A 14 años de que el ex presidente estadounidense George W. Bush invocara la guerra contra el terrorismo, el movimiento yihadista es más poderoso y temible que nunca. “La guerra global contra el terror no sólo fue un fracaso, sino que incrementó la radicalización”, dice a EL UNIVERSAL Mark Singleton, director del International Centre for Counter-Terrorism de La Haya.

“El nivel de amenaza es hoy mayor que nunca por el hecho de que el Estado Islámico (EI) ya no es un problema lejano, está dentro de nuestra sociedad. Esto implica enormes retos no sólo de seguridad, también para la población por el enorme impacto psicológico que genera. Lo que intenta crear el terrorismo es un estado mental de miedo y con los ataques en París lo han logrado, no sólo en Francia sino en toda Europa”.

De acuerdo con el National Counterterrorism Center de Estados Unidos, la yihad es invocada como bandera de guerra por al menos 14 organizaciones terroristas establecidas en Medio Oriente, el sudeste asiático, la región del Sahel, y el norte, el centro y el llamado Cuerno de África.

Sin embargo, el EI, que concibió los ataques yihadistas de París, es “la amenaza terrorista más seria a la que se ha enfrentado Europa en 10 años”, afirma el director de Europol, Rob Wainwright.

Fundado en 2004 como sucursal de Al-Qaeda en Irak por el sunita radical Abu Musab al-Zarqawi, asesinado por las fuerzas aéreas estadounidenses en 2006, Daesh —término usado por los gobiernos que le niegan así su pretensión de ser un Estado— ha evolucionado hasta convertirse en una amenaza sin precedentes.

Ha logrado, bajo el mando de Abu Bakr al-Baghdadi, mucho más de lo que pudo soñar la red terrorista Al-Qaeda cuando era señalada como el enemigo número uno de la Casa Blanca.

El EI controla 50% del territorio de Siria y un tercio del de Irak, ha logrado imponer desde 2014 el califato ejerciendo una política de terror y tiene a su servicio una fuerza militar estimada entre 20 mil y 31 mil 500 hombres, de los cuales entre 3 mil y 5 mil cuentan con pasaporte europeo.

Si bien desde que irrumpieron en la guerra siria hace dos años habían dado múltiples muestras de su capacidad destructiva —como por ejemplo con los atentados en Ankara del 10 de octubre que se cobraron la vida de más de 100 personas—, con los inéditos ataques en París el EI demostró tener capacidad de planear, coordinar y ejecutar atentados en el corazón de Europa similares a los que se registran en territorios que libran guerras asimétricas, como Afganistán, Somalia o Mali, donde el ataque a un hotel de lujo el viernes pasado dejó un saldo de 21 muertos.

El ataque en París fue un punto de quiebre, dice a este diario Leandro Di Natala, experto en terrorismo islámico del European Strategic Intelligence and Security Center (ESISC). “Demostró un alto nivel de coordinación y complejidad de los terroristas. Fue el primer ataque en Francia en el que los terroristas suicidas llevaban cinturones explosivos, lo que demuestra que los yihadistas han recurrido a un nuevo modus operandi para matar a tantas personas como sea posible y elevar el nivel de confrontación”, afirma.

La elección de los lugares más triviales de la vida moderna, como cafeterías, una sala de conciertos y un estadio de futbol, también ha vuelto más aterradora la amenaza de la yihad en Europa ante la naturaleza arbitraria de los objetivos.

Hasta ahora, el terrorismo islámico se había enfocado en golpear sistemas de transporte masivo, como el tren de Madrid en 2004 y el metro de Londres en 2005; establecimientos semitas como el Museo Judío de Bruselas en 2014, y críticos del islam, como fue el caso con la masacre perpetrada contra la redacción del semanario satírico galo Charlie Hebdo a principios de año.

Desencadenar reacciones europeas

Pero más allá de mostrar que pueden replicar en suelo europeo los atentados coordinados de Bombay de 2008, los expertos sostienen que el EI buscaba con los ataques en la Ciudad de la Luz desencadenar reacciones en Europa que contribuyan a sus objetivos principales: provocar un choque de civilizaciones y suprimir valores propios de los europeos, como la solidaridad y el respeto de las garantías individuales.

Los gobiernos de Bélgica y Francia reaccionaron invocando más poderes para combatir el terrorismo. El presidente francés, François Hollande, amplió por tres meses el estado de emergencia para permitir a los servicios de seguridad ejecutar registros domiciliarios sin orden judicial y anunció una reforma constitucional para introducir medidas que permitan retirar la nacionalidad francesa a los extremistas que tengan otro pasaporte y controlar a los sospechosos con dispositivos electrónicos como brazaletes de geolocalización.

A su vez, el premier belga, Charles Michel, pidió al congreso una reforma para expulsar a predicadores extremistas, bloquear cuentas de mezquitas asociadas con fundamentalistas y encarcelar en automático a todo terrorista que vuelva de Siria.

“La reacción es preocupante, lo más indicado era preservar la calma y no caer en la trampa de la provocación”, sostiene Mark Singleton.

“Debería prevalecer el balance entre prevención y represión, pero me temo que la tendencia es completamente hacia la represión, estamos olvidando que se trata de erradicar ante todo la radicalización doméstica, gente que simpatiza con una ideología distorsionada y que en gran medida tiene que ver con la forma como ellos se ven dentro de nuestra sociedad”.

Los expertos coinciden en que la yihad en Europa no se combate desplegando soldados por el territorio —Francia sacó a las calles a 10 mil—, sino reforzando la inteligencia, incrementando la comunicación entre los servicios de seguridad europeos y recurriendo a instrumentos culturales, sociales y económicos.

Además, señalan la necesidad de aislar a los extremistas de la mayoría de los musulmanes, quienes no sólo no comparten su visión, sino que también son víctimas, como ilustra el fenómeno de los refugiados sirios, quienes enfrentarán mayores impedimentos para llegar a Europa por el endurecimiento de los controles fronterizos, así como nuevas expresiones de islamofobia procedentes de grupos como el alemán Pegida, que responsabiliza de los ataques a la política de inmigración y el lunes reunió a miles en Dresde para reclamar un cambio de la política de asilo.

Singleton no cree que el Estado Islámico pueda ser eliminado completamente, pero sí es posible reducirlo en capacidades e influencia, como ocurrió con Al-Qaeda. Para ello, se requiere apoyar a las fuerzas locales para acabar con la guerra civil, revertir el vacío político y la falta de estabilidad económica. Intensificar los ataques aéreos en Irak y Siria, como anunció Hollande, será insuficiente.

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