Después de todo, la llegada de Donald Trump a la presidencia estadounidense no resultó ser tan mala noticia para la Unión Europea. La política aislacionista del magnate y el caos que vive la Casa Blanca, “donde no se sabe quién tiene el control y en qué condiciones”, está contribuyendo a cambiar el estado de ánimo de los ciudadanos y líderes comunitarios a favor de Europa, que viene arrastrando una crisis de confianza desde hace años, dice en entrevista Pauline Massart, directora adjunta de la unidad de geopolítica del think tank Friends of Europe.

Igualmente, continúa, “Europa está despertando” ante la preocupante cercanía entre Moscú y Washington, la creciente inestabilidad en Medio Oriente y el giro antidemocrático dado por su mayor socio en la región, Turquía, miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). A nivel interno, las sucesivas derrotas de los populistas en las urnas, primero en diciembre en Austria, después en Holanda, en marzo pasado, y por último en Francia, en mayo, han sido clave para revertir el clima negativo que se sentía respecto al ámbito europeo.

Luego del triunfo de Donald Trump y el Brexit (la salida de Reino Unido de la UE), las fuerzas extremistas tenían la certeza de que Europa viviría este año una “primavera nacionalista” que llevaría al fin de la Unión Europea.

“Hay un clima favorable al cambio, tanto entre la ciudadanía como en los responsables de las decisiones, hay la convicción de que la situación no puede seguir siendo business as usual [lo de siempre]”, dice Massart. “Pero la pregunta es: ¿Cómo eso se puede traducir en beneficios directos para la ciudadanía en términos de crecimiento, empleos, seguridad social y seguridad?”, indica.

La canciller alemana Angela Merkel trazó el camino a seguir el pasado 28 de mayo, luego de lanzar la llamada “doctrina de la cerveza”, bautizada así al haber sido anunciada en un mitin celebrado bajo una carpa típica de la fiesta de la bebida espumosa. Ante la multitud reunida en Munich, la mandataria alemana aseguró que los tiempos en que Europa podía fiarse completamente de los aliados habían terminado y había llegado la hora de “luchar nosotros mismos por nuestro futuro y nuestro destino como europeos”.

En otras palabras, Merkel se pronunció a favor de más Alemania, más Europa y menos Estados Unidos. “No fue un cambio de paradigma. La canciller alemana no ha decidido de repente poner fin a la relación transatlántica. Este discurso es sobre todo un reconocimiento al hecho de que la UE y sus Estados miembros deben ser menos dependientes de los aliados que se han vuelto menos fiables”, dice a EL UNIVERSAL Yann-Sven Rittelmeyer, analista del European Policy Centre, con sede en Bruselas.

“Es también en seguimiento a los llamados reiterados de los alemanes por una UE más fuerte y una Alemania que asuma un papel más activo en la UE, poniendo al servicio del proyecto común la fuerza de la república federal y su liderazgo”.

Merkel es consciente de que Alemania no puede actuar en solitario, a pesar de ser la mayor potencia económica del continente y el país más poblado del bloque comunitario.

Para poder contar con una Unión Europea fuerte, el primer paso de Berlín será poner en marcha el eje francoalemán, aprovechando que el nuevo inquilino en el Palacio del Elíseo, Emmanuel Macron, le ha devuelto la ilusión a los franceses con relación a Europa.

La tarea no será sencilla. Rittelmeyer sostiene que en los últimos años, Francia y Alemania optaron por caminos diferentes, especialmente en el contexto de la crisis de la zona euro. Berlín hizo hincapié en la necesidad de más reglas y control de los déficits presupuestarios, mientras que París subrayó la importancia de la flexibilidad fiscal y de la inversión para fomentar el crecimiento.

“Una integración más profunda de la zona euro implicará un compromiso y concesiones de ambos, del lado alemán implicaría compartir más riesgos y de la parte francesa compartir más soberanía”, indica.

Por otro lado, recuerda que cuando el motor francoalemán está bien aceitado, suele ser criticado por otros socios y señalado como un frente que intenta imponer su voluntad sobre el resto.

Lo más probable es que emerja una Europa de dos o más velocidades, dotada de sus propios mecanismos y compuesta por aquellos países dispuestos a profundizar su integración. Por lo pronto, Rittelmeyer subraya que el reto inmediato del dúo será darle un nuevo impulso a la UE.

Massart afirma que Europa evitó la catástrofe frenando la llegada al poder de los ultranacionalsitas, Marine Le Pen en Francia, y Geert Wilders en Holanda; sin embargo, no está salvada.

Advierte que la tendencia peligrosa que representa la extrema derecha sigue presente y puede tomar un nuevo impulso de no afrontar la doble crisis de confianza que vive Europa: la de una Unión incapaz de resolver los múltiples problemas que enfrenta la ciudadanía y la de una élite que niega las inquietudes de la población.

“Prevalece el sentir de que nos salvamos por ahora, pero el sentimiento de la ciudadanía no debe subestimarse. Probablemente Macron sea nuestra última oportunidad. Si fracasa en sacar adelante las reformas que necesita Francia y la UE, la victoria de la extrema derecha será inminente en las próximas elecciones”, alerta la analista de un centro de estudios distinguido por sus debates de alto nivel en seguridad y defensa.

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