Al dinero no le gustan las dudas. El pasado 21 de diciembre, tras conocerse los resultados de unas elecciones en España sin ganador claro, la Bolsa cayó 3.6%, un movimiento normal ante la incertidumbre. El problema es que, seis meses después, tras el fracaso de los partidos para formar gobierno y ante el temor de que las elecciones que se repiten el 26 de junio sean poco concluyentes, la vacilación económica sigue atenazando al país.

Analistas llevan meses avisando de que la inversión comprometida se está perdiendo y las reformas se estancan. “La incertidumbre sobre el futuro de la política económica se mantiene en niveles elevados, aunque hasta el momento los costes parecen limitados. A pesar de que no es evidente un deterioro de la actividad ante la falta de definición de un gobierno en España, esto no quiere decir que el impacto en el PIB no se esté produciendo”, destaca un reciente informe del banco BBVA que fija el posible impacto en ocho décimas del PIB en el periodo 2016-2017.

Frente a esta visión negra, expertos más optimistas aseguran que no se está produciendo ninguna contracción significativa y que, siempre que se consiga cerrar un gobierno dentro de este ejercicio, se recuperarán las inversiones que no llegan desde diciembre. Estos optimistas no son precisamente un grupo de inocentes, sino que los encabezan los analistas de JP-Morgan Cazenove, que sostienen en un informe de la semana pasada: “No creemos que la próxima repetición de elecciones en España vaya a generar incertidumbre adicional” y apuestan por la formación de un gobierno en verano.

¿Entonces la parálisis ya está aquí o puede llegar? El punto en el que todos coinciden es en que hay un límite temporal: si tras el 26 de junio no hay gobierno, la modesta inercia positiva de la economía terminará. En esa línea, el Banco de España también ha alertado de “ciertas dudas” que en unos meses pueden frenar el consumo. Respaldando su temor, el Índice de Confianza del Consumidor mensual ha caído la friolera de 17 puntos desde que no hay gobierno (de 107 a 90).

En paralelo, en su informe del 1 de junio, la Organización para el Desarrollo y la Cooperación Económica (OCDE), el organismo que engloba a las economías desarrolladas, mejoró su pronóstico sobre la evolución de España para este año (un crecimiento del 2.8%), pero lo empeoró para 2017 (2.3%) temiendo que, a los problemas generales de la economía internacional, se una la caída de la demanda interna española. Parte de la culpa de esta caída sería de la resaca: para su campaña electoral, el partido gobernante (PP) elevó el gasto público y bajó los impuestos. La Unión Europea ya ha protestado porque esto ha contribuido al incumplimiento del déficit (5.16%, un punto más de lo previsto). Por eso Bruselas exige nuevos recortes, que son malos amigos del aumento de la demanda interna.

Otro debate es hasta dónde resulta peor la incertidumbre que la certeza. Por ejemplo, la todopoderosa embotelladora Coca-Cola European Partners advirtió la semana pasada, antes de su salida a Bolsa, de que la incertidumbre española podría minar su negocio. Sin embargo, luego amplió que aún más peligroso le parece “el surgimiento de fuerzas políticas emergentes en países miembros de la UE con políticas económicas y prioridades alternativas”. Es decir, que a muchos inversores extranjeros les preocupa casi menos la ausencia de gobierno que la formación de uno de izquierdas en el que se incluya Podemos. El Banco Central Europeo acaba de colocar a España en cabeza del riesgo político para la economía, citando el riesgo del auge de partidos “que parecen menos favorables a las reformas”.

Hay sectores en los que la inestabilidad política sí es un factor depresivo innegable, y ésa es una de las razones de que la publicidad en prensa haya vuelto a una tendencia pésima tras el repunte de finales de 2015. Mientras los partidos se enfrentan a una nueva ronda electoral para decidir qué proyecto político se impone, el país espera que sea el que le haga salir del bache.

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