En los campos de golf los políticos no sólo golpean la pelota. También platican, negocian, acuerdan e intercambian puntos de vista que pueden repercutir en la vida de un país. Decenas de hectáreas de pasto verde lo han atestiguado e indirectamente se han convertido en garantía de privacidad absoluta para presidentes, gobernadores, diputados y senadores que —sin testigos— pueden hablar de propuestas y decisiones vinculadas con la naturaleza de sus oficios.

“Sí, es un acercamiento íntimo para platicar, conversar y hasta cambiar de opinión. Un campo tiene en promedio 60 hectáreas, así que imagínate la distancia entre los jugadores, lo que es garantía de discreción”, considera Pablo Suinaga, quien encabeza la Federación Mexicana de Golf (FMG). “Desde mi perspectiva, allí se platican los términos y condiciones de un contrato, asuntos políticos y públicos. Tal vez no cierras el negocio ahí, eso se hace en la oficina con documentos. Pero este deporte es muy importante en términos de acercamiento, pláticas y condiciones. No lo dudo”, afirma.

En México esta federación cuenta con un registro de clubes de golf; son 131 y una parte de ellos se ubica en destinos turísticos o de playa. Aunque públicamente se desconoce cuántos políticos juegan, la prensa, redes sociales, revistas de sociedad, especializadas y blogs han dado cuenta de quiénes han sucumbido ante los encantos de los bastones y la pequeña pelota.

Sabido es que al presidente Peña Nieto le gusta jugar con el senador Emilio Gamboa, quien lo invita frecuentemente al Club de Golf Chapultepec; su vínculo deportivo se extiende al hermano del mandatario, Arturo Peña Nieto, quien también ha jugado con el hijo del legislador, Pablo Emilio Gamboa Miner. Dentro del círculo político cercano al mandatario juegan también los secretarios de Desarrollo Social, Luis Enrique Miranda; de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray; de Hacienda, José Antonio Meade, y de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, quien tiene poco tiempo practicándolo. No se queda atrás la titular del DIF, la ex diputada Laura Barrera, quien, se dice, es muy buena.

En el grupo de gobernadores —en turno o salientes— que gustan de este deporte, destacan el coahuilense Rubén Moreira; los veracruzanos Javier Duarte y Fidel Herrera; el bajacaliforniano Kiko Vega; el chihuahuense Javier Corral; los sinaloenses Mario López Valdés y Quirino Ordaz; Carlos Mendoza, de Baja California Sur; Silverio Cavazos, de Colima, y Alejandro Moreno, de Campeche, entre otros.

También hay legisladores que disfrutan de este deporte, como Alejandro Zapata Perogordo, San Luis Potosí; Rodolfo Dorador, de Durango, o Mauricio Toledo, de la Ciudad de México. O presidentes de partidos como Enrique Ochoa Reza, quien gusta de jugar en el Club Campestre. Ex presidentes como Miguel Alemán, Luis Echeverría o Miguel de la Madrid. Hay además ex ministros de la Suprema Corte de Justicia que, tras su retiro, han hecho del golf uno de sus principales pasatiempos. Los religiosos no se quedan atrás, como reconoció el ex abad de la Basílica de Guadalupe, Guillermo Schulenburg, quien lo jugó 40 años de 93 que vivió.

“Me considero un buen golfista, como presidente practicaba de vez en cuando, pero al salir de la Presidencia empecé a practicarlo más… Creo que el golf es como la política, ya que es difícil pegarle a la bolita… En un campo de golf se habla de trabajo y negocios, pero la solución se encuentra en las oficinas. Aquí sólo cambias impresiones”, dijo en 2004 el ex presidente Miguel de la Madrid Hurtado en una entrevista con Televisión Azteca.

Y Fidel Herrera, en la inauguración de la Copa Gobernadores, el 13 de marzo 2010, declaró: “El golf es para mí como debe ser la vida, pero sobre todo, como es la política; en el golf gana el que da menos golpes”.

