Tegucigalpa, Honduras

Las leyendas callejeras cuentan que tras su primera fuga, en enero de 2001, el narcotraficante mexicano Joaquín El Chapo Guzmán acostumbró buscar refugio en haciendas del occidente de Honduras, cerca de la frontera con Guatemala, para esconderse de la implacable persecución internacional en su contra y disfrutar con famosos artistas de la más variada música regional de México, en orgías con sus socios hondureños y guatemaltecos, para las que contrató a bellas y jóvenes mujeres centroamericanas.

Pero más allá de las coloridas historietas que mezclan poder, hedonismo, opulencia, ostentación, derroche, jolgorio y excentricidad, la información dura de inteligencia policial exhibe otra realidad. Pese a que El Chapo sí habría visitado Honduras y Guatemala en esporádicas ocasiones —tres o cuatro veces y sin ninguna prueba documental— en su permanente huida de la cacería policiaca y militar dentro y fuera de México, sus viajes a suelo hondureño, procedente de territorio guatemalteco, tampoco tuvieron un objetivo primario de frivolidad o banalidad.

Como uno de los máximos jerarcas del crimen organizado transnacional, Guzmán Loera llegó a Honduras a “dar directrices” y a “ordenar” a sus asociados mafiosos regionales para que solucionaran sus diferencias, evitaran los choques y altercados violentos, y cedieran para concentrarse en la aspiración básica como cártel: que la operación de transporte, contrabando, almacenamiento y reexportación de drogas, lavado de dinero y control de territorios en complicidad con estratos estatales de seguridad y justicia, fluyeran sin obstáculos.

La información fue obtenida con fuentes de alto rango de los aparatos hondureños de seguridad y es conocida por la estación en este país de la DEA —la agencia antidroga de Estados Unidos—, en una investigación de EL UNIVERSAL sobre el rastro en Honduras de El Chapo, protagonista en julio de este año de una segunda fuga de una prisión de máxima seguridad. “Si alguna vez se movió hasta Centroamérica fue para un negocio, no para fiestas; es para tomar decisiones corporativas”, precisó una de las fuentes.

Los socios

Múltiples versiones que surgieron —en especial después de 2006— ubicaron a Guzmán Loera en festejos y bacanales privados en el occidente de Honduras y en el oriente de Guatemala, por lo que las autoridades de ambos países adujeron que aunque existían esos datos en el rango del rumor admitieron que tampoco obtuvieron un recuento verídico y certero para confirmarlos.

Entre otros hechos, el seguimiento de la huella de Joaquín El Chapo Guzmán en Honduras arrojó las siguientes pistas de la narcoactividad y su penetración política:

En el último trimestre de 2012, El Chapo envió a un emisario de alto rango a Honduras, para que se reuniera con un selecto grupo de dirigentes políticos en una hacienda en el departamento de Colón (nororiente). En la cita participó el hondureño David Leonel Rivera Maradiaga, uno de los líderes del cártel de Los Cachiros, quien opera en esa región.

El enviado de Guzmán Loera entregó dinero para financiar campañas electorales, pero su propósito esencial fue llegar “a poner orden” para dejar en claro las condiciones para los negocios del Cártel de Sinaloa en esta nación y su red de lavado de dinero. Los dos partidos mayoritarios de Honduras, Nacional y Liberal, niegan cualquier nexo con recursos del narcotráfico.

Temerosos de ser asesinados por poderes políticos que pretendían silenciarlos por poseer una abultada información acerca de la penetración del narcotráfico, David Leonel Rivera y su hermano Javier Eriberto huyeron de Honduras presuntamente por mar a principios de este año, se entregaron a la DEA, aparentemente en Bahamas. Los hermanos aportaron a Estados Unidos detalles sobre la realidad de la infiltración criminal en la política de este país.

El Chapo y su Cártel de Sinaloa pagan una comisión de 2 mil 400 dólares a las agrupaciones criminales hondureñas por cada kilo de cocaína que llega por avión y por mar a la zona oriental caribeña de ese país, procedente de Colombia y Venezuela, para que sea trasladado por tierra a Guatemala en ruta a México y Estados Unidos. La revelación de la cifra fue hecha a oficiales de esta nación por los hermanos hondureños Miguel Arnulfo y Luis Alonso Valle Valle —jefes del Cártel de Los Valles, del occidente de Honduras— tras su arresto el 5 de octubre de 2014 en un sector montañoso limítrofe con Guatemala; ambos fueron extraditados a EU en diciembre de 2013.

Los cargamentos de droga ingresan por el mar Caribe a la Mosquitia hondureña, en el oriental departamento de Gracias a Dios, y a otros puntos del litoral o pistas clandestinas de aviación, aunque también se introducen por tierra desde Nicaragua, ya que se modifican constantemente las tretas de transporte. La mercancía es entregada por los colombianos a los mexicanos o a los enlaces hondureños de éstos.

Aunque la presencia de Guzmán Loera en Centroamérica se remonta a 1993, con su captura en junio de ese año en suelo guatemalteco, cerca de la frontera con México y luego de huir por El Salvador y Honduras, la influencia más importante en la zona la ejerció a partir de su primera fuga en 2001. A finales de la década de 1990, en prisión, entabló nexos en Guatemala.

Con la fuerte irrupción del Cártel de Sinaloa, los principales enlaces de Joaquín El Chapo Guzmán con mafiosos hondureños se lograron a inicios de este siglo y con apoyo principalmente del Cártel de Los Lorenzana, el cual operó en el oriente guatemalteco, limítrofe con Honduras, y que ahora está desmembrado.

Guzmán Loera y su red han mantenido transacciones de tránsito de cocaína con los cárteles hondureños de Los Valles, Los Cachiros y Don H (los tres ya debilitados o desbaratados) y Los Handal, así como con las organizaciones criminales controladas por caudillos locales aliados a sectores políticos, militares y policiales corruptos, como el hondureño Alexánder Ardón, cacique empresarial y político en Copán (occidente). Los departamentos de Copán y Santa Bárbara son señalados como cruciales para la cadena de El Chapo y para sus aparentemente ocasionales visitas.

El jefe del Cártel de Sinaloa opera en los departamentos de Gracias a Dios, Colón, Cortés (noroccidente), Copán, Santa Bárbara y Olancho (centro-oriente) y se relaciona con los jefes locales y regionales de los clanes mafiosos ligados a cárteles hondureños y con ramificaciones políticas.

Control

A sabiendas de que Honduras tiene una posición geográfica estratégica en los corredores aéreos, terrestres y marítimos del contrabando de estupefacientes por el litoral de Centroamérica sobre el mar Caribe, las mafias controladas por El Chapo dominan una ruta que nace en Colombia y Venezuela, desde donde las aeronaves despegan para sobrevolar a baja altura y cerca de las costas para eludir el control de los radares, y proseguir hacia México y Estados Unidos.

Con este escenario, las fábulas alimentadas y transmitidas en los últimos años por el morbo popular llegaron a relatar que El Chapo había llegado a mansiones en diminutos y lejanos poblados, como El Espíritu, en el municipio de Florida, Copán, para hundirse en sus juergas de depravación —vicio, libertinaje, poder— con las castas criminales criollas.

Y aunque quizás hasta bebió, cantó, bailó y cayó en jolgorios con jóvenes centroamericanas nunca perdió su rango superior como el “más fuerte” de los capos: vino a poner orden.

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