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El dolor del alma es muy fuerte, parece insoportable, en Ana Gabriela Guevara. Ex atleta de alto rendimiento, gloria de México, con un amplio umbral al tormento del cuerpo; sin embargo, necesita tiempo para descender de la camioneta y caminar. Son los primeros pasos de un sendero nuevo, advertir que hay cobardes que atacan a la mujer por ser mujer. El coraje la impulsa.

Ha salido del hospital donde fue intervenida quirúrgicamente de huesos rotos en el rostro. “Voy a quedar bien”, sin consecuencias, como le han dicho los médicos. Pero de la vejación sufrida a patadas de cuatro sujetos, que de haberla golpeado más la asesinan, ¿de dónde vendrá la cura?

Lastimada, camina lenta sobre el piso de mármol negro del Senado. Su rostro refleja el dolor interno que le ha dejado la alevosía y la ventaja de quienes la atacaron, y cuyos rostros tiene impresos en la memoria.

Pasan de las dos de la tarde y desde las 11 de la mañana, fotógrafos, camarógrafos y periodistas la esperan en la sala de conferencias de prensa. Quizá antes no hubo tantas personas a la espera de una presentación. La rodean, pero alguien pide que se hagan a un lado para que la atleta pase.

La reciben los coordinadores Emilio Gamboa Patrón (PRI), Fernando Herrera Ávila (PAN), Miguel Barbosa Huerta (PRD), Carlos Alberto Puente Salas (PVEM), y el primero en expresarle su solidaridad es Manuel Bartlett Díaz (PT), dirigente del grupo al que pertenece la senadora.

Ven el rostro doliente, perciben el cuerpo magullado. Lo que le han hecho a su compañera les comunica coraje. Todos abren paso. Es lento su caminar. Camarógrafos, fotógrafos y periodistas guardan silencio. Estruja verla, pero su presencia es la ocasión de condenar la intolerancia con la que se encuentra la gente en cualquier parte.

Gamboa, Barbosa y Puente se acongojan. Habla Herrera Ávila. Palabras de solidaridad y compromiso de perseguir a quienes la han golpeado y que se aplique la ley. Dice que van a dirigir un mensaje sus colegas senadores coordinadores. Desisten.

Lo que va a seguir es una lección de entereza ciudadana. Se ha quitado las gafas. Su llorar es tenue, hay firmeza. Seca sus lágrimas. Su mano izquierda también está fracturada. Relata la agresión sufrida. “Es un hecho cobarde”.

Ana Guevara, mujer de la frontera, alcanza a decir: “He sido siempre buena ciudadana”. Llora. Los coordinadores aplauden, en forma de apoyo. Las cámaras son un coro triste de “clics”.

Cierto. Los periodistas no aplauden. Respetan a la senadora Ana Gabriela Guevara con su silencio.

Recupera la voz. Esta mujer firme, fuerte, dinámica, abre su lugar para la niña que se hace fuerte y sigue adelante en la tribulación. “Yo no uso escoltas, no tengo chofer; ando en mi moto, promoviendo el bien haber entre la ciudadanía”.

Va a revelar que mientras la golpeaban y se cubría para no ser pateada en la cabeza, en el pecho, “nunca puse mi nombre por delante; nunca dije quién era, y nunca dije que era senadora de la República”, explica.

El silencio de los periodistas recoge lo que dice. “Fui ecuánime y aguanté cada uno de los golpes que me dieron, y esto que hoy ven, que podía haber seguido esta conferencia con lentes, pero quiero que la gente me vea”.

Regresa la mujer fuerte, autosuficiente, empoderada por el esfuerzo propio y con coraje dice algo sobre sus atacantes: “Tal vez si hubieran tenido los huevos de enfrentarse conmigo solo uno, hubiera podido hacer algo, por lo menos meter las manos, pero no cuatro; no cuatro que me atacan por la espalda y cuatro que me tiran al piso y me patean”.

De esa bajeza fue la cobardía. Concluye su presentación ante los periodistas. Le formulan tres preguntas. Recuerda los gritos: “Es mujer, no la golpeen”, viene a su mente el ataque contra la otra motociclista con la que hizo el recorrido. Y es más, los atacantes se dan a la fuga. Lo dijo claro: “es gente que no tuvo los huevos”.

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