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Llegó a Tlatlaya para dar sexoservicio. Estuvo cerca del grupo armado, de otras jóvenes que les hacían compañía. Recuerda a Érika y a su madre, Clara Gómez González, quienes, dice, están lejos de ser las víctimas que todos creen: la adolescente portaba un arma y durante el enfrentamiento con elementos del Ejército disparó. Fue abatida junto con los otros 21 civiles en una bodega del municipio mexiquense.

Es la versión de Patricia, de 29 años de edad, sobreviviente del enfrentamiento entre sicarios y militares ocurrido el 30 de junio de 2014. Su identidad se corroboró con documentos que forman parte de la investigación del caso. Habla con EL UNIVERSAL, en la primera entrevista que concede, sobre lo que vivió esa madrugada.

Su historia contrasta con la de Clara Gómez —la testigo que ante la Procuraduría General de la República (PGR) se identificó con el nombre de Julia, y fue clave en el expediente contra los militares acusados del homicidio de siete de los civiles—.

Clara ha dicho que Érika, su hija de 15 años que murió en el lugar, estaba secuestrada por el grupo armado y que ella estaba esa noche en el lugar del enfrentamiento porque había llegado para recuperarla. Patricia, sin embargo, afirma que ambas estuvieron ahí por su voluntad y que acompañaban a los integrantes del grupo armado que chocó con el Ejército.

A dos años del episodio, Patricia decide hablar sobre lo que vivió. Explica que llegó al sitio en el que estaba el grupo armado para dar sexoservicio, pero ahí encontró por casualidad a su novio, quien la mantuvo a su lado, lo que le permitió conocer durante los cuatro días previos a los hechos a otras mujeres que convivían con ellos.

Entre ellas estaba también Cynthia Nava, recuerda, otra de las sobrevivientes, quien también hacía compañía a los integrantes de la organización delictiva.

¿Cómo llegaste a Tlatlaya?

—Me contrataron como sexoservidora. Una chava me ofreció que me iban a pagar por mi servicio si me presentaba, porque en ese tiempo a eso me dedicaba. Acepté porque de ahí saco dinero para mis hijos. Me dijo: “Pues vente a Palmar Chico en un taxi, aquí se te va a pagar”. Me bañé y me fui. Dijeron que en una iglesia me iban a recoger. Cuando llegué había una camioneta blanca con unos 12 hombres armados, más o menos. Era el jueves 26 de junio.

Después nos movimos a otro lugar de terracería. Había unas 30 camionetas con hombres armados. Cuando llegué ahí vi a Cynthia [la joven que también sobrevivió], vi a la que en paz descanse, la hija de Clara [Érika], una chava que iba en el carro y había otra, que era hermana de Cynthia. Me pidieron que me bajara de la camioneta. Me ordenaron: “Pues tú vas con un comandante”; así se les dice, por sus rangos.

Patricia tuvo otra suerte. En el lugar encontró al hombre que era su novio desde enero de 2014 y se quedó con él, no tuvo que estar con otro integrante del grupo. Él decidió protegerla, puesto que además ella estaba esperando a su hijo: tenía dos meses de embarazo en ese momento, relata.

¿Tu pareja te dijo a qué organización pertenecían estos grupos?

—Él nunca me mencionó ni de qué organización y [sólo dijo que] su castigo iba a ser estar seis meses armado y luchando contra los que llegaran ahí.

Asegura que su pareja trató que ella no conociera detalles sobre la operación del grupo, para no exponerla más. “Entre menos sepas, mejor, me decía”, pero la hizo acompañarlo a por lo menos dos lugares distintos en los que se refugiaba el grupo.

“Nos movimos a otro lugar [cuya ubicación no sabe precisar]. Las otras se iban, después llegaban, volvían a dar vueltas. La chava, la hija de Clara [Érika], andaba armada... no sé los calibres, pero era un arma”, afirma Patricia.

Recuerda: “llegué el día jueves a ese lugar como a las 10 de la noche... no sé el nombre, al lugar de terracería”. El viernes lo pasó con su pareja, quien de vez en cuando se ausentaba, según le dijo, para vigilar que no se acercaran extraños.

Al tercer día, el sábado, hubo una fiesta. “Una de las chavas, la hija de Clara, se me acercó con Cynthia para pedirme mis pinturas; como yo no quise bajar a la reunión, por lo mismo de que la gente no me conociera, me buscaron a donde estaba y me preguntaron que si traía pinturas. Yo les dije que la verdad no. Como todo el tiempo yo andaba pintada pues vieron que sí traía, pero me negué”, relata sobre uno de los momentos en que tuvo contacto con las otras jóvenes que acompañaban al grupo.

