A pesar de los múltiples retos que enfrenta la humanidad, no habrá que esperar mayores resultados de la pasarela de jefes de Estado y de gobierno que tendrá lugar a partir de esta semana en Nueva York bajo el auspicio de Naciones Unidas.

“No hay que esperar demasiado del encuentro, porque nada sustancioso saldrá del mismo. La Asamblea General de la ONU ha terminado por convertirse en un circo que vemos cada año y en el que sólo escuchamos discursos de los líderes mundiales”, dice Dick Leurdijk, experto del Instituto de Relaciones Internacionales de Países Bajos, Clingendael, a EL UNIVERSAL.

“Ciertamente habrá énfasis sobre la amenaza que representa el Estado Islámico (EI), sobre la crisis en Medio Oriente y otros problemas globales, pero será sólo discurso sin mayores resultados”, continúa. El investigador sostiene que el principal órgano deliberativo de la ONU se ha desgastado a tal nivel, que nada cambiaría a nivel global si estas reuniones no se llevaran a cabo todos los años.

La incapacidad de la Asamblea General para aportar a cuestiones importantes relacionadas a la paz y la seguridad no es un problema aislado, es parte de la crisis por la que pasa una institución establecida tras la Segunda Guerra Mundial y que no ha sido actualizada para hacer frente a los desafíos del siglo XXI. Leurdijk asegura que la estructura de Naciones Unidas es obsoleta y no está diseñada para satisfacer los intereses de la colectividad.

Además enfrenta enormes limitantes para ir más allá de los señalamientos de condena, como ocurre en el caso de graves violaciones a los derechos humanos y tratar de coordinar la respuesta conjunta a cuestiones como el cambio climático y las emergencias sanitarias causadas por virus o desastres naturales.

Un mundo distinto

“La ONU ha terminado por convertirse en una institución vieja que opera con una estructura anticuada e incapaz de dar respuesta al mundo actual. Hay una gran necesidad por revitalizar el sistema de Naciones Unidas y por reestructurar el Consejo de Seguridad, porque más allá de unos cuantos retoques con la creación de unas cuantas nuevas instituciones no ha habido cambios, especialmente en los ámbitos de paz y seguridad”.

“Creo que hemos llegado a la situación en la que debemos ser honestos y preguntarnos si el mundo puede funcionar sin la ONU. Y he llegado a la conclusión de que sí, el mundo sería capaz de encontrar nuevas formas para seguir adelante, debido a que las capacidades de la ONU son extremadamente limitadas dada la estructura política internacional actual”.

Son múltiples los problemas que enfrenta esta organización de más de siete décadas de antigüedad, comenzando por su estructura. Desde su inicio, deciden sobre el futuro del planeta los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad: Francia, Gran Bretaña, China, Rusia y Estados Unidos, principalmente estos dos últimos. La ONU arrancó como un proyecto de 51 naciones y al paso de los años ha ido creciendo hasta sumar 193. Otra crítica recurrente contra el organismo es su tamaño: para algunos ha crecido de manera desproporcionada, dificultando la coordinación y el manejo eficiente de los recursos.

Cuenta con 15 organismos autónomos especializados, 10 programas y fondos, cinco institutos de investigación, cinco comisiones regionales, entre numerosos comités, foros e instancias conexas; muchas de ellas criticadas por ser redundantes e ineficaces, como el Consejo Económico y Social (ECOSOC), de acuerdo con un estudio elaborado por Wanda van Genderen, del departamento de políticas exteriores del Parlamento Europeo.

Igualmente se le cuestiona la ausencia de procedimientos democráticos en el nombramiento de altos mandos, como el del propio secretario general, cuyo proceso de elección “es obsoleto, no es transparente y es dominado por los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, quienes usan su poder de veto en las negociaciones secretas hasta ponerse de acuerdo”, sostiene un estudio de la Fundación alemana Friedrich Ebert elaborado por Volker Lehmann.

Por otra parte, algunos de sus instrumentos más exitosos padecen problemas presupuestales.

Los cascos azules, activos en este momento en 16 zonas de crisis, son uno de los casos más emblemáticos. Nunca antes había tantos elementos desplazados, alrededor de 125 mil, y países involucrados, más de 120, pero sus mandos regularmente sufren de falta de equipo, apoyo logístico, financiamiento y personal capacitado para actuar en escenarios de guerras asimétricas; además su mandato es limitado. Entre otros, no incluye la respuesta a los diversos tipos de terrorismo (como el empleo de atacantes suicidas y el uso de explosivos improvisados).

La necesidad de reformar la organización es ampliamente reconocida y abundan propuestas para reforzarla y mejorarla. Incluso Kofi Annan, predecesor del actual secretario general Ban Ki-moon, presentó durante su mandato más de un centenar de iniciativas en ese sentido. Pero Leurdijk asegura que “la resistencia de las potencias por perder el monopolio de la seguridad y la ausencia de una verdadera voluntad política para impulsar el enfoque multilateral a los desafíos colectivos, impiden avanzar en la modernización de la ONU”.

No todos tienen una visión tan crítica de la ONU. En entrevista, Jan Wouters, director del Centro de Estudios sobre Gobernanza Global de la Universidad de Lovaina, reconoce que el Consejo de Seguridad no refleja el estado de las relaciones internacionales actuales, pero añade que “en muchos campos la ONU ha evolucionado a un ritmo constante para mantenerse al día y responder a retos nuevos de la agenda internacional”.

Como ilustración, habla sobre la creación de la ONUSIDA, en 1992, para responder a la epidemia del virus y la adopción de los Objetivos del Milenio en 2000, así como de los dos mayores logros de la administración de Ban Ki-moon: la adopción de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y el Acuerdo contra el Cambio Climático de París, ambos adoptados en 2015. No son, dice, aspectos glamorosos, pero sí “un trabajo esencial”.

Más allá de impulsar la gran reforma, para Wouters el reto principal del sucesor de Ban Ki-moon es contrarrestar la creciente tendencia hacia el nacionalismo en perjuicio del multilateralismo. “Será crucial para mantener los viejos y nuevos poderes a bordo, y asegurarse de que la ONU siga siendo una plataforma global para resolver las diferencias de manera pacífica”, indica.

También deberá encontrar la fórmula para que los países impuntuales cumplan con sus contribuciones prometidas y brinden mayor apoyo a las operaciones de paz. Un cuarto desafío será mejorar la rendición de cuentas y la eficiencia dentro del sistema de la ONU.

“Si bien la ONU puede ser muy eficaz en la lucha contra desafíos a largo plazo, la lenta respuesta a situaciones de crisis menoscaban su reputación, al igual que recientes escándalos... como los abusos sexuales cometidos por cascos azules”.

Además de la elección del nuevo secretario general, el internacionalista prevé para este 71 periodo de sesiones, que la Asamblea General gestione el inicio del proceso de implementación de los objetivos de desarrollo sostenible, aborde el tema de los grandes movimientos de refugiados y migrantes y la labor del Grupo de Trabajo para avanzar en las negociaciones de desarme nuclear.

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