En la terraza de un bar en Cádiz, en la costa española, una clienta llamada Marta González espera a que le sirvan su copa de ron. Pero la camarera no llega porque son 40 mesas las que deben atender entre ella y otro trabajador.

Ante las quejas de los clientes, la mesera se detiene a dar explicaciones: “El dueño no contrata más personal porque nadie solicita el empleo”. El hecho de que ni una persona se postule para una vacante laboral es sorprendente en una ciudad como Cádiz, la capital nacional del paro, con un índice de 30% de trabajadores desempleados.

Marta suspira. Ella también trabaja en hostelería, es cocinera y sabe lo que encierran las palabras de la camarera: “O es una mentira que el propietario cuenta a sus empleados para justificar cómo se aprovecha de ellos, o es que las condiciones son tan malas que ni un parado las acepta”.

Con la caída del desempleo este verano, quedan 4.57 millones de desempleados en España.

El país lleva seis años compartiendo con Grecia las peores cifras de Europa, pero la tendencia al fin es positiva. El trabajo vuelve a crecer tras la recesión; el problema es que su calidad se deteriora.

España se convierte en un país de camareros porque ése es el empleo que más crece. Según el Ministerio de Empleo, en agosto de 2007 había un millón 376 mil 46 afiliados en la hostelería, y ahora son un millón 585 mil 851, 13.2% más.

No hay nada contra los camareros, más allá de su carácter indicativo del mercado laboral: son el gremio con mayor temporalidad, más contratos por horas, peores sueldos y más falsos autónomos, sin vacaciones ni beneficios sociales.

Por ejemplo, Marta, que trabaja en un buen restaurante, se quedó sin empleo durante los tres meses en que se rompió una pierna. Su jefe no le renovó el contrato y, cuando se recuperó, volvió a llamarla. En hostelería esos abusos son la norma.

Cuando comenzó la crisis en agosto de 2007, la Seguridad Social tenía 19.1 millones de afiliados. Tras tocar suelo, en 2013, ahora hay 17.7 millones de trabajadores cotizando. Una gran parte de los puestos se han perdido en la construcción.

Según Florentino Felgueroso, investigador asociado de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea), esa herencia explica parcialmente la situación: “En España hay un problema con la población poco formada. La tasa de abandono escolar antes de la crisis era de 30%. Tras el pinchazo de la burbuja de la construcción, la hostelería es quien absorbe esos desempleados de baja cualificación”.

Reconoce que “está bien que la hostelería tire del carro, pero puede crearse una nueva burbuja. Si ocurre como en Francia, que baja la demanda turística, sería un choque”.

La proliferación de los trabajos de mala calidad se notará no sólo en la vida de los trabajadores de hoy. El empleo que se crea engorda las estadísticas; pero, como los salarios son bajos, los trabajadores pagan pocos impuestos y apenas contribuyen a la caja de las pensiones.

“Es malo, pero desgraciadamente la precariedad en España no es un problema nuevo”, explica Felgueroso. “Existía antes de la crisis y es habitual que al salir de una recesión los sueldos hayan bajado y las condiciones empeorado”.

La buena noticia es que hay trabajo, la mala es que son los empleos que hay.

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