Patricia explica que llegó a preguntar cuánto tiempo tenían esas mujeres ahí. “Me contaron que eran de Arcelia, dos hermanas y otra chava que se la pasaba con ellas, que tenían más o menos de 15 a 20 días, y que hasta llevaban puesta la misma ropa”.

La organización tuvo que cambiar de ubicación una vez más. Ella sólo recibió la indicación de su pareja: “Nos vamos a tener que mover, y tienes que hacerlo junto conmigo”. Su destino era la bodega de Tlatlaya, en el Estado de México.

“Llegamos a esa bodega. Se iban a estacionar un rato a descansar [los hombres armados], porque estaba lloviendo y aparte una de las personas de alto poder que llevan el mando fue a un hotel, a bañarse..., quién sabe a cuál, pero se fueron. Fue cuando pasó todo, domingo para amanecer lunes”.

La llamada

Patricia detalla que el contacto que tuvo con Clara antes del enfrentamiento fue a través de una llamada telefónica, después de que uno de los hombres le pidió prestado su celular, puesto que ella era de las pocas personas que aún tenían batería.

El sujeto le dio dos números; al marcar uno de ellos, la mujer que respondió, de nombre Clara, asegura, recibió indicaciones para acudir a la bodega.

La testigo relata que el hombre que le pidió hacer la llamada le dio la siguiente instrucción: “Te va a contestar una chava, una persona que se llama Clara. Le dices que va el taxi, que se prepare, que esté lista, para que no esté esperando el taxi”.

Recuerda que habló con Clara y le indicó: “Que se venga a donde usted ya sabe, que estamos en la bodega”. La mujer del otro lado de la línea respondió: “Ah, ok, sí, está bien, yo allá llego. El taxi sabe también dónde, ¿verdad?”. Patricia afirma que esa fue toda la conversación y colgó.

Las últimas horas

La joven relata que esa noche estaba con su novio. Se fueron a la parte trasera del lugar, hacia la derecha. Ante las dimensiones de la bodega, detalla, adentro también había tres camionetas.

Era de noche, lloviznaba y estaba oscuro. Su pareja se fue a hacer un rondín de guardia. “Escuché que llegó un carro y oí voces”, pero no trató de averiguar si la persona que llegó se trataba de la mujer a la que esperaban, a la de nombre Clara, que le respondió el teléfono. Patricia volvió a dormir.

¿Qué ocurrió?

—En la madrugada empecé escuchar balazos, se oían de afuera para adentro. Todos empezaron a gritar que les habían caído los contras. Se detuvieron los balazos y empezaron a decir que eran militares. Las palabras de los otros fueron: “Ríndanse, llegó el Ejército Mexicano”.

Me quedé acostada y arrastrándome llegué más a la esquina todavía, y había un block, como de 20 centímetros. Lo que hice fue cubrirme el tórax. Dije: “Si me llega a dar una bala en el pie no importa, mientras no me dé en el cuerpo”.

Agaché la cara, casi me doblé para que me cubriera todo el block. Se acercó la chava, Cynthia, y me dice: “¿Qué hacemos?”.

Patricia recuerda esos momentos de miedo en los que pensó que moriría. Tuvo la idea de hacerse pasar como una víctima de secuestro, pensó en sus hijos, en que no la asociaran con el grupo.

Así surgió la idea y le pidió a Cynthia: “Amárrame. La verdad es que tengo hijos, amárrame, por favor”.

Las mujeres encontraron un alambre y también usaron las agujetas de sus botas, lo importante era fingir ser víctimas de plagio. Otros dos hombres que se acercaron a ellas también fueron atados con el mismo propósito, para que así los encontraran a los cuatro los elementos del Ejército cuando entraran al lugar tras cesar el tiroteo.

Después de amarrarse, ¿los cuatro estuvieron juntos en el mismo lugar?

—Quedamos juntos los cuatro, como si nos tuvieran tirados, aunque la chava se pegó más a mí…

¿Después cuánto tiempo pasó para que los encontraran?

—Cuando terminó el dizque enfrentamiento, los militares dijeron que iban a entrar a revisar y que si había alguien adentro que iban a disparar contra los que estuvieran. Grité: “¡No disparen, habemos personas amarradas, secuestradas!”.

Rememora que los soldados preguntaron si estaban armados. “Les respondí: ‘¿Cómo estamos armados?, si estamos amarrados’”, y les dijo que tampoco podían alzar las manos.

¿Qué fue de los hombres que estaban amarrados con ustedes?

—Están muertos.

¿Los que cayeron al lado de ustedes?

—No quiero meterme mucho en eso de los militares, porque pues, sea lo que sea, lo que hicieron o no o por qué lo hicieron es punto y aparte.

