“Qué raro. No hay nada que yo haya hecho diferente, así que es extraño”. Un sonriente Barack Obama, vistiendo esmoquin y de visible buen humor, lanzaba una de sus bromas más celebradas durante la tradicional Cena de Corresponsales de la Casa Blanca de 2016 –su última como presidente en funciones–, en la cual los mandatarios hacen chistes sobre sí mismos y sobre los eventos políticos del país. La broma en cuestión se refería al alza en la popularidad del presidente en los últimos meses. “Ni mis colaboradores pueden explicarlo”, continuaba, mientras en una pantalla detrás de él aparecía una imagen de Donald Trump. “Misterio”. Los asistentes no paraban de reír y aplaudir.

El buen humor mostrado durante la cena, celebrada en abril, ha acompañado al presidente en los meses posteriores. En una encuesta dada a conocer por la cadena CNN a finales de noviembre de 2016, la aprobación de la gestión Obama llegó al 57%, el número más alto obtenido durante su segundo término al frente del gobierno de Estados Unidos. Estos números marcaron el octavo mes consecutivo con una aprobación por encima del 50%, 2 puntos arriba del mes previo y 13 puntos por encima de septiembre de 2015.

Es muy posible que este incremento se deba en parte al aumento de la popularidad de los demócratas en general, en contraste con los republicanos, durante el último año, según la misma encuesta. Pero también es evidente que los números están vinculados con el fenómeno Trump: el muy conocido “No Drama Obama”, contrasta con el explosivo, ofensivo, poco diplomático estilo del presidente electo.

“Pienso que la apreciación pública por la personalidad del presidente ha permanecido estable incluso en los tiempos más difíciles, y creo que la gente recuerda eso cuando escucha la retórica que utiliza el candidato republicano”, dijo en octubre el secretario de prensa de la Casa Blanca, Josh Earnest, durante una entrevista con Politico.com.

Ya sea por esta razón, o porque al final de ocho años de gobierno es más fácil identificar qué salió bien o mal, los dos últimos años de Obama en Washington han sido los mejores para el presidente. Siendo su deporte favorito el basquetbol –son muy conocidas las imágenes que el fotógrafo oficial de la Casa Blanca, Pete Souza, ha tomado al presidente jugando con balones en la oficina oval–, Obama ha explicado la presidencia en términos del “long game”: en el básquet se dice que en los últimos minutos se gana o se pierde todo el partido; por ello después de la elección intermedia de 2014, el presidente aseguró que estaba “entrando en su último cuarto”.

Revisando los números del desempeño económico, el factor más revelador de la administración Obama debido a la severa crisis que golpeó al país durante 2009 –el año en el que él tomó posesión–, la evaluación tendría que ser positiva. Durante más de setenta meses el sector privado ha visto crecer la generación de empleo, un total de 14 millones y medio en estos ocho años, sentando un récord como el periodo más largo de crecimiento sostenido en esta materia. El desempleo, en una tasa de 10% en 2009, cerró en 4.6% en noviembre de 2016. Las cifras son aún más notables si se comparan con el crecimiento de otros países desarrollados en el mismo periodo.

En una charla con el periodista Andrew Ross Sorkin, editor del reporte financiero DealBook del New York Times, Gene Sperling, ex director del Nacional Economic Council, aseguró que si en 2009, con 800 mil empleos perdidos cada mes, “alguien hubiera dicho que en el último año de gobierno el desempleo estaría por debajo del 5% y el déficit por debajo del 3%, y que todo nuestro dinero estaría de vuelta en los bancos, eso habría estado mucho más allá de cualquier expectativa”. Y sin embargo, Donald Trump ganó la presidencia con un discurso que afirma que el país está peor que nunca y Estados Unidos lo necesita a él para ser grande otra vez.

ESPERANZA Y REALIDAD

Barack Obama tiene un lugar en la historia de Estados Unidos porque ha sido su primer presidente afroamericano. Este hecho, al margen de cuál haya sido su desempeño, o de quién sea su sucesor, lo convierte en un icono que será citado, recordado y revisado a la luz del tiempo que pone todo en su lugar. Pero para quienes votaron con entusiasmo por él hace ocho años como parte de la ola de esperanza que lo llevó a la presidencia, es posible que su administración no haya dado los resultados inmediatos que esperaban.

“Una de las cosas que caracteriza la presidencia de Obama es una visión estratégica de largo plazo”, explica David Ayón, investigador de la Universidad de Loyola Marymount y analista político. “Desde 2007, durante su [primera] campaña a la presidencia, Obama se proyectaba como el organizador comunitario que había tomado la decisión de meterse en la política, postularse como candidato, como un instrumento para organizar un movimiento. No es algo totalmente novedoso y hoy lo vemos como algo muy común en movimientos como el de Bernie Sanders, pero en ese momento sí lo parecía: un movimiento, en contraposición con una campaña ‘normal’ que se basa solo en la política y no en la movilización de la gente. Un verdadero organizador, ¿cómo utiliza la presidencia?”.

Ayón empieza por recordar que apenas llegó a la Casa Blanca, Barack Obama tuvo que invertir la mayor parte de su capital político para negociar la aprobación del Paquete de Estímulo Económico, la regulación del sector financiero, y para impulsar la Ley de Salud Asequible, conocida como Obamacare. “Cada uno de esos votos fue un voto de demócratas contra republicanos, y por eso en 2010 pierden el control de la Cámara Baja y conservan el control del Senado por escaso margen”, señala.

