Al tiempo que Venezuela inaugura su nueva Legislatura nacional controlada por la oposición, la incertidumbre ensombrece el panorama político del país. La euforia de la victoria ha cedido el paso a una creciente confrontación entre el presidente Nicolás Maduro y el nuevo Congreso.

Es improbable que una real “deschavización” —deshacer los añejos, generosos programas de bienestar social introducidos bajo el gobierno del presidente Hugo Chávez y mantenidos por Maduro— ocurra en el corto plazo. Y cualquier intento de remover a Maduro, cuyo gobierno termina en 2019, a través de medios constitucionales, podría enfrentarse con medidas extraconstitucionales.

Esto podría incluir el ignorar totalmente las decisiones legislativas con el apoyo tácito, si no es que directo, de los servicios de seguridad y las fuerzas armadas, dominados por los chavistas.

La capacidad constitucional de la nueva Legislatura para dominar a la rama ejecutiva podría enfrentarse a las realidades políticas. Los chavistas aún controlan los ministerios del Interior, Defensa y Justicia, así como Petróleos de Venezuela, S.A. (PDVSA), la empresa petrolera estatal. Incluso una masa crítica de la sociedad civil luchará para contrarrestar efectivamente a este bloque formidable. Mucho depende, también, de la ruta que elijan las diversas élites en circunstancias extremas: respaldar a una nueva Legislatura con gran apoyo popular o a un presidente cada vez más errático.

Un juego político temerario marcado por la confrontación constante tendría consecuencias desastrosas para Venezuela. En términos económicos, aceleraría el declive actual y lo llevaría a un ciclo vicioso cuesta abajo. En términos políticos, la violencia podría estallar en cualquier momento, conduciendo a un resultado largamente impredecible y peligroso.

Podría ser inevitable que los choques se extiendan a las calles. Maduro y sus acólitos chavistas harán lo que sea con tal de mantener, proteger y hacer avanzar la revolución bolivariana y, sobre todo, los intereses creados que han acumulado en los últimos 17 años. Para ellos, la política es en gran medida un juego de suma cero donde el ganador se lo lleva todo.

La creciente polarización en Venezuela seguirá incluyendo ataques verbales, retórica militante y la amenaza del uso de la fuerza por parte del sistema chavista. No se puede excluir el uso de la fuerza real —la violencia política de los últimos años en respuesta a los altos niveles de inflación, la escasez de productos básicos y los crímenes urbanos ofrecen un claro precedente—.

El recurso de la división. Maduro intentará dividir a la oposición y provocarla, y después usará cualquier pretexto para aplastar a la disidencia. Los círculos bolivarianos paramilitares prochavistas, conocidos por intimidar y golpear a los oponentes, podrían actuar en cualquier momento.

Parte del éxito del chavismo había sido el fracaso de los opositores para unirse. Hasta ahora, y a lo largo del reciente proceso electoral, la oposición democrática venezolana ha demostrado una unidad sin precedentes en tiempos extraordinariamente desafiantes. Aunque las elecciones del 6 de diciembre fueron en gran medida libres y legítimas, el ambiente general no fue ni equitativo ni libre de temores. La retórica hostil promovida por el Estado ayudó a crear una atmósfera conducente a la violencia política.

Conforme se incrementen las perspectivas de confrontación, será más difícil para Maduro aferrarse a los vestigios del chavismo. La fricción entre los círculos chavistas aumenta junto con la búsqueda de “culpables” de la derrota oficialista legislativa. Maduro carece de las cualidades que hicieron de Chávez una sensación: carisma, capacidad de inspirar, astucia política y la ventaja de haber gobernado en una época de elevados precios petroleros.

En medio de la peor crisis económica en la historia reciente de Venezuela, Maduro ha fracasado miserablemente. Ya no puede sacar provecho de la “generosidad” de PDVSA, que el gobierno usó como “cochinito” partidista. Venezuela es un país bendecido por una de las reservas energéticas más grandes del mundo. Pero los crecientes malos manejos y una corrupción rampante en la era del chavismo han provocado el derrumbe de PDVSA y del resto de la economía.

Todo este tiempo, la sobrevivencia del chavismo y de la Revolución Bolivariana han dependido del precio del petróleo. Chávez usó el petróleo como arma política para granjearse el apoyo en casa y en el extranjero, principalmente en Latinoamérica. Pero el estado regional de terror que caracterizó la Venezuela de Chávez se ha disipado en gran medida. Chávez tenía la influencia y el poder financiero, así como el culto a la personalidad necesarios para influir en y movilizar los movimientos izquierdistas a lo largo de Latinoamérica. Su retórica feroz podía complicarle las cosas a los líderes y gobiernos regionales.

La muerte de Chávez en 2013 y la drástica caída de los precios petroleros han frustrado cualquier influencia del chavismo. Más aún, se está dando una oleada regional contra el populismo de extrema izquierda de los últimos 15 años. La victoria presidencial en Argentina del candidato de centroderecha Mauricio Macri, el 22 de noviembre, marcó el primer gran paso en esta dirección. Los escándalos de corrupción y el rápido declive económico están deshaciendo el dominio de la izquierda en Brasil.

Conforme el chavismo se debilita en casa y continúa perdiendo su brillo en Latinoamérica, nuevas voces regionales surgirán para unirse a las filas de quienes critican ese tipo particular de populismo. Un cambio general hacia una política más centrista, con capacidad de rendir cuentas y transparente parece casi inevitable en esta coyuntura crítica.

Director del Global Strategy

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