Dices que con la lámpara los ubicaron, los levantaron y se los llevaron a la oficina, a una accesoria de la bodega, ¿algo así?

—Sí, a un local.

¿Ellos no fueron con ustedes? ¿Sólo fueron las mujeres?

—Nos pasaron a todos, pero a los chavos los sacaron y después ya no supimos nada de ellos.

Madre e hija

Patricia asegura que en medio del tiroteo mientras intentaba sobrevivir, entre las escenas que vio y no puede olvidar, está la forma en que Érika, la adolescente que conoció en los últimos días, murió.

¿La hija de Clara dónde estaba?

—En la camioneta que estaba enfrente. Cuando empezó la balacera, cuando yo me iba a levantar, vi que ella sacó su arma y disparó; entonces, el otro chavo también disparó y cayeron juntos…

Recuerda que después de que concluyó el enfrentamiento los uniformados alumbraron la zona para revisar. Cuando alertaron que entrarían asegura que de una de las camionetas blancas que estaba estacionada en la bodega salió la mujer a quien después identificaría como Clara.

“Iba subiéndose el pantalón, abrochándose el botón del pantalón y rápido se amarró los tenis. Se bajó corriendo de la camioneta cuando escuchó que iban a entrar y empezó a gritar: “¡Mi hija, mi hija!”.

Los militares se acercaron a la mujer y le indicaron que si alguna de las dos jóvenes que estaban amarradas era su hija y respondió que no. La llevaron a donde estaba el cuerpo de la menor; fue cuando Clara identificó a Érika. “Creo que estaba muerta”, señala la testigo.

¿No viste nada más?

—No, yo vi a las personas que estaban tiradas, muertas. Sí eran varias, pero trato de no hablar de eso…

Patricia explica que tras asegurar el lugar los militares comenzaron a interrogar a las sobrevivientes. “Preguntaron cómo nos llamábamos, que de dónde éramos, en qué trabajábamos, qué hacíamos ahí; entonces, así, bajita la mano, Clara aseguró que iba a decir: ‘Yo vine por mi hija, que la tenían secuestrada, que vine por ella’”.

Cynthia y Patricia habían acordado también que se mantendrían firmes en su versión de que estaban secuestradas. Cada una de las sobrevivientes dio su versión.

“Cuando nos iban a tomar nuestra declaración nos separaron, porque llegaron más militares, llegaron más de Marina, o sea, llegó mucha gente, más los del Ministerio Público, de varios lugares..., peritos, no sé qué tanto. Entonces ya no nos tomaron declaración ahí. Los militares se portaron muy bien con nosotras, sea como sea. Después nos tomaron fotos, hubo muchos movimientos, nos sacaron por una puerta... muchas cosas pasaron ahí”, todo se volvió un caos ante un escenario de 22 civiles muertos en la bodega de Tlatlaya.

Patricia también habla de esas horas posteriores. Las sobrevivientes eran trasladadas a Tejupilco, en vehículos militares. En el trayecto a las mujeres les dieron permiso de pasar al baño.

La joven asegura que Clara aprovechó para decirles a ella y a Cynthia: “Nos vamos a aferrar a lo que vamos a decir allá, que yo fui por mi hija, y ella tenía a su hija desaparecida, y si les llegan a preguntar: ‘No, pues sí, somos secuestradas’, y de ahí no nos van a sacar”.

Molesta, ahora Patricia recuerda ese día. “Ahorita, de todo lo que está diciendo Clara las malas del cuento somos nosotras, más que nada yo. Yo no soy de la delincuencia. Sí acepto que trabajé como sexoservidora, pero cada quien tiene su razón. Nos critican porque creen que se agarra el trabajo más fácil, mas no saben la responsabilidad que uno tiene en casa. Yo mantenía a mi suegra, a mi cuñada y a mis hijos. Aparte de que mis hermanos están encerrados, todavía les mando dinero a ellos. O sea, la responsabilidad la tengo yo. Entonces, ¿por qué hago mi trabajo?, ¿por qué lo hacía? Pues por lo mismo. Yo no fui por ser delincuente o por robar o por matar o por nada.

¿Por qué crees que ella dice que formabas parte del grupo criminal?

—Siento que ella quiso echarme tierra porque ha de haber dicho: “Quemándola nunca se va a presentar, entonces yo puedo decir y hacer y deshacer con mi declaración”. Así como lo ha estado diciendo, que ella es víctima. Ella no es víctima, ella era mujer del señor que la mandó llamar, ¿si no por qué la mando llamar? En ese caso la hubiera contratado, porque si era sexoservidora y no quiso decirlo la hubieran contratado por alguien. Él la mandó llamar directamente y eso me consta porque yo hice la llamada.

