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Los alumnos de cuarto otra vez está de luto. Lo estuvo hace más de dos años cuando fueron atropellados Freddy Vázquez y Eugenio Tamarit. Pet, Filemón Tacuba, como le decían porque gustaba de reciclar plástico y Jonathan Morales lloraron en ese entonces a sus “paisas”. Ayer, sus compañeros corrieron lágrimas por ambos normalistas asesinados en un supuesto asalto en Chilpancingo, junto a otras dos personas.

La escuela que lleva consigo la marca de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa desde el 26 de septiembre de 2014, en afiches, altares con flores, velas y santos, murales que cuentan la historia represiva que cabe en la vieja hacienda, una construcción del siglo XIX, también guardó los sueños de los dos jóvenes, a quienes les gustaba el futbol y estaban ansiosos por titularse como maestros, según sus compañeros.

Frente al altar de Gabriel Echeverría de Jesús y Alexis Herrera Pino, asesinados extrajudicialmente el 12 de diciembre de 2011, estuvieron en dos momentos los féretros de Fili y John. Sus compañeros homenajearon a File, de 22 años, originario de Apantla, Ayutla, y a John, de 21, vanidoso y sonriente, quien conocía al primero desde la preparatoria en Teconapa, donde nació, también en Costa Chica, en Los Saucitos, donde sus papás, campesinos, se esforzaron para darle estudios.

A File le gustaba mucho jugar futbol, le iba a los Pumas, era muy sincero, dicharachero, pero más serio que John, americanista, cuenta su compañero de grupo, Martín de Jesús, El gallo. Tenía ganas de irse a vivir al Estado de México, desempeñarse allá como maestro, porque sabía que en Guerrero el otorgamiento de plazas es difícil “y donde quiera hacemos falta”.

Él no tomaba, no fumaba, no mataba clases. Apenas le habían asignado sus prácticas en una escuela de Atliaca, comunidad de Tixtla, muy cerca de Mártir de Cuilapan, pero por la fiesta patronal de ese lugar se suspendieron las labores y decidió hacer un trámite en Chilpancingo. Allá se juntó con Jonathan, cuyas prácticas realizaba en la capital, minutos antes de morir.

Su papá, Enoelio Rayón Ramírez, en el cubículo de su hijo, acompañado de la novia de File —quien tuvo tres hermanos— y de otros familiares, recogió las pertenencias del estudiante. “Es indignante lo que sucede, me gustaría que se investigara, él tenía muchos deseos de ser maestro. Es él de quien teníamos más esperanzas”.

José Bartolo es sobreviviente de aquella tarde del 7 de enero de 2014, cuando 90 normalistas que boteaban fueron atropellados por un trailero que, recuerda, argumentó ir rápido sobre la carretera federal Acapulco- Zihuatanejo en Atoyac, Costa Grande, sólo porque tenía prisa.

Para el profesor Jorge Joseles Peralta es muy raro lo que ocurrió. Entiende que hay delincuencia, que los normalistas fueron a Chilpancingo y que es una de las ciudades más complicadas para vivir en Guerrero —después de Acapulco—, pero que el ataque ocurra en el contexto de exigencia de justicia, le parece “rarísimo”.

Jonh, siempre fue de más relajo. File era más reservado. Si los normalistas decidían volarse una clase, él se peleaba con ellos, pero no los obedecía, su prioridad era estudiar. Le hacían bullying, como era cachetón le decían Kiko o Tesoro, en referencia al personaje de mejillas abultadas del Chavo del 8. “Él aguantaba, al final se llevaba bien con todos”.

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