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Chilpancingo, Gro.— “Un martes de 2014, a las 12 de día, llegaron tranquilamente 12 personas armadas hasta los dientes. Pararon los camiones con los que trabajo, me llamaron y me citaron a una casa de seguridad. Me dijeron que tenían una lista de empresarios constructores y que yo estaba incluido, que tenía que colaborar para su nómina. Platique con ellos como dos horas, me querían llevar secuestrado, pero les dije que era mejor que me dejaran en libertad porque iba ser más fácil reunirles la cantidad que me pedían. Me dieron una semana.

“Un empleado mío llevó la cantidad a un paraje. Se llevaron las utilidades de muchos años, incluso tuve que pedir prestado. Creí que estaba solucionado el asunto. A los 15 días regresó el mismo grupo a pedirme otra cantidad similar. No acepte y huí. Durante tres meses tuve mi oficina ambulante, en mi carro. Cerré mi negocio. Dormía dos horas por día en promedio por estar esperando que llegaran a mi casa”.

—¿Desde entonces hay momentos en que se siente seguro?

—No. Vivo con la sicosis; siempre ando viendo quién está cerca de mi, en la esquina, en mi colonia, siempre estoy atento de los carros desconocidos. En mi negocio hay cámaras de video. Nos cambió la vida.

Quien habla es Adrián Alarcón Ríos, presidente de la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex) en Chilpancingo, la ciudad donde 96.2% de sus pobladores se siente inseguro, según una encuesta del Inegi.

Alarcón Ríos ha tomado medida inquebrantables: no sale de noche, no va a fiestas, siempre está reportándose con los otros empresarios y nunca duerme sin tener en el buro su pistola. Trabaja menos horas por la inseguridad y, porque dice, no tiene caso producir mucho si no hay quien le compre.

“No sólo es un asunto de percepción, hay que decirlo: lo estamos sintiendo, no sólo es algo que está ahí, es la realidad”.

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