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Frente a la batería de periodistas, camarógrafos y fotógrafos que le aguardó en el puesto de entrada y salida para prisioneros en la Torre de Tribunales, de Guatemala, Javier Duarte de Ochoa se mostró serio. A diferencia de su aparición con rostro alegre, sonriente y hasta bromista, del pasado 27 de junio ante la prensa en ruta a una audiencia judicial, ayer prefirió estar serio y, sometido a una andanada de preguntas, sólo contestó: “No tengo comentario”.

Al llegar a las 08:07 horas locales (09:07 en el centro de México), hubo otra diferencia. Arribó en un microbús azul, como los del transporte de turistas, en vez de hacerlo en un convoy de patrullas. Y descendió del vehículo sin estar esposado.

Los grilletes, en sus manos por delante, le fueron colocados antes de someterse a revisión en el portón. En una primera audiencia en ese sitio el 19 de abril pasado, sus vigilantes le llevaron ataviado con chaleco antibalas, esposado y encadenado de pies y manos.

Ingresó vestido de pantalón caqui, camisa gris y zapatillas café. Y serio. Así, con un eterno “no tengo comentarios”, hizo el recorrido por el que ayer pasó por tercera vez desde que cayó preso el 15 de abril pasado en el suroccidente de Guatemala.

Tras la revisión corporal y de vestimenta, quedó esposado a las manos por delante, bajó una rampa y volvió a escuchar, a su costado izquierdo, los insultos enardecidos de los pandilleros o mareros y delincuentes comunes que, recluidos en bartolinas o calabozos, en esta vez evitaron gritarle “basura”, pero le recordaron la parte de su familia materna.

Asido al “no tengo comentarios”, contestó los cuestionamientos de su estado de salud —su defensa legal confirmó que sufre de presión alta— y de la falta de visita de sus parientes, del trato en prisión, de lo que ahora diría a sus electores que lo convirtieron en gobernador de Veracruz (de 2010 a 2016), de si está arrepentido de sus actos o de si preferiría regresar a México o seguir preso en Guatemala. Así, se mantuvo serio.

En la intimidad de una sala en la Torre, antes de una audiencia en el Tribunal Quinto de Sentencia Penal, Narcoactividad y Delitos contra el Ambiente, de esta ciudad, en la que finalmente aceptó ser extraditado a México por acusaciones de crimen organizado y lavado de dinero, se le observó instalado frente a una computadora. De allí pasó a la audiencia.

Decretado a las 11:20 un receso, fue conducido por sus custodios a la misma, donde, en privado, bromeó con sus abogados.

En una pausa, Velásquez salió a atender a la prensa. Al regresar, abrió una puerta lateral de acceso a la sala. A unos tres metros, y sentado al lado de un escritorio, apareció Duarte. El ex gobernador miró hacia la puerta. Se le preguntó cómo se sentía después de aceptar ser extraditado a México. “Estoy tranquilo”, contestó.

Cuando salió, de nuevo hacia prisión, otra vez se mostró serio y atado a su frase: “No tengo comentario”.

En el trayecto hizo un alto y el ex gobernador de Veracruz Javier Duarte dijo: “Tengo algo que declarar”, se arremolinaron las cámaras y micrófonos y lanzó: “Paciencia, prudencia, verbal contingencia. Dominio ya. Presencia o ausencia, según conveniencia”. Ante la insistencia de los reporteros, insistió: “Verbal contingencia, gracias”. No dijo más que la frase que lo acompañó en su recorrido, negar comentario alguno sobre su familia, sobre su situación o del gobierno. A las 13:29 salió rumbo a su celda.

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