Los capítulos del Rusiagate no terminan y ayer se acumularon nuevos datos que añaden todavía más elementos a la posible colusión entre el Kremlin y la figura y el entorno del presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

La primera sorpresa la destapó el reconocido experto en geopolítica Ian Bremmer: Trump y el presidente ruso, Vladimir Putin, tuvieron una reunión no conocida hasta ahora de más de una hora en los márgenes del G20. Según contaron fuentes oficiales, el magnate estadounidense fue a sentarse al lado de su homólogo ruso tras una cena oficial. El único testigo fue el traductor ruso.

El escándalo fue mayúsculo. El desconocimiento de la existencia de ese encuentro alertó a propios y extraños, añadiendo, además, la dificultad que habrá en conocer el verdadero contenido de ese diálogo. Trump negó que fuera algo sobrenatural y lo calificó de un ejemplo más de “noticias falsas”. “La historia de la cena secreta con Putin es de locos”, tuiteó el presidente, acusando a los medios de convertir un simple banquete en algo “siniestro”.

La Casa Blanca también negó que fuera algo oficial o con sustento. “No hubo segundo encuentro entre el presidente Trump y el presidente Putin, sólo una breve conversación al final de la cena. La insinuación de que la Casa Blanca ha intentado ‘ocultar’ una segunda reunión es falsa, maliciosa y ridícula”, dijo un portavoz presidencial en un comunicado enviado a periodistas.

Sin embargo, son justo las reuniones no reportadas de personas cercanas al equipo de Trump con funcionarios rusos las que más dolores de cabeza han dado a la Casa Blanca.

De reuniones que se hacen públicas también sabe el primogénito de la familia, Donald Jr., quien estaba hasta ayer en el centro de la polémica de los lazos entre los Trump y Moscú. En este flanco ayer se reveló la identidad de una octava persona que habría participado en el encuentro de Donald Jr. con una abogada rusa para que le pasara información dañina sobre la entonces candidata demócrata Hillary Clinton, en beneficio de la campaña del republicano. Se trata de Ike Kaveladke, ciudadano estadounidense empleado de alto rango del magnate inmobiliario ruso Aras Agalarov, precisamente uno de los intermediarios que mostraron interés en el traspaso de información sucia sobre de Clinton.

Según contó su abogado, creía que iba como traductor, pero al final se encontró que estaba en la reunión con Donald Jr., Jared Kushner (el yerno de magnate) y Paul Manafort (por entonces jefe de campaña republicana) en calidad de representante de su jefe, Agalarov, íntimo amigo de Trump.

El embrollo es tal que los comités de investigación del caso del Congreso llevan días viendo las opciones de llamar a todos los implicados del caso para que cuenten su versión de lo que sucedió en esa reunión.

Ayer, la senadora demócrata Diane Feinstein anunció que el fiscal especial que está investigando el caso, Robert Mueller, dio luz verde a que comparezcan ante los senadores tanto Donald Jr. como Manafort. Se espera que la citación oficial se produzca en las próximas horas.

De manera increíble, 45% de los seguidores de Trump creen que la reunión nunca existió, según una encuesta del Public Policy Polling, a pesar de que fue el propio hijo de Trump el que la confirmó.

En otros aspectos de la relación Estados Unidos-Rusia, la Casa Blanca anunció ayer la intención de convertir al ex gobernador de Utah, ex candidato presidencial republicano en 2012 y ex embajador en China (2009-2012), John Huntsman, en el nuevo embajador de EU en Moscú.

Su nominación deberá ser confirmada por el Senado.

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