Han pasado casi tres meses desde la elección del señor Trump y dos semanas desde que asumió la presidencia. El mundo está en vilo ante el cambio radical en las formas, los principios y las políticas de quien estará cuando menos cuatro años al frente de la primera potencia mundial.

Lo que propone el señor Trump constituye una amenaza contra la aspiración de construir un mundo abierto, diverso, incluyente e igualitario. Un mundo en el que el Derecho Internacional sea la norma, la cooperación entre las naciones la regla y la solidaridad entre los pueblos el modelo a seguir. Frente a estos objetivos, Trump plantea un embate contra la diversidad de identidades, la tolerancia, el libre comercio y la protección de los derechos humanos. Un país que daría cabida a la discriminación por nacionalidad, condición migratoria, género, raza, religión o preferencia sexual.

Trump es una amenaza global. Pero México es particularmente vulnerable frente a sus políticas, por razones geopolíticas, económicas y migratorias. Los mexicanos, de aquí y de allá, están a merced del proteccionismo comercial que promueve, del racismo y la xenofobia que lo caracterizan. Su empeño por levantar un muro entre las dos naciones y deportar al mayor número posible de migrantes legales e ilegales, a quienes calificó sin más de “hombres malos”, es sólo una de las manifestaciones de aislamiento y violencia. También quiere provocar el retiro del mayor monto posible de inversiones que los empresarios estadounidenses han hecho en México bajo el falaz argumento de que esto le quita empleo a los estadounidenses.

Enfrentar esta amenaza es fundamentalmente responsabilidad del gobierno. A éste le corresponde negociar con el gobierno de Estados Unidos y conducir los términos de una relación extraordinariamente compleja en un entorno adverso. Su misión es defender los intereses de los mexicanos y promover la mejor relación posible entre nuestras naciones. Para ello debe también fortalecer nuestras instituciones y asumir acciones concretas contra los principales problemas internos como la pobreza y la desigualdad, la inseguridad y la violencia, la corrupción y la impunidad. Un México fuerte en lo interno es la mejor receta para negociar frente a un gobierno que está empeñado en afectarnos.

Pero la sociedad también tiene responsabilidad y un papel que jugar. Las universidades y centros de educación superior ofreciendo espacio —como lo hizo ya la UNAM— a los estudiantes mexicanos que se vean en dificultades para proseguir sus estudios en Estados Unidos, los colegios de abogados aportando la defensoría de migrantes deportados, las organizaciones de mujeres defendiendo el derecho sobre su cuerpo, los think tanks aportando evidencia sobre la contribución de los migrantes a la economía y la cultura estadounidenses, los empresarios promoviendo las ventajas competitivas y el potencial económico de México.

La sociedad tiene, además, que manifestarse en favor del respeto a su país, de su dignidad, de los derechos de los migrantes, de la reintegración de las familias, del libre tránsito de mercancías, de la protección de las remesas, de la apertura de las fronteras. Y también hay que tender puentes hacia los miles de norteamericanos que, desde la primera línea de la resistencia, combaten y se oponen a una visión cerrada y excluyente. Tenemos en Estados Unidos a muchos aliados que han mostrado solidaridad y empatía.

Hasta el momento no hemos salido a la calle. Las conversaciones de café no son suficientes. La apatía y falta de participación duelen. Pero más que doler constituyen un arma en manos de Trump. No sumar esfuerzos y unir voces para —por lo pronto— manifestar nuestro rechazo e indignación ante sus pretensiones, es tanto como decirle que puede seguir adelante y que aquí no encontrará oposición.

Por todo ello, los invitamos a marchar el próximo domingo. Para dar una muestra de vitalidad, compromisos y solidaridad. Para hacerle saber al gobierno de Estados Unidos que hay miles de personas que no aceptan ser espectadores pasivos de la intolerancia y el desprecio y que quieren hacer escuchar su voz. La cita es en el Auditorio Nacional a las 12 del día para mostrar un México que vibra.

María Amparo Casar es especialista en temas de política mexicana y política comparada.

Sergio López Ayllón es director del CIDE.

Pedro Salazar es director del IIJ-UNAM

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