Bruselas

Los nuevos episodios de violencia entre palestinos e israelíes muestran el descarrilamiento del tren de las negociaciones entre ambas partes para resolver un contencioso que se remonta a la proclamación del Estado judío hace casi siete décadas.

Apuñalados, baleados, protestas y enfrentamientos violentos en Cisjordania, Gaza e Israel, conforman el nuevo rosario de acontecimientos que ilustran, por un lado, el fracaso de la política israelí establecida desde la retirada de Gaza en 2005, y por el otro, la fallida estrategia del presidente palestino, Mahmud Abbas, basada en cooperar con Israel en materia de seguridad sin recibir nada a cambio.

“La violencia entre palestinos e israelíes se acerca cada vez más hacia la catástrofe si no se detiene de inmediato”, advirtió el Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU, Said Raad al Hussein, en una audiencia especial celebrada el miércoles pasado en Ginebra.

La represión policiaca, las palizas a manifestantes, los tiroteos y la ola de apuñalamientos han dejado desde el 1 de octubre, cuando comenzó la nueva etapa del conflicto, 71 muertos y más de un millar de heridos en el bando palestino, mientras que del lado israelí hay 11 fallecidos y más de 100 heridos.

Los analistas atribuyen al régimen del premier israelí, Benjamin Netanyahu, el hecho de que el proceso de paz se encuentre en un momento crítico.

“Netanyahu es responsable de la situación actual; ha violado de manera sistemática las normas y principios del derecho internacional con su política de asentamientos en territorio palestino”, señala a EL UNIVERSAL Bertus Hendriks, un experto sobre Oriente Próximo del prestigioso instituto holandés Clingendael.

“Los esfuerzos bilaterales fracasaron porque el gobierno de Netanyahu abandonó los principios de Oslo: tierra a cambio de paz. Israel quiere tierra y paz”, subraya.

Netanyahu, el primer “sabra” o nacido en Israel que llegó a jefe de gobierno (la primera vez en 1996), además se ha empeñado en torpedear el diálogo con un discurso incendiario.

En su más reciente provocación culpó al muftí (líder religioso) de Jerusalén, Haj Amín al Huseini, de haber convencido a Hitler en 1941 para que exterminara a los judíos en Europa.

La fracción palestina también tiene su cuota de responsabilidad en la actual crisis. El movimiento Al-Fatah de Abbas llegó al poder en 2005 luego de la segunda intifada.

Los palestinos estaban necesitados de alguien que se opusiera a la violencia, obtuviera aceptación internacional y consiguiera apoyo económico para reconstruir una sociedad desplazada.

Abbas, quien ha carecido del carisma de su predecesor, el líder revolucionario Yasser Arafat, pensó que si ofrecía seguridad a Israel obtendría concesiones suficientes para establecer el Estado palestino, reactivar la economía y reconstruir las instituciones.

Una década después, no sólo no consiguió ninguno de sus objetivos, sino que perdió la confianza de la ciudadanía, así como el control de Gaza, en manos del Movimiento de Resistencia Islámica (Hamas) tras las elecciones legislativas de 2006. Según una encuesta realizada en septiembre por el Palestinian Center for Policy and Survey Research de Ramalá, dos tercios de los palestinos están a favor de la dimisión de Abbas.

“Netanyahu dio por sentada la cooperación en materia de seguridad y nunca otorgó a Abbas concesiones importantes para vendérselas a sus electores”, asegura Hendriks. Para el analista, la Autoridad Nacional Palestina “se encuentra totalmente desacreditada por actuar como brazo político israelí sin recibir nada a cambio”.

Como consecuencia del fracaso del líder palestino, el continuo despojo de tierra por parte de Israel y la falta de expectativas para el pueblo palestino, los presagios apocalípticos anticipan el estallido de una nueva intifada, la cual sería mucho más duradera y violenta en comparación con las dos versiones anteriores 1987-1993 y 2000-2005.

¿Quién podrá frenar otra intifada?

“El riesgo del estallido de una tercera intifada es real”, dice en entrevista con EL UNIVERSAL Sami Faltas, profesor del Centro de Relaciones Internacionales de la Universidad de Groninga, Países Bajos, y miembro del grupo de asesores del Centro para el Control Democrático de las Fuerzas Armadas en Ginebra.

“Pero la incógnita no es si va a tener lugar, más bien la pregunta es quién podrá frenarla. No veo ningún actor con la suficiente credibilidad, ni en Palestina, ni en Israel, ni en la comunidad internacional”, agrega.

Recuerda que en la primera intifada, también conocida como “revuelta de las piedras”, había todavía lazos entre Israel y Palestina por actividades económicas transfronterizas, así como actores políticos que creían en la viabilidad de los acuerdos de Oslo de 1993, los cuales suponían que la paz debía basarse en la resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU, en la retirada de todas las fuerzas israelíes de los territorios ocupados a cambio de seguridad para Israel.

Sin embargo, hoy la gente tiene menos que perder que antes. La interdependencia económica, que es fórmula para la paz, no existe más por el cierre de las fronteras y la elevación, por parte de Israel, de un muro de hormigón de hasta ocho metros de altura.

Tampoco hay actores externos de peso con la capacidad de detener una posible irrupción de violencia a gran escala. Egipto, socio reconocido por ambas partes, no está en condiciones de asumir responsabilidades globales como consecuencia de una transición marcada por la corrupción, la polarización y una feroz guerra contra el terrorismo, de acuerdo con el think tank International Crisis Group.

Al mismo tiempo, la Unión Europea (UE) ha perdido peso en la región “por pensar de manera equivocada que resolvería el conflicto sólo inyectando dinero”, sostiene Faltas.

Si bien la paz está hoy más lejos por el estallido de la “intifada de los cuchillos”, Bertus Hendriks está convencido de que la solución está en Naciones Unidas, la única instancia con poder de reestablecer el equilibrio entre las partes.

Advierte que en caso de no volver a la ONU con el compromiso de una solución basada en dos Estados, al final quedará consumado el proyecto de una sola nación “en el que tendremos una forma de apartheid, con ciudadanos de segunda y tercera. El futuro es más que sombrío”.

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