“La medida de toda sociedad está en la manera en que trata a sus niñas y sus mujeres”. Michelle Obama habla de manera pausada. Se detiene y lanza una mirada a la audiencia. Los rostros sonrientes empiezan a transformarse, más de uno tiene un nudo en la garganta. “Escucho esto y lo siento tan personal”, continúa. “Falta de respeto a nuestro intelecto, la idea de que puedes hacerle lo que sea a una mujer”.

Es 13 de octubre de 2016 y este evento de campaña en New Hampshire, uno de las decenas de que atendió la primera dama de Estados Unidos para apoyar la candidatura de Hillary Clinton a la presidencia, tiene un toque especial: ocurre a una semana de que se diera a conocer un audio en el que el entonces contendiente republicano, Donald Trump, hablaba de manera obscena sobre una conductora de televisión.

“En esta elección tenemos un candidato que ha dicho cosas muy chocantes, denigrantes. Un candidato a presidente”, dice, sin mencionar en momento alguno el nombre de Trump, “presume sobre atacar sexualmente a las mujeres. No puedo dejar de pensar en esto”. La audiencia está como hipnotizada. El aplauso cuando la señora Obama termina de hablar es inmenso. El discurso rápidamente se reproduce en medios de todo el mundo y se vuelve viral en redes sociales. Está en marcha el efecto Michelle.

Michelle LaVaughn Robinson Obama, nacida el 17 de enero de 1964 en Chicago, Illinois, es mucho más que una primera dama. Abogada graduada de Harvard con una carrera que la llevó a cargos directivos; madre de dos niñas; oradora estelar de las tres últimas convenciones del Partido Demócrata; activista contra la pobreza; ícono de moda y estilo; promotora de la alimentación saludable, la actividad física y la equidad de género para las niñas, todo esto bajo el estigma de pertenecer a una minoría racial, la señora Obama ha elevado el estándar del rol de una primera dama. Quien la sucederá, inevitablemente enfrentará la comparación; pero Michelle Obama, después de ser primera dama, seguirá siendo Michelle Obama.

Durante su estancia en Washington, DC, la señora Obama ha combinado el elemento formal de su rol, desde las visitas internacionales de protocolo hasta la elección de la vajilla que se utilizaría en la residencia presidencial –una en el tono de azul conocido como “Kailua”, en homenaje al color de las aguas de Hawaii, el estado natal de su marido–, con una actitud relajada y compasiva que hace que sea percibida como una persona accesible a quienes desean acercarse a ella.

Desde la Casa Blanca ha otorgado una mirada puntual a otras comunidades, a otras realidades. Un ejemplo son las campañas que ha impulsado en estos años: “Let’s Move!”, para incentivar la actividad física en los niños; “Joining Forces”, para facilitar el acceso a la educación y el empleo de los veteranos de las fuerzas armadas –un gran número de ellos jóvenes–, y “Reach Higher”, que busca que más chicos terminen una carrera universitaria. Porque, estadísticas en mano, las comunidades desproporcionalmente afectadas por la obesidad infantil, sobrerrepresentadas en las fuerzas armadas, y aquellas cuyos chicos pueden ser el primero en su familia en ir a la universidad, son las comunidades de minoría racial.

“Los niños nos están viendo, lo experimento cada día”, dijo en septiembre pasado la primera dama al reportero Jonathan Van Meter en una entrevista para la revista Vogue. “Ponen atención a cada palabra que digo, a lo que visto, y no sólo los niños afroamericanos. Están escribiendo tareas acerca de nosotros (…) Eso te hace querer vivir de la manera correcta, y hacer lo que es correcto, cada día, todos los días, de manera que no los decepcionemos nunca, que tengan algo de lo cual asirse, y que sepan que, como lo digo cada día, ellos pueden hacer esto. Tú también puedes hacerlo”.

RENACER

Es una tradición que cuando un presidente de Estados Unidos es electo, el Servicio Secreto, que es el cuerpo a cargo de su seguridad y la de los miembros de su familia, utilice nombres clave para referirse a cada uno de ellos. Para Barack Obama, escogieron “Renegade”, renegado. En el caso de Michelle Obama, el nombre elegido fue “Renaissance”, renacimiento.

