“Señora (Keiko) Fujimori: Su experiencia política incluye haber sido primera dama de uno de los gobiernos más corruptos de la historia del Perú y el mundo. ¿Por qué los peruanos deben confiar y votar por usted?”.

El centrista Miguel Hilario hizo esa pregunta en el debate del domingo que enfrentó a los 10 postulantes a la presidencia del Perú. La hija del encarcelado ex mandatario Alberto Fujimori pareció desencajada antes de tildar de “irrespetuoso” al líder indígena.

Otro candidato, Fernando Olivera, dijo así al ex presidente Alan García, quien aspira a llegar a la jefatura de Estado por tercera vez: “Usted encarna la impunidad, ha pervertido los valores de Perú, tiene que responder ante la Justicia”.

Los candidatos por los que votarán los peruanos este domingo cargan con pesadas mochilas, pasados oscuros, hechos sin aclarar o, tal vez, denuncias infundadas. El término fue usado por la propia Fujimori al admitir que siempre tendrá el peso del gobierno de su padre (1990-2000), en el que la corrupción y las violaciones a los derechos civiles se desbordaron y se caminó por la línea entre la democracia y la dictadura.

Keiko ha hecho contribuciones dudosas, no logra explicar cómo financió sus estudios en costosas universidades extranjeras ni por qué aceptó ser primera dama en reemplazo de la madre maltratada. Tampoco convence el que nunca haya tenido empleo, más allá de cinco años como congresista, de los que pasó tres con licencias.

Pero es justo el polémico apellido el que la mantiene primera en los sondeos: para una tercera parte de país, Fujimori es sinónimo de eficiencia y liderazgo. El gobierno de “el chino” es recordado por los éxitos contra el terrorismo y el descontrol económico y por llevar al Estado a lugares en que nunca estuvo.

Las dos facetas de García. En el caso de García, a quien Olivera acusó en el debate de 17 presuntos delitos y mala gestión, tiene dos facetas: el estadista con fama de corrupto que arruinó al país en su primer gobierno (1985-1990) y lo mejoró en el segundo (2006-2011) sin superar su difícil relación con el pueblo y las eternas sospechas, es a la vez visto como un político muy hábil, orador sin rivales y líder férreo, aunque las encuestas indican que, a sus 66 años, lo bueno empieza a ser sepultado por lo malo.

El liberal Pedro Pablo Kuczynski, segundo en las encuestas, tiene menos puntos en contra, pero no le faltan. Y datan de 1968, cuando huyó del país porque la dictadura militar izquierdista de Juan Velasco lo acusó de favorecer, como director del banco central, a la International Petroleum Company. Haber sido cabildero y banquero hacen de Kuczynski, de 77 años, un hombre con fama de estar al servicio del gran capital.

Sin embargo, su estilo técnico, la fluidez académica y el que no se haya visto involucrado en casos claros de corrupción pese a fungir muchos años como ministro le ayudan a llevar la carga, con apoyo de gente joven de clase media que ve en el liberalismo económico ortodoxo el remedio a los males peruanos.

La candidata de la izquierda Verónika Mendoza, quien se disputa con Kuczynski el paso a la segunda vuelta contra Fujimori, tiene 35 años de edad y algo más de cinco en política, pero ya lleva una mochila, cargada por ladrillos propios y ajenos.

Izquierda estigmatizada. Los ajenos son más. La izquierda peruana está estigmatizada como supuesta defensora de la violencia y del populismo económico. La candidata ha prometido que no seguirá el modelo de Caracas, ni el de La Habana, pero no está claro el modelo alternativo que ella propone.

A Mendoza se le acusa, además, hasta ahora sin pruebas, de que a su paso por el Partido Nacionalista, del presidente Ollanta Humala (al que abandonó por “derechizarse” en el poder), ayudó a manejar dineros enviados a la campaña supuestamente por Venezuela.

Los medios son, en su mayoría, rabiosamente contrarios a Mendoza, a quien se niegan a reconocerle valores democráticos y de quien apuestan que tiene una vena autoritaria y estatista que trata de cubrir. Sus defensores se mueven más en las redes sociales.

Los demás candidatos llevan también mochilas. El socialdemócrata Alfredo Barnechea se metió en los primeros puestos en los sondeos gracias a su calidad intelectual, pero luego se cayó, no por las denuncias de que es lobbista o de que ha estado en negocios no claros, sino por una aparente soberbia que le impide conectar con el elector.

Del ex presidente Alejandro Toledo se recuerdan menos los éxitos económicos y el respeto a la democracia que el hedonismo y la supuestamente perdida lucha con el alcohol y de otros cuatro candidatos con mínima intención de voto también hay algunas historias, incluida la del izquierdista Gregorio Santos, que hace campaña desde la cárcel mientras se le procesa por presunta corrupción.

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