Su hija no era secuestrada ni estaba perdida desde hacía días. Incluso, he escuchado que los hijos de la señora o hermanos de la que en paz descanse dijeron que nunca estaba en casa la chamaca, siendo de 16 años... creo que esa edad dicen que tenía. A esa edad la chamaca tiene que estar en su casa. Yo tengo una hija de 13 años y está en mi casa, no está en la calle.

Durante los días que estuviste con el grupo, ¿cuántas veces lograste ver a la hija de Clara ahí?

—Todos los días.

¿Cómo se comportaba ella?, ¿con qué familiaridad se conducía?

—Pues tomaban, se drogaban..., igual las otras. A mí no me gusta la droga; no voy a decir que no la he probado, sí la he probado, sí tomo y lo sigo haciendo, porque es un gusto de cada quien, pero en ese momento, como tenía meses con el chavo, yo estaba embarazada, iba a cumplir apenas dos meses, entonces él lo que trataba de hacer es que yo no tomara ni que probara la droga ni nada, por lo mismo del feto que venía, y que desgraciadamente se me vino, me imagino que por el susto. Y ellas sí convivían, andaban para arriba y para abajo con todos.

¿Y a tu pareja qué le pasó?

—Está muerto. Murieron todos los que estaban ahí.

Patricia asegura que además de lo que enfrentó en la bodega, durante la primera etapa de investigación, cuando fueron trasladadas ante la Procuraduría General de Justicia del Estado de México, las testigos fueron torturadas.

¿Ustedes fueron torturadas?

—Sí, fue cierto, por parte del Ministerio Público. Los militares no, los militares nos trataron muy bien hasta que nos llevaron al lugar, y llegamos a Toluca y ahí fue donde hubo tortura. Es muy feo recordar, he tratado de olvidar, no es bonito que te tapen la cara con una bolsa y no poder respirar.

¿Hicieron preguntas en específico?, ¿te querían implicar?

—Cuando me torturaron querían que yo dijera a qué me dedicaba y cómo llegué ahí; entonces, como yo me aferré a que era secuestrada me dijeron: “No, di la verdad” (...) Al final confesé: “Bueno, la verdad es que sí fui contratada para un servicio, pero no, yo no pertenezco a esa gente”. “¿Y de qué delincuencia eran?”, “no, pues yo no sé...”.

¿En qué momento te decides a contar lo que ocurrió? Han pasado dos años, hasta ahora sólo Clara había hablado.

—Mire, de todas las versiones que ella ha dicho he estado un poco al pendiente. A mí me ha causado problemas, me han querido sacar dinero de algo que yo no tengo. Mucha gente piensa que a mí el gobierno me dio dinero y no me ha dado. Yo me he armado de valor, porque no es bonito recordar, y he tratado de olvidar, pues la verdad se perdieron dos vidas que yo quería en ese lugar, el hijo que esperaba y alguien de quien me había ya encariñado.

Pero de lo que Clara ha estado diciendo, me ha estado causando problemas, no con la ley, no con los mafiosos, sino que la gente que empieza a señalarme. Entonces digo: “No, ya basta”. Lo que sea, hay que sacar la verdad: Clara no es víctima; Cynthia que me perdone, [pero] no es víctima (...) Ha de haber dicho: “Nadie se va a armar de valor para venir a contradecirme”.

Patricia añade que “no tienen nada que decir de mí, si ella dice que soy prostituta o sexoservidora, que lo diga. A mucha honra, lo acepto, siempre lo he dicho, no me espanta. Lo único que quiero es que me deje, que diga la verdad, que ella fue, que su hija igual, también estaban [en la bodega de Tlatlaya] por su voluntad.

¿Hacia dónde ves tu futuro?

—No sé. Lo único que quiero es que se acabe porque no es bonito recordarlo, y si esa señora Clara sigue sacando y sacando cosas vuelve a renacer todo. Sí, sé que todo mundo quiere saber qué pasó en realidad. Sí, no fue balacera, pero tampoco fue otra cosa. Se juntaron las dos cosas (...) Creo que no, no van a volver a saber otra vez qué pasó.

Cuándo dices que no se sabrá lo que pasó realmente, ¿decides callar porque temes represalias?

—Por represalias, más que nada. Pues tuvimos tortura con el gobierno [estatal] y ahorita sé que los militares están fuera; entonces, no vaya a ser la de malas que al rato digan dónde vive ésta o vamos a donde está o desquitarse, ¿no? O sea, prefiero que no sepan qué pasó en realidad con los militares ese día.

¿Hoy vives con miedo?

—Sí, más que nada por mis hijos.

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