El nombre acierta. Siendo la primera mujer afroamericana en convertirse en primera dama, Michelle no sólo se enfrentó con el reto que representa ser un personaje público observado en todo momento –su rol como esposa, su desempeño como madre, su conocimiento del protocolo–; a eso se sumó el inevitable peso de romper con los estigmas raciales, e incluso enfrentar los abiertos ataques en ese sentido recibidos desde los meses de la campaña electoral: su aspecto “poco tradicional”, diferente a la de otras primeras damas; sus rasgos físicos, el color de su piel, su estatura, la “dificultad” de manejar su imagen y estilo; su forma de hablar, directa, honesta, diciendo lo que a veces otros no quieren oír.

En los años posteriores, el mundo se ha tenido que acostumbrar. Porque la Michelle que para el primer retrato oficial vistió un sobrio vestido negro y un collar de perlas –recibiendo por ello un intento de elogio en la revista Newsweek, en el que se decía que la primera dama había logrado “asimilarse” y vestir “con gracia” un atuendo como el de Jackie Kennedy–, ha convertido en parte de la normalidad los vestidos coloridos no siempre de diseñador; los bailes espontáneos en la Casa Blanca y en programas de televisión, y los recordatorios incómodos, como el de la Convención Demócrata de 2016: un “todos los días despierto en una casa que fue construida por esclavos”, lanzado por la tataranieta de un hombre que fue esclavo en una plantación de Carolina del Sur.

Michelle Obama viaja por el mundo representando a Estados Unidos —y a las mujeres afroamericanas— con gracia y estilo. Sus visitas internacionales no son sólo para reunirse con altos dignatarios: Let Girls Learn, el programa internacional más visible en el que ha participado, que reúne a seis agencias federales con el fin de facilitar el acceso a la educación de calidad para chicas adolescentes en todo el mundo, opera en 50 países –Reino Unido, México, Pakistán, Laos o Malawi– con un presupuesto de mil millones de dólares. La imagen de la primera dama sosteniendo un letrero con el hashtag #BringBackOurGirls, la campaña exigiendo el retorno de 276 jóvenes secuestradas de un dormitorio escolar por el grupo terrorista fundamentalista islámico Boko Haram, adquirió gran popularidad en redes sociales y dio resonancia a una situación que se vive en algunos países de África Central, y que para algunos era desconocida.

Michelle reacciona con pasión y vehemencia ante la injusticia, e incluso a la injuria, pero siempre siguiendo la regla de oro que ella misma se ha impuesto: “When they go low, we go high”; cuando recibe un golpe bajo, la respuesta es enérgica, pero con clase y respeto. Y de esto, tal vez el mejor ejemplo es el discurso de New Hampshire.

“Este es un individuo poderoso, hablando libre y abiertamente de comportamiento sexual predatorio, y presumiendo de besar y agarrar mujeres con un lenguaje procaz”, dijo la primera dama, refiriéndose, siempre sin nombrarlo, a Trump. “Es lo que sientes cuando vas caminando y un tipo dice algo sobre tu cuerpo… Lo que pasa en campus y en otros lugares cada día (…) Esto no es normal. Esto no es la política de siempre. Es una desgracia, es intolerable, y no importa a qué partido pertenezcas, ninguna mujer merece ser tratada de esta manera”.

“Ese discurso fue uno de los momentos más poderosos de la campaña”, recuerda María Ramírez, reportera política de Univisión, quien cubrió la contienda electoral de 2016. “Creo que este año Michelle dejó ver toda su fuerza política, mucho más que en las dos campañas presidenciales de su marido. Como primera dama, es un referente de un nuevo modelo. Es mucho más natural que sus predecesoras y ha sido un ejemplo para mujeres en todo el mundo con un liderazgo sutil. Su experiencia, como alguien que ha tenido que luchar más que la media por ser mujer y ser negra, ha sido una inspiración. Ella insiste en que no quiere una carrera política pero habrá qué ver qué pasa con el Partido Demócrata en los próximos años. En cualquier caso, supongo que la volveremos a ver haciendo campaña aunque sea por otros (y sobre todo por otras)”.

