Un día de marchas y enfrentamientos en Caracas se ha convertido en una estampa cotidiana. Los principales puntos para entrar a la capital venezolana son, casi a diario, bloqueados por un grupo de jóvenes de entre 12 a 25 años que protestan, aseguran, por la libertad del país. 

Desde la Plaza Altamira, en el este de la ciudad, salen para encontrarse con otros contingentes en la autopista Francisco Fajardo, un lugar que se ha convertido en un campo de batalla en los últimos meses.

Se hacen llamar “Los escuderos de la libertad”; son los chamos (chavos) que encuentran en las calles las armas para enfrentar lo que ellos llaman la represión de la Guardia Nacional Bolivariana y de la policía. Con los rostros cubiertos, los  chamos  van en la primera línea del contingente. Desde muy temprano se alistan y preparan sus bombas molotov hechas con gasolina y botellas de cerveza, llevando consigo la bandera venezolana, piedras, resorteras, palos e, incluso, “granadas” que ellos mismos fabrican con cohetes y piezas metálicas como tornillos, clavos y tuercas.

“Nos preparamos con lo que encontramos en las calles: cristal, madera, botellas, todo eso se consigue por ahí y la gente que colabora pues.  Ahorita no tenemos posibilidad [de comprar nada] porque uno trabaja, gana un sueldo mínimo y no te alcanza para nada. No vale la pena trabajar por nada. Entonces, lo que sigue es luchar”, relata a EL UNIVERSAL uno de los escuderos.

Su protección son cascos, máscaras antigases, paliacates para cubrirse la boca y nariz, chalecos protectores hechos con tapetes de auto y sus famosos escudos hechos con plásticos, madera y aluminio. Ellos están conscientes de que eso no los protege de los perdigones, las balas de goma, los chorros de agua o el gas lacrimógeno que lanza la policía y Guardia Nacional Bolivariana. “Sí me da miedo venir sin protección pero mira, queremos que Venezuela cambie, porque si no cambia vamos a seguir pasando hambre”, asegura otro de los chicos, quienes se niegan a dar su nombre por temor a que las autoridades los identifiquen y los detengan.

A lo largo de más de tres meses de protestas, que han dejado —hasta ayer— 94 muertos y cientos de heridos, estos jóvenes, que en su mayoría no estudian ni trabajan, pasan todos los días bloqueando las avenidas y pidiendo ayuda en los semáforos para comprar su “equipo”.

Las calles de Caracas se han convertido en su escondite: usan las coladeras como pequeñas bodegas para guardar sus escudos y sus armas para el siguiente día. Estos muchachos no están solos. Detrás de ellos se encuentran aquellos inconformes con el gobierno y simpatizantes de la oposición, quienes los apoyan con comida y ropa.

“¿Sabes quiénes somos realmente las personas que ponemos la vida por este país? Somos jóvenes de la calle, de barrio, jóvenes humildes, jóvenes que decidimos dejar nuestras familias, dejar nuestros estudios, nuestros trabajos, para salir a las calles por la democracia; porque queremos que nos escuchen, no queremos que nos controlen. No estamos en ningún partido político, no pertenecemos a [el líder opositor Henrique] Capriles ni a Leopoldo [López, ex alcalde de Chacao, en detención domiciliaria]; no pertenecemos a ningún tipo de gobierno. Somos jóvenes con amor suficiente, con valor para seguir en las calles, porque queremos. Nadie nos paga, nadie nos mantiene aquí por algún tipo de interés; nuestro único deseo es cambiar Venezuela”, relata otro chico.

Al terminar casi dos horas de mitin y posicionamientos por parte de algunos líderes de la oposición que se dan cita en las manifestaciones, los escuderos se quedan en la calle e inicia el desafío a los agentes. En su andar por la autopista se colocan frente a la Base Aérea Generalísimo Francisco Miranda, también conocida como Base Aérea de La Carlota, y ahí empiezan a romper las rejas, pintar el asfalto, romper botellas, sin importarles que la policía esté del otro lado.

Los jóvenes buscan de alguna forma confrontarse con la autoridad; lanzan bombas y cohetes como si patearan un balón de futbol; algunos, incluso, llevan sus “granadas” en las manos.

La Guardia Nacional Bolivariana espera, no siempre responde a las agresiones. Si no hay enfrentamiento, los escuderos se suben a una camioneta y se van a continuar su protesta a la Plaza Altamira; ahí queman basura y se preparan entre ellos para esperar a los policías, que se concentran del otro lado de la calle.

Algunos llegan a las movilizaciones bajo el efecto de alguna sustancia o han consumido varias cervezas, que venden algunas personas en las marchas. Todos se plantan con sus escudos, botellas, palos, piedras y bombas en mano para arrojárselas a las autoridades. Gritan a los policías que no se moverán, que no se van a dejar intimidar, pero en cuanto se pone en marcha el primer grupo motorizado de policías, todos corren a esconderse, nadie quiere que se lo lleven.

La prensa echa a correr por las calles donde ingresa la policía, quieren la mejor toma. Los elementos de seguridad lanzan los primeros gases. De un edificio se llevan a dos o tres muchachos, entran los voluntarios de la Cruz Roja. 

Tras unos minutos de escaramuzas y llevarse detenidos a unos cuantos jóvenes, la policía se retira. Los escuderos esperan y después salen para ver quién de sus compañeros ya no está. Algunos días deciden seguir con el bloqueo, otros simplemente se retiran y la Plaza Altamira luce como si no pasara nada. Al día siguiente, los escuderos regresarán y la historia se repetirá.

Al preguntarles si el enfrenamiento es la solución, la respuesta resulta contradictoria: “Eso es lo que buscamos de verdad, de corazón. Lo que queremos es un cambio, pero lo queremos pacífico y ellos lo quieren todo con guerra, con violencia, con humo. Lo que pedimos de verdad es que sea una Venezuela tranquila, con paz y con amor”, dice un escudero.

Su objetivo es lograr que los policías bajen sus armas. “Sólo queremos crecer y ser mejores personas”, dice.

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