Madrid

Las perspectivas del sector turístico español para este verano se han disparado por el aumento de la inseguridad en el Mediterráneo. Niza, en Francia, es el último gran destino golpeado por el yihadismo, pero en los últimos meses los vacacionistas han disminuido en Turquía, Túnez y Egipto, los rivales españoles.

El año pasado, España batió su récord de visitantes con 68 millones. La patronal del turismo, Exceltur, espera que esa cifra aumente basándose en el alza de turistas de 11% en los primeros cinco meses del año.

Se habla de “el verano de los 70 millones”, unas cifras atractivas para un país necesitado de empleo e inversiones extranjeras, pero que preocupa en muchas zonas costeras, donde han crecido las expresiones de descontento por el exceso de visitas.

Unas pintadas en la isla de Mallorca invitando a los turistas a volver a casa Tourist go home) animó a los diarios españoles a investigar las historias de camareros de Ibiza que, debido al alto precio del alquiler en la isla, deben dormir en coches después de trabajar.

Crecen las suspicacias, especialmente contra el turismo low cost, en el que los visitantes salen de fiesta, duermen en casas alquiladas por Airbnb y toman el avión de vuelta sin gastar más.

Ante ese escenario, la isla de Fuerteventura ha optado por fijar un límite de visitantes, mientras que ayuntamientos como el de Barcelona han
establecido una moratoria a la construcción de hoteles.

A pesar de ello, basta con fijarse en el paseo barcelonés de Las Ramblas para entender el efecto que tiene la llegada regular del Harmony of the Seas, un crucero que libera en tierra a 9 mil personas en pocos minutos.

Daniel Pardo, miembro de la Asamblea de Barrios por un Turismo Sostenible de Barcelona, reivindicó los cambios: “No estamos contra el turismo. Esa es una opción personal, aunque sea condicionada por una industria muy rica. Estamos contra un modelo de explotación y apostamos por el decrecimiento turístico”. Su propuesta es reemplazar la dependencia del turismo por otras actividades económicas.

Esa idea parece conflictiva en un país en crisis en el que el turismo representa 11% del Producto Interior Bruto. “No negamos su importancia económica, pero no redunda en favor de los que vivimos en el territorio, sino de las grandes compañías que lo explotan. Es cierto que se crea trabajo, pero precario”, aseguró Pardo.

La Asamblea protesta porque las condiciones de vida en los barrios turísticos ha empeorado: los vecinos más humildes no pueden pagar la renta, los comercios de uso cotidiano son sustituidos por tiendas de souvenirs.

“Eso es un drama. Lo que está planteando la industria turística para Barcelona es la desertificación de la ciudad para convertirla en un parque temático”, denunció Pardo.

Ricardo Santomá, decano de la Escuela de Turismo Sant Ignasi, de la Universidad Ramon Llull, de Barcelona, señaló que debe hacerse una planificación, liderada por el ayuntamiento pero también con agentes sociales y promotores privados. “Hay que buscar recursos serios para que los turistas tengan más opciones dentro de la ciudad y diversificar los puntos masificados”, expuso.

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