Postrados sobre sábanas, de manera horizontal, con incesante sufrimiento físico, emocional, sicosocial, con padecimientos graves en fases avanzadas, millones de personas en todo el planeta no pueden acceder a la eutanasia o a la muerte asistida para aliviar su dolor, aunque según cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), al año más de 20 millones de pacientes requieren cuidados paliativos al acercarse el final de su vida por enfermedad.

El rechazo a la eutanasia activa y al suicidio asistido proviene de la fe, de las religiones, que pregonan un Dios que da vida, por lo que sólo él puede quitarla; esa idea ha complicado que la gente voltee a ver otra posibilidad, aseguró Arnoldo Kraus, académico e investigador de la Facultad de Medicina de la UNAM.

Además, la mala fama de estas prácticas se remonta a la época del nazismo, relató. En ese régimen se aplicaba la eutanasia a todos y a todo lo que para ellos era imperfecto, independientemente de situaciones morales o raciales.

Pero la eutanasia provee a la persona de cierta autonomía, de libertad para ejercer su derecho de decisión; con ella, el enfermo podría acercarse a un deceso sin sufrimiento físico ante enfermedades como el cáncer, afección recurrente para solicitar la muerte asistida.

En México se debe informar a la población, decirle por qué ayudar a morir es un acto que tiene sentido, que no atenta contra una deidad, la sociedad ni el Estado, dijo.

La única manera de anteponer esta autonomía a la religiosidad es hablar de calidad de muerte y contraponerla a los argumentos divinos, además de lograr el interés de instituciones del área de la salud y un diálogo con las instancias religiosas, hasta donde sea posible.

Tras mencionar que la eutanasia está autorizada en cinco países: Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Canadá y Colombia; y el suicidio asistido en Suiza y algunas entidades de Estados Unidos como Oregon, Vermont, Washington y recientemente California y Montana, el también integrante del Colegio de Bioética y del Seminario de Cultura Mexicana explicó: “La eutanasia activa implica la intervención de un médico que suministre al enfermo que lo solicite, un fármaco vía intravenosa para que fallezca en poco tiempo, y el suicidio asistido consiste en que el médico señale al paciente el medicamento adecuado, vía oral, para que él mismo lo ingiera en el momento y en compañía de quien desee.

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