El Departamento de Justicia de la administración Trump sucumbió a la presión incesante y decidió nombrar a una figura independiente del gobierno para liderar las investigaciones del FBI sobre los lazos entre la campaña electoral de Donald Trump y Rusia.

Robert S. Mueller III, un ex director del FBI (2001-2013), será el “fiscal independiente” que tendrá como misión descubrir si existe “algún vínculo o coordinación entre el gobierno ruso y los individuos asociados con la campaña de Trump o cualquier tema que surja dentro de esa investigación” o, lo que es lo mismo, la pesquisa que ya estaba llevando a cabo el FBI bajo el mando del recién destituido James Comey.

“He determinado que es en el interés público ejercer mi autoridad y nombrar un fiscal especial que asuma la responsabilidad en esa materia”, sentenció en un comunicado el vicefiscal general del país, Rod Rosenstein.

A Mueller, a pesar de que deberá responder al Departamento de Justicia y, por tanto, a la Casa Blanca, se le otorgará gran grado de autonomía e independencia y, “si cree necesario y apropiado, está autorizado a procesar por los crímenes federales que aparezcan”, se lee en la carta de nombramiento.

El movimiento del Departamento de Justicia era ampliamente demandado, y más después de la forma fulminante en que se produjo el despido de Comey. Los escándalos de esta semana sólo aumentaron el reclamo; finalmente Rosenstein, el mismo que se vio obligado a redactar el memorándum que justificaba la salida de Comey y que hoy comparecerá ante el pleno del Senado para contar —a puerta cerrada— cómo se gestó el despido, tomó una decisión muy celebrada por demócratas y republicanos.

Para evitar cualquier conflicto de interés, Mueller acordó desvincularse totalmente de la firma de abogados en la que trabajaba en la actualidad.

Ahora, a sus 72 años, podrá exhibir el perfil extremadamente detallista, incansable e implacable que ya mostró durante sus 12 años al frente del FBI: los que trabajaron con él lo recuerdan como un hombre de formas toscas y gestión pétrea.

“Como he dicho muchas veces, una investigación completa confirmará lo que ya sabemos, que no hubo conspiración entre mi campaña y una entidad extranjera. Espero que este tema concluya rápido”, dijo Trump en un escueto comunicado.

Su administración admitió con ese gesto que no podía soportar más el asedio al que era sometido por todos lados, pidiendo que se despolitizara lo máximo posible una investigación de alto carácter político y con tanto en juego. El presidente, horas antes, se quejaba de ser el político al que “han tratado peor y más injustamente” de la historia del país.

No fue ese el único avance en las investigaciones. Los dos comités del Congreso que también analizan el caso solicitaron ayer de manera formal todos los documentos que existan sobre las conversaciones entre Comey y el presidente para aclarar la posible obstrucción de justicia en la que podría haber incurrido el presidente al pedirle al entonces director del FBI que dejara de investigar a su ex asesor en seguridad nacional Michael Flynn.

Además, comités de la Cámara de Representantes y del Senado emitieron sendas invitaciones a Comey para que declare en audiencia pública sobre lo sucedido en su despido y su versión de los intercambios con el presidente, en referencia a la investigación rusa que lideró hasta hace una semana.

La crisis está lejos de desaparecer de Washington. Unos 20 congresistas demócratas y un par de republicanos se mostraron dispuestos a iniciar el proceso de juicio político (impeachment) contra el presidente y la sensación de caos afectó a las bolsas, que tuvieron la peor jornada de la era Trump.

En tanto, la búsqueda del sustituto para liderar el FBI sigue. Ayer visitaron la Casa Blanca cuatro candidatos, incluyendo al ex senador Joe Lieberman, socio del bufete de abogados que representa al presidente.

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