Río de Janeiro.— La película Tropa de Élite (que junto a Tropa de Élite 2 integra la saga más vista de la historia del cine brasileño) comienza con un anuncio: el papa Juan Pablo II va a visitar Río de Janeiro y la policía debe retomar el control de las favelas. Lo que sigue es una historia cruda que retrata la guerra cotidiana de esta ciudad, entre los oficiales y ese sector de la población.

Los libros que dieron origen a las cintas fueron escritos por el antropólogo Luiz Eduardo Soares, un especialista en seguridad pública que es una de las voces más interesantes para escuchar antes del inicio de estos Juegos Olímpicos.

“Esta vez no hubo ningún programa preparatorio en materia de seguridad, sino la multiplicación de los agentes de todas las fuerzas: las vacaciones de los policías militares fueron suspendidas y el ejército fue convocado”, explicó Soares a EL UNIVERSAL.

Sabe de lo que habla, tuvo a su cargo la seguridad en Río de Janeiro entre 1999 y 2000, y fue el secretario nacional de Seguridad Pública de Luiz Inácio Lula da Silva, en 2003. “La política de seguridad debería haber sido definida identificando los problemas más graves y los territorios en los que se concentran, pero no fue así”, precisó.

“Hace pocos años se creó el programa UPP [Unidad de Policía Pacificadora] para las favelas, pero siguieron un ‘circuito rico’, relacionado con los grandes eventos [como el mundial, la visita del papa Francisco y los Juegos Olímpicos] y el turismo, no con las zonas realmente más necesitadas”, lamentó Soares.

Durante el Mundial de Futbol (2014) hubo una represión policial muy fuerte. Para mañana ya se han anunciado protestas masivas. ¿Habrá más represión?

—Si hay manifestaciones multitudinarias con intentos de aproximación al estadio donde hablará [el presidente Michel] Temer, creo que sí. En el caso de Río de Janeiro la cuestión es cómo lidiar con las manifestaciones, que son vistas aquí como prácticas criminales que merecen una represión violenta. La policía se siente personalmente ofendida, lo que no es nada profesional, cuando los manifestantes la insultan en la marcha.

Y si hay una amenaza de atentado o un ataque, ¿la policía está preparada?

—Supongo que los agentes estarán subordinados al ejército y a las fuerzas de seguridad vinculadas a los grupos antiterroristas. Más allá de eso, y aunque no tengo datos empíricos, no creo que exista este tipo de preocupación en la gente. Sí escuché que hubo alguien que se asustó, gritó y salió del Metro por ver a otro con una mochila extraña. Como el carioca es muy irónico y provocador, no encuentro improbable que algunos grupos de jóvenes o pandillas, para divertirse, dejen abandonadas mochilas inofensivas.

¿Los Juegos Olímpicos traerán beneficios o perjuicios a Río?

—Hay demasiados factores en consideración, así que sólo históricamente podremos responder. Porque, paradójicamente, un eventual perjuicio podría provocar una reacción crítica significativa y, por lo tanto, positiva en la conciencia ciudadana.

Río fue una ciudad muy violenta en los 80. ¿Cómo está hoy?

—En 1988 tuvimos un pico de violencia letal, con algo así como 80 víctimas por cada 100 mil habitantes. Ahora hay 24. De todas maneras, cuando hay más de 10 se habla de una epidemia de violencia letal. Si se observa quién muere, se trata de un verdadero genocidio de jóvenes negros y pobres. La posibilidad de un joven negro de ser víctima de violencia letal es tres veces mayor a las de un joven blanco. Hay mucha diferencia y eso explica por qué Brasil nunca pudo enfrentar el problema: es un país racista, clasista y elitista.

Usted participó en el gobierno nacional, estatal y municipal. ¿Se puede reducir la violencia social desde la función pública o hay demasiada burocracia e intereses?

—Ocurren las dos cosas. Pero para reducir el número de homicidios hay que pensar cambios en una perspectiva multidimensional, porque el problema también tiene que ver con cuestiones económicas, sociales, sicológicas, emocionales y objetivas [como la circulación más o menos libre de armas ilegales y el acceso amplio a ellas]. Las políticas deben tomarse de modo intersectorial y, por lo tanto, un Estado muy sectorizado, disgregado y burocrático debería transformarse dinámicamente. Algunos de los cambios necesarios son los del modelo policial y el sistema completo de seguridad pública, porque tienen una arquitectura que heredamos de la dictadura.

¿Qué pasó cuando usted fue parte del gobierno de Lula?

—Quisimos hacer un cambio grande: nuestro programa preveía movilizar a las fuerzas políticas para demandar al Congreso un cambio legislativo. Hice negociaciones con los 27 gobernadores para buscar un consenso mínimo, y ellos firmaron la carta de nuestra propuesta. El próximo paso, según nuestras previsiones, era que el presidente invitara a los gobernadores a celebrar lo que nosotros llamábamos: “Pacto por la Paz”. El presidente pasaría la propuesta a la Cámara de Diputados y al Senado. Lula marcó una fecha y cuando estábamos cerca la suspendió. Fijó otra alternativa y luego la volvió a suspender y ya no fijó ninguna más. Todo el proyecto fue olvidado. ¿Por qué desistió? Después de un tiempo lo comprendí, el núcleo de dirección del partido consideró que sería malo que el presidente fuera asociado en la opinión pública con cuestiones de seguridad.

¿Lula había mostrado algún interés anterior?

—En 2001, en la campaña presidencial, era uno de los coordinadores del programa de gobierno de seguridad pública. Un día hicimos un acto público en Jardim Angela, en San Pablo, el barrio más violento de América Latina, y fue mucha gente porque Lula estaba ahí. Luego de más de una hora oyendo a los vecinos decir cosas terribles de la violencia policial, de torturas y de asesinatos, Lula me tocó la pierna y por lo bajo me dijo: “No aguanto más, no es posible, llevamos más de una hora y no hablamos ni de desempleo, ni de educación, ni de salud: ‘¡La gente sólo habla de la policía!’”. Le dije: ‘¿Sabe por qué? Porque usted, que es el líder social brasilero más importante, nunca habló de la policía. Y la policía, para esta gente, es una cuestión de vida o muerte. La gente sólo puede luchar por mejores condiciones de trabajo y de salud si está viva’”. Yo creo que esta cuestión se ha convertido en un asunto que pone en jaque a la democracia brasileña.

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