En la Unión Europea el uso de pirotecnia está regulada desde 2007 por normas que han ido haciéndose cada vez más duras. Como con la mayoría de directivas europeas, el texto siempre deja margen para que cada país lo aplique haciendo las excepciones necesarias para ajustarse a su legislación y sus tradiciones.

La regulación de 2007 generó una auténtica guerra cultural en el continente. Los países del sur pensaban que los del norte se mostraban demasiado duros con sus tradiciones. En el Mediterráneo existe una adoración milenaria por el fuego. En Malta y el sur de Italia (especialmente Nápoles y Sicilia) las fiestas pirotécnicas están muy arraigadas. En el caso de España, la directiva comenzó a aplicarse en 2009 con gran recelo porque obstaculizase celebraciones populares como Sant Jordi en Cataluña o las Fallas de Valencia, donde durante una semana se incendian conjuntos escultóricos de madera y papel y se hacen estallar millones de cohetes y petardos.

Entre las restricciones más polémicas que incorporó la directiva europea se encontraban la de aumentar hasta los 12 años la edad mínima para utilizar los artificios de menor potencia, y también la de fijar una distancia de 15 metros entre el público y los productos pirotécnicos de la categoría 3, los de las bengalas y los fuegos usados en desfiles.

La norma culminaba una corriente que se inició en los años noventa, impulsada por médicos y especialistas de seguridad, y que tenía el objetivo de limitar el uso lúdico del fuego. Antes de aprobarse la legislación comunitaria, en la mayoría de países y regiones ya existían normas que prohibían vender petardos a menores, determinaban que sólo los profesionales del sector podían manipular los productos más peligrosos y, sobre todo, obligaban a que los puntos de venta estuviesen aislados entre ellos para evitar accidentes como el de Tultepec.

Finalmente los países meridionales encontraron vías flexibles para aplicar las restricciones europeas en sus fiestas. Aun así, cada año surgen polémicas por el constante avance de las prohibiciones y la pervivencia de la venta ilegal. Este año, la ciudad valenciana de Elche se vio obligada a alejar de zonas habitadas los puntos de lanzamiento en su tradicional exhibición de fuegos artificiales, en la que se detonaron 64 mil cohetes y se usaron mil 900 kilos de pólvora. La cantidad de heridos leves se quedó en 46, una cifra similar a la de todos los años, y ninguno de gravedad.

Con otras celebraciones en el resto del continente, como la noche de las hogueras que se festeja el 5 de noviembre en Reino Unido en recuerdo de Guy Fawkes (popular en el resto del mundo porque su rostro es el de la máscara de Anonymous), las medidas de seguridad son extremas. Fuera de estos días señalados, la venta de material pirotécnico está muy vigilada.

Esta legislación se fue construyendo siempre como respuesta a siniestros. Por ejemplo, el País Vasco estableció en 1998 una de las restricciones más duras después de que muriera un bebé al caer en su cochecito una carcasa que no explotó cuando debía. A pesar de la vigilancia, los pequeños accidentes con petardos en celebraciones son frecuentes, sobre todo en la Nochevieja de los países meridionales, pero muy excepcionalmente ocasionan víctimas. Las muertes suelen llegar (por ejemplo, en España hubo dos decenas en la última década) por accidentes industriales en la manipulación de explosivos. Los grandes accidentes son muy escasos comparados con países con una legislación más laxa, como los del continente americano o Asia.

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