Su mirada intimida como lo hacía con sus víctimas. Sus ojos lucen rojos, irritados. Mientras platica su historia fuma un cigarrillo… otro y otro. Está nervioso, aunque él es Lucifer, un joven que a los 17 años secuestró y violó a una mujer en cautiverio.

Sus respuestas son secas, frías, calculadoras, como cuando participó en dos secuestros, uno de ellos por mil pesos. Quiere dejar atrás a Lucifer, pero es difícil, no puede sacarse de la mente la forma en que actuó.

Con problemas en el núcleo familiar, el joven fue convencido por una banda para unirse a ellos. Hoy sigue un proceso judicial. Quiere recuperar la confianza de su familia y busca una oportunidad en la vida.

Ante el juez reconoció su participación en el delito, pero además fue testigo de la Unidad Antisecuestro y señaló a sus cómplices, una forma, dice, de intentar subsanar el daño que hizo.

¿Qué te trajo aquí?

—Estoy por secuestro, extorsión y violación.

¿Qué hiciste?

—Conocí unas personas, me invitaron a trabajar, yo acepté. Hicimos varios secuestros, uno salió mal y nos detuvieron. Fueron dos veces.

Durante los secuestros, ¿qué sentías?

—Primero, nada. Después, remordimiento.

En el momento de ver sufrir a una víctima, ¿qué pensabas?

—Nada.

¿Estás arrepentido?

—Estoy muy arrepentido, hay veces que me viene a la mente todo, lo recuerdo y no me siento a gusto conmigo mismo.

¿Qué obtuviste?

—No tuve ningún beneficio, me dieron dinero, pero muy poco. Es más lo que pago aquí, lo que estoy viviendo, lo que estoy sufriendo.

¿Por cuánto lo hiciste?

—En el primero fueron mil pesos, en el segundo 5 mil 500. Estoy en proceso, en espera a ver qué pasa. Sinceramente no sé qué pueda suceder.

¿Tuviste un problema familiar y por eso decides hacer esto?

—Viví con mi mamá ocho años, luego regresó mi papá y fue cuando empecé a hacer lo que quería. Así comenzaron los problemas.

¿Qué sentías de estar armado?

—Realmente nada, nada.

¿Hiciste daño a las víctimas?

—Sí, las golpeaba.

¿Hay un modo de reparar ese daño?

—Sí y no, tal vez ayudando a esas personas a que se les hagan justicia y que no se quede impune, pero en el daño sicológico creo que no.

¿Eso queda marcado?

—Así es.

¿Ayudaste a alguna de las víctimas?

—Sí, declaré. Dije todo lo que había pasado, señalé a las personas, todo lo que habían hecho.

¿Sabiendo que te perjudicaría?

—Sí, sabía que me perjudicaría.

¿Qué sigue?

—Aprender de los errores y no caer en lo mismo, seguir adelante, empezar una vida, tratar...

¿Esos delitos los cometiste cuando eras menor de edad?

—Sí.

¿Qué le dirías a los jóvenes?

—Que a veces las cosas se te hacen muy fáciles, te dicen del dinero, te impresionan, te invitan a hacer cosas que no están bien. En el momento no las piensas, sólo cuando ves las consecuencias, pero es demasiado tarde.

A veces te toca estar en la cárcel, a veces muerto, o como a mí, afuera, pero es muy difícil. La sociedad es muy dura, te señalan, te tachan, no tienes muchas oportunidades. Valoren todo lo que les dan [sus familias], todos sus esfuerzos.

¿Qué haces para recuperar tu camino?

—Trabajo, intento olvidar, pero no se puede. De momento piensas que no puedes, pero no queda más que seguir echándole ganas.

¿Recuerdas lo que hiciste en cada caso? ¿Se puede estar y dormir tranquilo?

—Realmente no [se duerme], te acuerdas de todo como si lo estuvieras haciendo otra vez. No sabes qué hacer. Es algo que no puedo explicar.

¿Estarías dispuesto a contar tu historia a menores de edad para que no caigan en ese error? Quizá de ese modo puedes ayudar...

—Créeme, hay veces que sí, pero luego la sociedad es muy dura, te señalan.

¿Qué pides después de aceptar tu culpa, que no te tachen, que no te señalen, que te den la oportunidad?

—Hay veces que no se pueden pedir las cosas, sino demostrarlas. Las personas con el tiempo van a ver que uno cambia o no, pero lo importante es lo que uno haga y demuestre.

¿Qué pasa por la mente cuando se cometen ese tipo de delitos?

—Al principio nada, después del tiempo tienes culpa, te viene todo a la mente, no estás a gusto contigo mismo y no te sientes bien con nadie.

¿Tienes apodo?

—Lucifer.

¿Y sí dabas miedo como Lucifer?

—Realmente no sé.

¿Lucifer desapareció o sigue contigo?

—Eso queda atrás.

¿Qué es lo más difícil de seguir adelante?

—Lo más difícil es tener la confianza de las personas que no confían en mí.

¿Tu familia?

Sí.

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