Los Ángeles

Cuando Hillary Rodham lanzó su candidatura a la presidencia por primera vez, perdió estrepitosamente. Corría el año 1964, la joven Hillary cursaba la preparatoria y decidió competir por el cargo en el consejo estudiantil de su escuela; todos sus oponentes eran hombres. Tras la derrota, uno de ellos le dijo: “Fuiste verdaderamente estúpida por creer que una mujer podía ser electa presidenta”.

Medio siglo después, Hillary Rodham, ahora Clinton, ha sido primera dama, senadora, secretaria de Estado, y está a un paso de convertirse en la primera mujer presidenta de uno de los países más poderosos del mundo. Sin embargo, la anécdota estudiantil fue una lección que Hillary ha llevado consigo: para obtener y conservar un sitio en la política, está permitido caerse, pero no dejarse vencer.

Hillary ha dado muestras de ser invencible. Para lograrlo ha tenido que enfrentar errores y pérdidas, ceder cuando ha sido conveniente y cambiar de postura cuando ha sido necesario.

Desde el affaire de su esposo, el presidente Bill Clinton, con la becaria Monica Lewinsky, hasta la investigación realizada por el FBI en torno a los correos electrónicos con asuntos de Estado enviados por la entonces secretaria de Estado desde una cuenta de correo no oficial, y los cuestionamientos sobre su responsabilidad en el ataque al consulado de Estados Unidos en Bengasi, Libia, en septiembre de 2012, en el que murió el embajador estadounidense Christopher Stevens, ella ha sabido dar la batalla, aceptar sus derrotas y seguir adelante, sin dejar de sonreír.

En el caso de los correos, admitió que fue un “error” haber usado un servidor privado, pero rechazó actuar de mala fe. En el caso de Bengasi admitió su responsabilidad como secretaria de Estado, pero argumentó: “Hicimos lo mejor posible, teniendo en cuenta la información que teníamos entonces”.

Nacida el 26 de octubre de 1947 en Chicago, Illinois, creció en una familia metodista y republicana. Desde muy joven militó en ese partido, hasta que en 1968 reconoció que su postura ideológica resultaba más congruente en el lado demócrata.

Habituada al liderazgo desde que se graduó en la Escuela de Leyes de Yale —donde conoció a Bill Clinton—, dio un paso atrás mientras los reflectores se posaban sobre su esposo, primero como gobernador de Arkansas y después a su arribo a la Casa Blanca. Ahí, tuvo que ceder frente a un Congreso que paró en seco sus propuestas, recordándole que ella no era una funcionaria electa, sino sólo la primera dama.

“La vida se trata de tomar decisiones”, explica Hillary en Hard Choices, el libro que aborda sus años como secretaria de Estado durante el gobierno de Barack Obama. “Nuestras decisiones y la forma en que las asumimos perfilan la persona en la que nos convertiremos. Y para los líderes y las naciones, esto puede significar la diferencia entre la guerra y la paz, entre la pobreza y la prosperidad”, afirma. Para Hillary, la forma en que ha asumido sus decisiones puede significar la diferencia entre ganar la presidencia de Estados Unidos el 8 de noviembre o el inicio del final de su carrera política.

Batalla ganada

La muestra más reciente del talento de Hillary para hacer ajustes y consolidar negociaciones tiene nombre y apellido: Bernie Sanders. El senador demócrata, principal contrincante de Clinton durante las primarias de su partido, quien reiteradamente cuestionó a la ex senadora por su pertenencia al establishment político estadounidense —ese al que tanto le costó acceder—, terminó por darle su apoyo público el 16 de junio, dejando claro que Clinton tendría que hacer concesiones.

“No es un secreto que la secretaria Clinton y yo hemos tenido fuertes desacuerdos en asuntos muy importantes, pero también que nuestra visión es más cercana en otros”, dijo Sanders en su discurso de adhesión a Hillary en el simbólico estado de New Hampshire, el primero en cuyas primarias arrasó Bernie. “En las próximas semanas espero continuar las discusiones para que el Partido Demócrata apruebe la plataforma más progresista en su historia”, señaló. A cambio de ese discurso, Clinton llegó a algunos acuerdos en relación a la educación superior gratuita, el aumento al salario mínimo y la derogación de la pena de muerte.

Vestida con un traje azul cielo, con la bandera estadounidense de fondo y un cartel con la leyenda: “Somos más fuertes juntos”, Hillary escuchaba a Sanders, asentía con la cabeza y sonreía saboreando la batalla ganada; una por la que esperó pacientemente ocho años.

En 2008, tras el triunfo de Barack Obama en las primarias del Partido Demócrata —en las que Hillary fue su principal contrincante—, la entonces senadora se sentó a la mesa de negociación con lo que traía bajo el brazo. Aunque Obama había ganado la mayoría del voto general, el sufragio latino se había volcado por Clinton: 63% en favor de ella. Ese triunfo arrollador en los estados con elevada población latina —California, Arizona, Nevada, Nuevo México y Florida—, obligaron a la campaña de Obama a negociar.

En la convención demócrata de ese año, Hillary dio su apoyo al candidato Obama. Cinco meses después, él tomaba protesta como el primer presidente afroestadounidense de Estados Unidos y Hillary se convertía en su poderosa secretaria de Estado.

La guerra por venir

En la víspera de la convención del Partido Demócrata, que inicia esta semana en Filadelfia, Pennsylvania, los números entre la población hispana se mantienen: 66% de este grupo demográfico sigue favoreciendo a Clinton, contra apenas 24% que simpatiza con su contrincante republicano, Donald Trump. Sin embargo, las encuestas realizadas entre el público en general, indican un empate entre ambos candidatos con alrededor de 45%.

Con estos números tan cerrados se especulaba sobre cuál sería la elección de Clinton como candidato a la vicepresidencia. La lógica indicaba que tendría que ser un hombre, preferentemente joven y de una minoría étnica, para ampliar el alcance demográfico de la virtual candidata.

Se especuló sobre un posible candidato latino, como el secretario del Trabajo, Tom Pérez, pero al final Hillary se decidió por Tim Kaine, un popular senador anglosajón de Virginia, de 58 años, católico, de ideales jesuitas, con una agenda liberal —a pesar de sus convicciones personales como la oposición al aborto—, que apoya una reforma migratoria integral y que ha hablado sobre ello en el Senado, dando un discurso completamente en español.

Aún está por verse si esta selección tiene un impacto en los números de la campaña Clinton en las encuestas. Joel Aberbach, profesor de Ciencia Política y Políticas Públicas de la UCLA, considera que las cifras de estos sondeos no deben tomarse con demasiada seriedad hasta que termine la temporada de las convenciones partidistas. “Las convenciones son básicamente un show y lo que resulta de ellas depende de cómo funciona ese show en la escena, pero no es un asunto central”, afirma.

“Es temprano para enfocarnos en quién va adelante en las encuestas; esperemos dos semanas, eso nos dará un pulso más real de dónde están las preferencias”, dice.

Pero para la campaña Clinton, la batalla ya está en marcha: en la última semana, nueve de cada 10 mensajes que su equipo lanza en redes sociales contienen ataques y cuestionamientos para Donald Trump.

El 18 de julio, cuando dio inicio la Convención Republicana, la cuenta de Twitter de Hillary citaba a Trump diciendo: “I love war”, y agregaba fragmentos de los presidentes republicanos Abraham Lincoln y Franklin D. Roosevelt en el sentido opuesto. De aquí al 8 de noviembre, esto es la guerra.

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