Deporte de élite

Alberto Kaneda, destacado golfista desde hace 25 años y quien actualmente es entrenador y empresario en el ramo, considera que los políticos aman esta actividad porque el campo les brinda un espacio de relajación, concentración y toma de decisiones.

“En México es considerado un deporte de élite; ojalá esa idea cambiara para dejar de satanizar esta actividad como exclusiva de ricos. En Estados Unidos presidentes y funcionarios públicos lo juegan abiertamente, porque es mucho más accesible. Mira este ejemplo, si te digo que hay un político que a diario corre cinco kilómetros, la gente lo ve bien; pero si juega golf, entonces no”.

Probablemente la historia explique las razones de esta percepción. El doctor Hugo Cerón en su estudio La historia del golf en México relata que este deporte llegó a finales del siglo XIX, cuando las empresas extranjeras se asentaron en varios estados para la extracción de petróleo. Americanos e ingleses de alta jerarquía fueron los principales fundadores y socios de los primeros campos en la Ciudad de México, Tampico, Monterrey, Pachuca o Guadalajara. Y aunque los asistentes más asiduos fueron extranjeros, también hubo una que otra familia mexicana adinerada.

Durante el porfiriato, señala la investigación, el número de golfistas mexicanos creció; sin embargo, la Revolución interrumpió su desarrollo. El golf resurgió años después durante el callismo, cuando secretarios de gabinete, empresarios y banqueros se reunían en el Club Chapultepec o el Country Club, para jugar. A partir de los años 40, el ex presidente Miguel Alemán le dio un nuevo impulso al fundar el Club México y, más adelante, el primer torneo Abierto Mexicano de Golf. A partir de ahí, afirma Cerón, nació la mexicanización de ese deporte que a la fecha conserva su estatus.

Por ejemplo, quien desea aprenderlo y practicarlo debe —forzosamente— inscribirse a un club cuyos requisitos de ingreso incluyen un pago promedio de 600 mil pesos más mensualidades; currículum, cartas de recomendación y en algunos casos es necesario adquirir acciones de ese lugar. Quienes eligen no inscribirse sólo tienen dos alternativas: pagar por ingresar a los campos ubicados dentro de prestigiados resorts turísticos, o bien, esperar a ser el invitado de algún socio en un club.

Doblegarse ante el campo

Pablo Suinaga no preside la FMG por casualidad, sino porque tiene detrás tres generaciones de golfistas (bisabuelos, abuelos y padres); él es la cuarta y sus hijos, la quinta. “He jugado con algunos secretarios de Estado, gobernadores, senadores y diputados. Sus ritmos de vida son ajetreados, agitados y el campo les permite jugar en santa paz; a veces llevan sus teléfonos por necesidad, pero deben permanecer en vibrador; como le decía, es un lugar donde pueden conversar y platicar con asesores y gente cercana, de manera confidencial y privada”.

Aunque parece sencillo pegar con un bastón a la pelota, el reto consiste en aplicar las reglas del juego que requieren experiencia y concentración, pero también otro tipo de valores como la humildad para reconocer cuando no saben jugar; honestidad para hablar de su handycap (número de golpes en un campo), así como saber perder y pagar (en caso de apuesta).

“Hay políticos que conocen perfectamente las reglas y te cuesta trabajo ganarles. Otros que aseguran que desde niños jugaron, pero nunca han agarrado un bastón y a la hora de golpear la pelota le dan a todo, menos a ésta. He visto senadores hacer berrinches espantosos, aunque después terminen por reconocer que un campo los doblegó, porque entienden que jugar no es tan sencillo como creían”, detalla.

Suinaga recuerda una anécdota con el ex titular de la Conade, Carlos Hermosillo: “Dijo haber jugado muchas veces y al momento de golpear, durante los dos primeros hoyos, lo hizo en varias ocasiones de manera regular. Fue hasta el tercer hoyo que se dio por vencido y terminó por dejar el campo para irse a tomar un masaje”.

