La reforma del papa Francisco contra la corrupción de la Iglesia ha sufrido su golpe más duro. George Pell, el tercer hombre más poderoso del Vaticano, regresará a Australia para defenderse de los cargos de abuso sexual anunciados el miércoles, y que el religioso define como una “conspiración” en su contra.

Emiliano Fittipaldi, periodista que ha investigado los excesos del Vaticano, considera que esta línea de defensa es poco habilidosa, puesto que existen indicios suficientes para sostener un caso contra él.

“No hay ninguna cacería contra Pell”, explica Fittipaldi desde Italia sobre la mayor autoridad eclesiástica acusada de abusos sexuales: “Las acusaciones de las víctimas son muy precisas y no se entiende por qué tanta gente inventaría cargos contra él. Los jueces han encontrado múltiples indicios a partir de los testimonios de hombres que aseguran que sufrieron abusos por parte de Pell. Por supuesto, él es inocente hasta que se pruebe lo contrario, pero parece que los jueces tiene la convicción de que existe un caso”.

En concreto, Pell deberá responder el 18 de julio en los juzgados de Melbourne a las acusaciones sobre abusos contra varios jóvenes cometidos hace décadas y de los que no han trascendido más datos.

No es la primera vez que Pell se ve envuelto en escándalos sexuales. Fi-
ttipaldi documenta en su libro Lujuria (Foca, 2017) cómo desde 2012 se han sucedido las averiguaciones incómodas sobre el australiano, uno de los colaboradores más estrechos del Papa.

“Docenas de víctimas de abusos y sus familiares han acusado en una comisión nacional australiana a Pell de intentar comprar su silencio y proteger a pederastas. Él siempre ha negado que existiera este problema y ha ayudado a los religiosos condenados al salir de la cárcel”.

A pesar de estos indicios, “Francisco no sólo ha evitado castigar a Pell, sino que lo ha promocionado”, expone Fittipaldi. En 2014, el Papa nombró al australiano secretario de Economía del Vaticano y lo incluyó en el C9, el grupo de cardenales que lo aconsejan en la reforma de la Iglesia.

En opinión de Fittipaldi, que Francisco haya llegado a denominar a Pell como “uno de los moralizadores de la corrupta Curia romana” resulta una elección incomprensible.

“Su nombramiento, igual que el de otros cardenales que han protegido a pedófilos, como el chileno [Francisco Javier] Errazuriz o el hondureño Óscar Madariaga, muestra que la revolución prometida por Francisco es muy difícil”, explica el periodista en referencia a los complejos equilibrios de poder que el Papa necesita mantener dentro de la Iglesia.

Pell es un cardenal conservador en muchos aspectos que, sin embargo, comparte con Francisco la ambición de hacer las cuentas vaticanas menos opacas. Por su avanzada edad (76 años), el Pontífice ha tenido la oportunidad de relegarlo a la jubilación, pero siempre ha apoyado su gestión. La política de tolerancia cero con la pederastia del Papa sufre así una importante crisis. “La lucha contra la pedofilia en este pontificado ni siquiera ha empezado”, considera Fittipaldi.

Fittipaldi es un viejo conocido del Vaticano, con el que acaba de salir de un largo proceso legal tras ser juzgado por las filtraciones del VatiLeaks 2. Las acusaciones que el periodista recoge contra Pell en Lujuria son muy concretas, e incluyen documentos, fechas y testimonios de las iniciativas que Pell emprendió a partir de 1996 para, supuestamente, investigar y reparar los abusos sexuales contra niños dentro de la Iglesia australiana.

Entre estos documentos se encuentran las cartas firmadas por el cardenal a Emma Foster, una niña víctima de abusos a la que ofreció 30 mil euros de indemnización.

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