Todavía resuenan en el ambiente de Washington los gritos del ex alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani , quien con su cara más agresiva y con el alma saliéndole entre esputos y saliva dedicó todo 2016 a defender y proteger a Donald Trump .

Rudy se convirtió en uno de los primeros en apoyar la aventura electoral que llevó al magnate a la Casa Blanca , y fue Rudy uno de los lacayos favoritos y más fervientes seguidores. Pero su diminuta figura cayó en desgracia y fue apartada de la miel del poder de la capital de Estados Unidos.

“Rechacé dos puestos en el gabinete”, aseguró en su momento. Su nombre sonó para ser fiscal general o secretario de Estado, los dos grandes cargos de cualquier administración estadounidense.

El primero casi nunca pareció tenerlo a mano; el segundo lo tenía asegurado hasta que apareció el nombre de Rex Tillerson.

Se quedó sin nada. Pasó por el equipo de transición y, como premio de consolación, antes incluso de que Trump asumiera el poder, Giuliani se convirtió en el zar del cibercrimen, en asesor informal del presidente en ciberseguridad.

Un tema que debía ser un pilar de la presidencia de Trump, pero que de momento se ha quedado en palabras vacías.

La elección tenía cierto sentido: en el sector privado, Giuliani presidía Giuliani Partners, una firma consultora en soluciones ante ciberintrusiones y que ofrece a organismos públicos posibles respuestas.

Esta tarea la combina con su regreso a sus funciones en una firma legal: una de las últimas acciones que se hicieran públicas, haciendo lobby con el entorno del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. Con ello, como era esperado, levantó sospechas.

Pero Rudy ya no está en el círculo duro del poder, en el primer anillo de influencia. El que llegara a ser casi la mano derecha del magnate ahora ha desaparecido de la ecuación.

El inicio del declive no está claro, pero se dice que Trump no veía en absoluto con buenos ojos la gran exposición pública del ex alcalde neoyorquino.

El golpe de gracia podría haber sido el famoso veto a migrantes e inmigrantes de países de mayoría musulmana.

En una entrevista con Fox News, Giuliani confesó que el “travel ban” era en realidad una política para cerrar la puerta a los musulmanes. Sus frases se han usado en los documentos judiciales para apoyar el bloqueo al decreto. A pesar de que hace algunas semanas Giuliani negó haber participado en la redacción de la orden, el daño ya estaba hecho.

Según un informe del diario The New York Times, Giuliani no figura ni el círculo externo de asesores de la Casa Blanca que integran una veintena de personas.

Lo único que lo mantiene más o menos cercano al presidente es la asesoría al grupo Great America Alliance, una organización destinada a promover la agenda de Trump.

Sus visitas a Washington se han reducido a la mínima expresión: la última vez que se le vio coincidió con el ataque informático mundial y la destitución de James Comey como director del Buró Federal de Investigaciones (FBI).

Giuliani no habló de ninguna de las dos cosas, a pesar de ser el zar del cibercrimen de la Casa Blanca y estar en una lista inicial para liderar el buró.

El que sí consiguió un puesto fijo en la Casa Blanca fue su hijo Andrew, quien trabaja como director asociado de la Oficina de Asuntos Intergubernamentales y Enlace Público.

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