Esa falta de control en el Congreso provocó que en otros temas de gran impacto, como la reforma migratoria, la agenda de Obama quedara completamente estancada, con lo que hubo una percepción de que el presidente le falló a una comunidad –latinos y asiáticos– que se volcaron en las urnas para darle su apoyo en 2008 y, a pesar de todo, en 2012 también: Obama es el primer presidente demócrata desde Roosevelt que gana dos veces con más del 50% del voto.

A eso se suman otros factores: a pesar de que en las cifras macroeconómicas aumenta la generación de empleo, algunas familias han enfrentado desempleo por periodos muy prolongados. El ingreso anual por familia se ubica en 4 mil dólares por debajo del nivel que tenía cuando Bill Clinton dejó la presidencia, y solo 1% de los hogares del país se ha beneficiado de más de la mitad del reciente crecimiento económico. Un sector de la población no se ve reflejado en los números alegres; muchos de ellos, en cambio, se vieron a sí mismos en el discurso de Trump.

Entre la comunidad afroamericana, la aprobación de la gestión presidencial se ha mantenido por encima del 90%, pero las diferencias raciales siguen ahí; el recordatorio aparece cada vez que ocurre un nuevo incidente de brutalidad policiaca en su contra. Obama será recordado como el presidente que abrió las puertas de la Casa Blanca a esta comunidad, pero también aquel bajo cuya gestión tomó impulso el movimiento Black Lives Matter como una protesta por la evidente desigualdad racial.

“Pienso que hay bastante inconformidad con los afroamericanos”, asegura Ayón. “Hay insatisfacción porque aún con la recuperación de la economía, ésta ha beneficiado a los latinos más que a los afroamericanos. Mucha gente siente que su propia comunidad no se ha beneficiado lo suficiente”.

Con respecto a los latinos, el gran pendiente sin duda es la prometida reforma migratoria. Y su mayor avance, el anuncio de la acción ejecutiva conocida como DACA, para dar protección temporal contra la deportación a casi un millón de jóvenes indocumentados, puede ser revertida tan pronto llegue el cambio de administración. Donald Trump ha dicho que lo hará.

MIRADA AL MUNDO

Visto de lejos, Barack Obama llegó a la palestra internacional con el pie derecho: el 9 de octubre de 2009, apenas a diez meses de haber tomado posesión como presidente de Estados Unidos, se dio a conocer que le sería otorgado el Premio Nobel de la Paz “por sus esfuerzos para fortalecer la diplomacia internacional, la cooperación entre los pueblos, y por su visión de un mundo sin armas nucleares”.

Tales esfuerzos, sin embargo, no fueron siempre exitosos. Bajo su administración, se registraron bombardeos de Estados Unidos a seis países: Afganistán, Irak, Pakistán, Somalia, Yemen, Libia y Siria –más que los cuatro países atacados durante la administración de George W. Bush–, y su reciente intento de mediar en la guerra civil en Siria a través de una ronda de charlas con Rusia, fue un fracaso.

En materia internacional uno de sus avances más populares ha sido el cambio en las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. Para David Ayón, existía un indicio de lo que sería su línea como presidente desde 2004, cuando habiendo sido electo al Senado, se incorporó al Comité de Política Exterior del Senado, trabajando con veteranos como John Kerry o Robert Menendez.

“Me parece que tenía un plan estratégico de largo plazo, que él entendía a la perfección que nunca se iba a poder ganar el apoyo del Congreso para un cambio de política en Cuba; lo tenía que hacer un presidente en función de sus facultades como tal”, explica el académico. “No es casual que en los 100 días antes de ir a la Cumbre de Américas anunciara un cambio modesto, el levantamiento de las restricciones severas sobre las remesas hacia ese país. En enero de 2011 amplía su base de apoyo por las medidas para extender cierto relajamiento de viajes, y para principios de su segundo periodo ya hay medio millón de viajes a Cuba. En 2012 se da cuenta de que existen las bases para impulsar cambios más importantes”.

Con respecto a América Latina, sin embargo, existe la percepción de que hay un pendiente.

“Me parece que cuando llega a la presidencia, la única idea que tenía sobre América Latina era la de Cuba, y a nivel global, cambiar la vista de Estados Unidos del Atlántico hacia el Pacífico”, dice Ayón. “Da un gran salto sobre toda América Latina para llegar al Pacífico; se brinca al hemisferio occidental para ver hacia Asia, y queda bien claro que ve en China la relación más importante para las décadas por venir. Tiene razón, el centro de gravedad del mundo va a estar en Asia y el Pacífico; Latinoamérica no es competitiva económicamente y en comparación con el Medio Oriente no es una amenaza a la seguridad, pero es una pena”.

Otro aspectos que destaca el analista, en los cuales Barack Obama supo utilizar su influencia para lograr algún avance, es la agenda de medio ambiente, “logrando el cambio de políticas de China en materia ambiental”. En relación con los derechos civiles, el trabajo de su administración para lograr el reconocimiento a los derechos plenos de la comunidad LGBT, ha tenido sin duda resonancia internacional.

“Vale la pena recordarnos a nosotros mismos lo afortunados que somos por estar viviendo en la era más pacífica, más próspera, y más progresista de la historia humana”, dijo Obama en su discurso durante la Cumbre de Desarrollo Global celebrada en la Casa Blanca en julio de 2016. “Porque el mundo nunca ha sido menos violento, menos sano, mejor educado, más tolerante, con mejores oportunidades para más gente, y mejor conectado que como lo está hoy”.

El 19 de enero será el último día de Barack Obama en la Casa Blanca. Un día después tomará su lugar el hombre que asegura que todo lo anterior es falso, que el primer presidente afroamericano tiene un legado negativo, y que él, Donald Trump, tiene el poder de hacer de Estados Unidos un lugar mejor.

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