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El día en que los mexicanos desbordaron el sur de Chicago —para celebrar por primera vez en la era Trump la Batalla del 5 de Mayo— amaneció soleado. Los paisanos salieron a las calles sin miedo y se fundieron para ratificar su dignidad.

Los organizadores estiman que fueron 120 mil personas las que gritaron: “Viva México”, para dejar claro que están aquí, trabajando, estudiando, unos construyendo una vida alejados de su familia, otros presumiendo su origen, pero cada cual luchando por los suyos aquí y allá, en su tierra.

Desde temprano la calle Cermak fue cerrada por la policía de Chicago, desde el aire, un helicóptero vigila cada movimiento. En las bocacalles desde Damen y hasta Marshall hay oficiales de civil y uniformados para vigilar, es zona de pandillas, pero ahí están las familias.

No hay una nube en el cielo, pero el ambiente se siente helado. En la esquina de Cermak y Damen bandas escolares esperan el arranque del desfile, aún faltan dos horas. Llegan jinetes a caballo y decenas de motociclistas alistan carros alegóricos.

Este desfile se realiza desde hace más de 30 años, pero hoy no tiene el aval del Consulado General de México. Celebraron ayer porque el viernes la mayoría fue a trabajar.

Para las 11 de la mañana la gente aparta lugares a los dos lados de la calle, los policías hablan por radio y ordenan que estén alerta. Media hora después llegan los mexicanos en oleadas, salen del barrio de Pilsen, llegan de La Villita.

Es el día de México, dicen, y las pandillas de uno y otro lado están en paz, aunque sea por un momento.

A su lado están las familias, los niños que no hablan español pero que se emocionan al paso de los caballos, de los charros, de la música con tambora, de los clubes infantiles de futbol, de los chinelos, de las reinas de belleza, se emocionan igual que sus padres que añoran su tierra.

Brenda Martínez, profesora de tercer grado de la primaria Enrico Tonti, organiza a un grupo de niñas vestidas con faldones mexicanos, enaguas de manta y blusa blanca, moños de colores en el cabello. Es ciudadana estadounidense, pero sus padres son de Durango.

En el ambiente se escucha Piel Morena de Thalía. Ella explica que llevó a sus niños a desfilar para que entiendan que el 5 de Mayo no es la Independencia de México, sino la Batalla de Puebla, el triunfo contra Francia y la defensa de la dignidad y orgullo mexicano.

Es una joven alta y rubia, lamenta que aún viva en un país que retrocede al demostrar que el racismo sigue vivo. “Nosotros como adultos hispanos debemos educar a nuestros hijos y decirles que la educación es la clave número uno para enfrentar ese mal”, dice.

A unos metros, una niña con falda roja, blusa blanca y bandera en la mano, grita a todo pulmón: “Viva México”. A unos pasos, los chinelos calientan motores, bailan sin parar. Herminio Díaz, el mayor de los jinetes que recorrerán los 3.5 kilómetros con sombrero de charro y espuelas, hace bailar al 30 30. Un anciano vende banderitas de México a 3 dólares.

Jovi es un caballo enano que jala una pequeña carreta, las riendas la lleva Rodrigo Madrigal, es del pueblo de Valle de Guadalupe, cerca de Zamora, Michoacán, vive en Indiana pero se levantó temprano para llegar a Chicago, lo acompaña la pequeña Sol, ambos con sombreros charros. Tienen un rancho que se llama Los Venados.

“Venimos a celebrar el 5 de Mayo, venimos para que toda la gente se sienta contenta. Celebramos porque es momento de levantar la cara y celebrar la dignidad, que no haya más deportaciones y ojalá Dios quiera se hagan más desfiles para hacer más protestas para que salga toda la gente”.

Se indigna de que hayan tachado a los mexicanos de narcotraficantes y violentos: “Nosotros venimos a trabajar, no venimos a quitarle el trabajo a nadie, venimos para progresar. Es muy importante que los mexicanos que estamos aquí nos unamos para protestar y luchar por lo bueno”, dice.

Se oye regetón y las mujeres saludan a los extraños. A las 12:00 horas arranca el desfile, al frente va Héctor Escobar, lo acompaña el que fuera uno de los primeros representantes mexicanos en los concilios de Chicago, Juan Manuel Soliz y Susana Mendoza, quien fue la contralora estatal.

Escobar, poblano y principal organizador del desfile, subraya que con este evento se demuestra que los mexicanos no son criminales, que tienen cultura, que es gente trabajadora y que vienen a Estados Unidos a progresar. “Este país nos ha dado mucho y desgraciadamente tenemos ahora que lidiar con el presidente Donald Trump, pero la comunidad está unida”.

El poblano considera que hay muchas situaciones injustas desde el inicio del gobierno del presidente Trump, principalmente, en servicios sociales como la atención médica y la política migratoria. “Con la comunidad unida vamos a salir adelante, esa unidad se logrará con eventos masivos como éste en todo el país”, afirma.

Pasan 90 minutos, una niñas se sientan en la banqueta y se cubren el sol con la Bandera Nacional. Desde los carros alegóricos lanzan dulces a las filas. La bandera de México ha inundado el sur de Chicago. El motor de las motos resuena en Marshall Boulevard. Al fondo está la Escuela Primaria Spry. Una escultura de religiosos guiando a colonizadores muestra en su base pintas de pandillas mexicanas que se disputan el territorio. Este domingo de celebración se echó la dignidad por delante.

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