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Con cantos y porras fue recibido el papa Francisco en la Basílica de Guadalupe, por la gente que desde temprano llegó al atrio del templo mariano.

El perímetro de la Basílica fue resguardado, incluso en azoteas, por personal del Estado Mayor Presidencial, y policías federales y locales que dificultaron la movilización de feligreses.

Fueron cinco los accesos por donde la gente tuvo que formarse para ingresar, y sólo lo pudo hacer quien tenía boleto.

Sin embargo, algunas entradas fueron cerradas dos horas antes de que llegara el Papa, lo que provocó molestia para los fieles que seguían arribando a las inmediaciones del cerro del Tepeyac, y que se quedaron con un boleto en mano.

No hubo distinción, residentes de los estados o del extranjero, quienes invirtieron tiempo y dinero, pero desconocían que el acceso a la Basílica se hacía con invitación, se quedaron fuera. Algunos optaron por ir deambulando por los diferentes accesos ante las indicaciones del personal de vigilancia.

Maurilio Gutiérrez, quién vive desde hace 54 años en Dallas, Texas, pero es originario de San Luis Potosí, se enfrentó a eso.

Llegó el viernes por la noche al aeropuerto de la Ciudad de México y por la mañana buscaba ingresar a la Basílica, a la que vino para cumplir una manda. “Hace un año tuve un accidente muy grave y por eso prometí que si salía de esa, iría a pagar una manda a la Basílica, y aprovechando vería al Papa, pero no se puede ingresar sin boleto”.

Dijo estar contento, “aunque no me esperaba que hubiera tanta seguridad”. Maurilio confía en poder llegar a tiempo a Dallas. Hoy saldrá por carretera hasta el Paso, Texas, para regresar el miércoles a Ciudad Juárez y poder “ver otra vez al Papa”.

Alicia Martínez viajó junto con su prima toda la noche de Oaxaca a la Ciudad de México con el único objetivo de ver al papa Francisco. Lo que no sabían es que para ingresar a la Basílica necesitaban su boleto. Imploraron en uno de los filtros para que las dejarán ingresar, pero la respuesta fue un no.

Después intentaron esconderse atrás de un grupo de monjas que ingresaron con sus boletos, casi lo logran, pero son tantos filtros de seguridad que al pasar al segundo las regresaron. “No pensé que fuera haber tanto policía y que se tuviera que tener boletos para ingresar a la Basílica. Nosotras lo que queremos es ver al Papa, para eso viajamos seis horas”, dijo Alicia, quien no halló otra opción que regresar a la avenida para ver pasar al Pontífice.

Igual le pasó a un grupo proveniente de Montreal, Canadá, que llegó el viernes para acudir a la misa en la Basílica, pero hasta que llegaron al lugar se enteraron que necesitaban una invitación. “Estoy muy triste, pues nos dijeron que no podíamos entrar. Hoy estamos esperando ver pasar a nuestro Padre, pero ojalá podamos ver a nuestra mamá, la señora de Guadalupe”.

Según autoridades delegacionales, se esperaba que desde la noche del viernes llegaran a esa zona 50 mil personas, pero sólo lo hicieron unos mil feligreses. Al paso de la madrugada quienes ingresaron buscaron cubrirse con cobijas, otros lograron recostarse sobre el pavimento y dormitar.

A las cinco de la mañana, las autoridades comenzaron a controlar el ingreso a los diversos puntos de Calzada de Guadalupe. Por momentos se relajó la estrecha vigilancia para llenar los espacios por donde pasaría el Pontífice. “Pásele, pásele”, gritaban los policías.

A las 16:30 horas, el papamóvil asomó y la gente comenzó a vitorear: “Francisco, hermano ya eres mexicano”. “Papa, te queremos”. Al finalizar la misa la gente quería verlo a su salida hacia la Nunciatura, y se hizo un coro: “Paco, paquito, regálanos un besito”.

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