Esa es una de las razones por las que buscan instructores que les enseñen a jugar o mejorar su desempeño, y Alberto Kaneda ha sido uno de ellos. “En mi experiencia, son pocos los políticos que juegan golf, porque el tiempo los limita; no pueden estar todo el tiempo allí y me lo han dicho claro: ‘Es que tengo mucho trabajo, estamos en campaña o ya entramos en funciones’. El golf es muy celoso, requiere práctica continua. Así que mi interacción con ellos ha sido, algunas veces, darles algún consejo cuando los encuentro en algún evento. Pero con quienes han sido mis alumnos, debo buscar el ángulo de cómo comunicarme con ellos, pues hay todo tipo de personalidades como el que analiza todo, el que escucha o el que solamente ve. Y ese es mi reto como instructor”, explica.

Entrado en confianza, el experto relata la que, considera, ha sido su mejor clase: “Un político tenía problemas con un tiro y sólo tenía cinco minutos para recibir mi ayuda: ‘¿Usted me va a enseñar a mejorar?’, preguntó. Sí, yo lo haré, respondí. Su cara fue de cero expresión, había presión en el ambiente. Si no lo convencía a la primera, perdería su atención. Así que apliqué un método que aprendí de mis profesores, le pedí hacer dos o tres movimientos y finalmente logró hacer un buen tiro. Inmediatamente cambió la expresión de su rostro, todo el mundo respiró y yo respiré también. Al irse, dijo: ‘Efectivamente, usted es muy buen instructor’”.

Golfistas “de clóset”

Jorge Rojas, director de la revista virtual Begolf.mx, tiene 12 años de conocer este deporte, de los cuales en ocho ha tenido contacto con políticos que lo practican. En su experiencia, considera que en el campo no existen partidos ni colores, sino el tiempo que estos personajes comparten, ya sea para negociar o bien, para hacer amistades durante las cuatro horas promedio que dura un juego.

“Aquí no hay rivales, sino caballerosidad y respeto. No obstante, ha sido complicado fotografiarlos porque se esconden para evitar prejuicios. La mayoría de los clubes son privados y el acceso es restringido. Logras verlos en algún torneo de beneficencia o en eventos públicos. Pero la realidad es que esto es un poquito ‘de clóset’, porque no es una actividad popular; así que cuidan su imagen y prefieren no mostrarse muy vinculados al golf”, dice el experto.

Narra: “Era 2012 y estábamos tomando fotos a un golfista que estaba pegando a la pelota en el último hoyo. Por su gorra no pusimos atención en quién era, hasta que se la quitó. Fue entonces que vimos que era Rubén Moreira, quien nos miró y dijo: ‘¡Era lo que me faltaba! ¡Tener las cámaras para poder jugar mejor!’”.

Otro episodio ocurrió en el Club Tres Marías, en Morelia, Michoacán, donde encontró al entonces gobernador, Leonel Godoy: “No era muy asiduo para jugar, pero le gustaba pasearse en los torneos. En alguna ocasión lo encontramos con un martini en la mano, teníamos la foto, pero su gente cercana nos pidió no publicarla y tuvimos esa cortesía con ellos”.

¿Campos públicos?

La FMG y Alberto Kaneda coinciden en que los políticos, además de practicar este deporte, pueden hacer algo más: trabajar para despojarlo de su élite y apoyar la creación de campos públicos en los que cualquier ciudadano pueda vivir la experiencia de jugar golf.

“Que el golf sea más accesible para todos, por ser un deporte noble y gratificante. Se puede empezar primero con un pequeño campo de prácticas públicas en cualquier parque, con bastones donados”, adelanta Kaneda.

Mientras que Pablo Suinaga remata: “Se necesita promover este deporte y abrirlo para todos, no sólo a un pequeño sector; y eso requiere de apoyo gubernamental”.

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