MICHELLE, MA BELLE

“He estado muriendo de ganas de tocar esta canción en la Casa Blanca”. La frase provocó la risa de los asistentes a la actuación de Paul McCartney en la residencia oficial del presidente de Estados Unidos en junio de 2010, cuando anunció su siguiente interpretación: “Michelle”, la canción que el ex Beatle compuso en 1965 y apareció en Rubber Soul, el sexto álbum de la banda. Mientras sonaban los acordes de la melosa y popular pieza, Michelle Obama, sentada en primera fila con su esposo y sus hijas, se volvió el centro de atención. La primera dama entonó discretamente algunas estrofas, su marido le cantó al oído, y su hija mayor no dejaba de verla con admiración.

Esta admiración es la que ha despertado, a fuerza de carisma y constancia, en quienes la siguen desde las revistas de modas y del corazón, en donde con frecuencia aparecen imágenes de la pareja presidencial bailando o tomados de la mano. En las últimas semanas de 2016, circuló en redes sociales una imagen de la familia Obama recordando que en sus ocho años en la Casa Blanca no hubo conflictos familiares, rumores de relaciones extramatrimoniales, o intentos de juicio político. En un ambiente donde el escándalo y la corrupción parecen ser la regla, la percepción de armonía e integridad se vuelve notable, y las relaciones matrimoniales estables se convierten en historias de amor de portada de revista.

A las portadas también ha llegado Michelle. En poco tiempo, el atuendo y el estilo de la primera dama dejaron de ser material de crítica para convertirse en la imagen a imitar.

“Michelle Obama ha logrado conciliar dos supuestos extremos a los que nos enfrentamos las mujeres modernas: mantener la feminidad mientras ejercemos posiciones de poder”, explica Paty Soto, estilista personal y coach de imagen basada en Los Ángeles. “Si a su gusto por los vestidos estampados y en colores brillantes añadimos su innegable carisma, tenemos el ícono de estilo de tantas mujeres que son madres, trabajan y tienen un presupuesto limitado –no olvidemos que gran parte de los conjuntos que usó durante sus ocho años como primera dama, son de tiendas y marcas de consumo masivo entre las estadounidenses, como J. Crew y Ann Taylor–. Y muchas de estas mujeres tienen dimensiones corporales, facciones y/o tono de piel que no están representados en las modelos tradicionales de revistas y catálogos”.

En un artículo publicado en octubre pasado en la revista de estilo del diario New York Times, titulado “A la primera dama, con amor”, la activista por la igualdad de género Gloria Steinem escribió: “Tras pasar una década bajo el escrutinio público, [Michelle Obama] ha logrado lo que ninguna otra primera dama: vivir una vida pública sin sacrificar su privacidad y su autenticidad. Logró hacer de su esposo un presidente más humano y efectivo siendo su intérprete y defensora, pero siendo también capaz de criticarlo. En su momento habló sobre el dolor de los prejuicios raciales en su contra, pero esperó hasta que su honestidad no representara una sanción política para su esposo (…) Todo lo que ha hecho ha sido con honestidad, humor, y lo más importante, con gentileza”.

A la pregunta sobre cómo será su vida después de ser primera dama, Michelle Obama ha respondido que lo sabrá cuando llegue el momento.

“A veces es mucho más lo que puedes hacer fuera de la Casa Blanca sin las restricciones, las luces y las cámaras, y los partidos políticos”, dijo durante una presentación en un panel de la conferencia SXSW 2016. “Es posible que mi voz pueda ser escuchada por mucha gente que ahora no puede oírme porque soy Michelle Obama, la primera dama. Así que no hemos terminado; hay vida después de la Casa Blanca.

Una vida que, sin duda, seguirá teniendo un efecto de largo plazo.

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