Washington

La escena parece arrancada de un viejo libro de historia que narra, entre batallas épicas y crímenes de lesa humanidad, la trágica incapacidad de Siria para controlar su propio destino. Con sólo una hora de antelación, un general de las fuerzas armadas rusas hizo acto de presencia en la embajada de Estados Unidos en Bagdad para advertir sobre el inminente bombardeo de sus aviones de combate en la localidad siria de Homs, un sector controlado por elementos del Ejercito Sirio de Liberación que incluye entre sus filas a muchos desertores del ejercito del régimen de Bashar al-Assad.

Tras este ataque, realizado el miércoles, antes del inicio de las conversaciones pactadas entre los altos mandos militares de EU y Rusia para evitar el choque de sus fuerzas aéreas, desde el Pentágono los altos mandos militares no ocultaron su enojo. Pese a la palabra empeñada por Vladimir Putin durante su reciente encuentro con Barack Obama en el marco de la Asamblea General de la ONU, Rusia decidió actuar por cuenta propia demostrando así, una vez más, que el líder ruso parece entender sólo de acción unilateral y muy poco de compromiso.

Pero, sobre todo, que no está dispuesto a perder la estratégica posición en Medio Oriente que mantiene Rusia desde los años 70, en la base siria de Tartus —la única de Moscú en aguas del Mediterráneo—.

El incidente, que en opinión del secretario de Defensa de EU, Ashton Carter, “sólo arroja más gasolina al incendio”, marcó el inicio de una nueva etapa en la vieja lucha por el control de Siria. Una etapa en la que dos viejos adversarios toman el relevo de las viejas potencias coloniales como Francia e Inglaterra, mientras caminan hacia un abismo de caos, éxodos de civiles y ejecuciones brutales que se abren paso para contener la amenaza terrorista del Estado Islámico (EI).

El diario The New York Times advirtió esta semana sobre los riesgos de esta intervención militar rusa. “Los bombardeos de Rusia en Siria cruzan una peligrosa línea en Medio Oriente que sólo agrava el conflicto y aumenta el riesgo de una confrontación directa con EU”.

Desde el estallido de la guerra civil en Siria en marzo de 2011, fuentes de las Naciones Unidas calculan que han muerto más de 250 mil personas, han sido expulsadas del país más de 4 millones y 11 millones más se han visto desplazadas dentro de su propia nación. Los cálculos más conservadores de distintas organizaciones estiman que el costo de esta guerra sangrienta oscila entre los 150 mil y 200 mil millones de dólares.

Un precio demasiado elevado para una nación que había experimentado el empobrecimiento y desplazamiento de decenas de miles de personas a causa de una sequía en 2006 que empujó a la población rural hacia las ciudades que, con el tiempo, se convirtieron en polvorines del descontento. Desde el estallido del conflicto, la maquinaria militar de Al-Assad había podido contener el avance de las fuerzas rebeldes que han recibido apoyo encubierto y entrenamiento de EU.

El régimen de una minoría

Sin embargo, el costo de la guerra ha sido muy alto para un gobierno que ha sufrido numerosas bajas y deserciones, mientras la población civil ha huido despavorida para evitar morir en el fuego cruzado, o para no ser reclutada por el ejército. Aunado a ello, está la naturaleza sectaria de un conflicto en el que la minoría alauita (actualmente en el poder) no parece dispuesta a distraer fuerzas y recursos para defender a la mayoría sunita que hoy opera desde distintas trincheras.

“El ejército se encuentra dividido y exhausto y ya no puede echar mano de nuevos reclutas. Una buena cantidad de los refugiados, por ejemplo, son personas que huyen de las zonas controladas por el gobierno porque no quieren ser reclutadas a la fuerza”, aseguró Richard Barret, un ex agente de inteligencia británico del MI6 que ha trabajado para la ONU y para el grupo de análisis estratégico Soufan.

En medio de esta crisis de reclutas y bajo la presión de EU y una coalición de más de 60 naciones, Putin ha hecho acto de presencia para salvar del colapso a Al-Assad. “No creo, sin embargo, que esto marque una gran diferencia. Uno le puede dar una mejor arma a un hombre, pero al final lo que cuenta son los números de efectivos sobre el terreno y eso ya no lo tiene Al-Assad”, añadió Barret al poner en duda la eficacia de la ayuda de Rusia que, por el momento, se ha limitado a la fuerza aérea.

Según distintas fuentes, el ejército de Siria pasó en los últimos cuatro años de 300 mil efectivos a entre 80 mil y 100 mil elementos. Las bajas y una epidémica racha de deserciones han menguado considerablemente sus fortalezas. Los síntomas de un colapso inminente afloraron en mayo pasado, tras la caída de Aleppo, al norte de Damasco, y en junio de las localidades de Idlib y Jisr al-Shughour.

En agosto pasado, la cuarta división de la Guardia Republicana que comanda el general Maher al-Assad, el hermano menor del presidente, fue incapaz de recuperar la región de Ghouta, donde han ocurrido encarnizados combates y que fue además objetivo de los ataques del régimen sirio con armamento químico en agosto de 2013.

En medio de esta sucesión de derrotas de las fuerzas armadas de Al-Assad, el intercambio diplomático entre Teherán y Moscú se multiplicó para advertir sobre el riesgo de una caída del régimen sirio.

Desde Rusia, fuentes de inteligencia y del ejército decidieron que había llegado el momento de desplazar equipo para reforzar militarmente al gobierno de Damasco. “En sólo tres semanas, Moscú desplegó 28 aviones de combate, 14 helicópteros, docenas de tanques, misiles de defensa antiaérea y dos mil tropas en la zona noreste de Siria”, aseguró Charles Lister, del Grupo Doha en el Brookings Institution.

“Desafortunadamente, esta intervención de Rusia se produce además cuando la estrategia de EU en Siria ha sido un rotundo fracaso”, añadió Lister, aludiendo a la decisión del Pentágono, difundida hace unos días, de suspender el programa para entrenar rebeldes sirios por “no haber satisfecho las expectativas”.

En diciembre, el Pentágono anunció que entrenaría a unos 5 mil rebeldes sirios. Sin embargo, de los 120 entrenados inicialmente, unos entregaron sus armas a otros grupos terroristas, como el Frente Al-Nusra, otros desertaron para sumarse a los extremistas y otros tantos fueron capturados por lo que, admitió el representante oficial del Pentágono, general Lloyd Austin, hoy sólo estarían luchando contra el EI unos cuatro o cinco de los entrenados.

En medio de este ambiente de caos y de derrota para la estrategia militar de EU en Siria, el portavoz de la Casa Blanca, Josh Earnest, aseguró que la solución militar que ahora buscan los rusos para mantener a Al-Assad en el poder, y que fracasó en Afganistán, los llevará a un callejón sin salida.

La única opción, insistió, es la de la negociación política que pasa por la salida de Al-Assad, una posibilidad a la que se opone Putin porque de esta manera perdería a su único Estado aliado en Medio Oriente. Así las cosas, algunos especialistas vaticinan la eterna balcanización de Siria y el peligroso deambular de dos potencias como EU y Rusia por una ruta que sólo conduce al abismo.

“Si las cosas siguen así, Siria seguirá avanzando hacia la balcanización, es decir, la división del país en pedazos, como lo fue cuando los franceses invadieron el país en el año 1920”, consideró el experimentado analista William Polk, al lanzar así un pronóstico sombrío de esa nación que sigue siendo incapaz de controlar su propio destino.

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