales, entre ellos los hijos del empresario Carlos Slim, algunos miembros de la familia Aramburuzabala, el cantante Emmanuel, políticos locales y funcionarios judiciales.

En la explanada no hay armas ni escudos, apenas unos 20 guardias cuidan el lugar de manera discreta. Confían en que no habrá problemas.

El religioso argentino sonríe cuando a bordo de un carro de golf se acerca a los prisioneros, la orquesta penitenciaria toca música norteña. Momentos después cambia el repertorio, suenan los acordes de La Cumparsita, el tango más famoso, y aunque la pieza no es argentina los internos quieren homenajear la tierra del Papa.

El sol cala en las cabezas casi rapadas de los presidiarios, y los invitados especiales sufren el vestir traje de color negro y corbata, pero el entusiasmo es generalizado. Francisco se reúne con mujeres integrantes de la Pastoral Penitenciaria al interior de la capilla, ahí les agradece su labor y sacrificio, les pide que sigan sembrando la semilla del bien.

Al salir del recinto, que por décadas ha sido utilizado indistintamente para ritos católicos, evangélicos y otras denominaciones cristianas, devela una placa conmemorativa.

La comitiva de obispos y cardenales que lo acompaña ocupa sus lugares, el calor los sofoca y deciden moverse hasta la sombra, a un costado del jerarca católico. La guardia y personal de staff nada pudieron hacer, Norberto Rivera, Constancio Miranda y hasta el nuncio Cristopher Pierre caminan en fila, cada uno cargando su silla para quedar bajo el domo del patio.

Evila Quintana, interna de 34 años de edad, tiene la representación de los reos para dirigir unas palabras al Obispo de Roma. El discurso conmueve a las presas y custodias; las lágrimas comienzan a brotar.

“Aquí todos somos iguales, por eso portamos el mismo uniforme gris. Aquí somos iguales, como lo somos ante los ojos de Dios”, reflexiona Evila, mientras Camila, su pequeña hija de 8 años —quien recibió un permiso especial para estar en la ceremonia—, la observa atentamente y le dice adiós, orgullosa de ver a su mamá hablando con el Papa.

“Debemos romper los círculos de la violencia y la delincuencia. Tenemos décadas perdidas pensando y creyendo que todo se resuelve aislando, apartando, encarcelando”, explica Francisco en su discurso, ante los 600 hombres y 100 mujeres que cumplen una condena.

“Hay que pensar en lo realmente importante: la vida de las personas y la de sus familias”, declama la interna, sus palabras que calan en varios de los internos. Una lágrima cruza por el tatuaje en la mejilla de uno de ellos, no es el único, poco a poco varios rostros se desencajan, se sienten identificados.

Evila termina su discurso y de nuevo el Papa les complica la logística a los guardias, decide hacer un recorrido entre los reos, algo no planeado. Se dirige hasta la orquesta y dos de los músicos no logran contener la emoción y se hincan frente a él; Francisco se inclina y oran juntos por unos instantes.

El Pontífice abandona el que fuera el penal más violento de Latinoamérica, deja conmovidos a los internos, justo en el patio que fue escenario de homicidios. Los Aztecas y Los Mexicles vuelven a sus celdas, por un instante se sintieron hermanos.

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