En el cuarto de siglo desde que los presidentes George H. W. Bush y Mijail Gorbachov pusieron punto final a la Guerra Fría a bordo de un buque soviético anclado en las nada plácidas aguas de Malta (diciembre 2-3, 1989), las armas nucleares han dejado de ser un factor de preocupación para la población mundial.

Ciertamente, el tráfico ilícito de materiales radioactivos —que acarrea el evidente riesgo de proliferación horizontal— y el ingreso de dos Estados potencialmente inestables (Paquistán y Corea del Norte) al grupo de países que posee armas nucleares, son una llamada de atención; empero, el fin de la larga rivalidad entre Estados Unidos y la ya extinta Unión Soviética sepultó los temores de las primeras generaciones de posguerra. El riesgo de un Armagedón nuclear, que estuvo latente a lo largo de la Guerra Fría, pareció haberse relegado al basurero histórico.

Sin embargo, es una ilusión creer que el peligro de una guerra termonuclear ha disminuido. A 70 años de la destrucción de Hiroshima y Nagasaki y pese a varios acuerdos entre las principales potencias para limitar y reducir sus arsenales, la cantidad de armas nucleares sigue siendo muy elevada. Según el informe anual de desarme del Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI), el número de ojivas nucleares bajó de 22 mil 600 a 15 mil 850 entre 2010 y 2015.

Esta reducción fue en gran medida posibilitada por EU y Rusia, que poseen 90% de las armas nucleares existentes en el mundo. No obstante, el documento del SIPRI señala que en la actualidad los miembros originales del llamado club nuclear (EU, Rusia, China, Francia y el Reino Unido) desarrollan “programas extensos y costosos de modernización a largo plazo”.

Dichos países son signatarios del Tratado de No Proliferación Nuclear (1968), pero casi todos han demostrado ser poco transparentes respecto a sus programas nucleares. La emergencia de otros Estados nucleares —India (1974), Paquistán (1998) y Corea del Norte (2006)— no se puede ignorar, sobre todo porque se ubican en zonas conflictivas. Israel ha mantenido una postura deliberadamente ambigua respecto a su capacidad para desplegar bombas nucleares, pero sus vecinos árabes no tienen la menor duda de que las posee. El reciente acuerdo negociado por EU con Irán someterá el programa nuclear del segundo a un monitoreo más estricto, pero tanto el primer ministro Benjamin Netanyahu en Israel como la oposición republicana en Wa-
shington acusan al secretario de Estado John Kerry de haber hecho demasiadas concesiones al régimen islámico.

En 1966, EU llegó a tener 31 mil 175 ojivas nucleares. Hoy día, su arsenal asciende a 4 mil 897 ojivas, de las cuales mil 597 están desplegadas en misiles balísticos intercontinentales, bombarderos y submarinos. Su arsenal táctico está conformado por 500 ojivas. En contraste, la desaparecida Unión Soviética había acumulado 45 mil ojivas nucleares en 1986. Actualmente, Rusia cuenta con mil 582 ojivas desplegadas en misiles balísticos intercontinentales, bombarderos y submarinos, así como 2 mil ojivas tácticas. Rusia alberga varios miles de ojivas nucleares estratégicas no desplegadas. Los arsenales nucleares de los restantes países son más pequeños. China posee aproximadamente 250 ojivas nucleares, Francia 290, Reino Unido 225, India entre 90 y 110, Paquistán entre 100 y 120 e Israel entre 80 y 100 (con material suficiente para fabricar 200).

Algunos expertos sostienen que los arsenales nucleares de las grandes potencias han sido el factor determinante en la conservación de la paz mundial desde 1945. El potencial destructor de una sola bomba quedó ampliamente demostrado en Hiroshima y Nagasaki. Durante la Guerra Fría, la doctrina de la “destrucción mutuamente asegurada” significó que ningún líder en Moscú o Washington podía correr el riesgo de ordenar un ataque nuclear contra su rival sin exponer a su propio país a un contraataque masivo.

No obstante los resguardos implantados por las potencias para prevenir una catástrofe, en los pasados 70 años ocurrieron varios incidentes —la crisis de los misiles en 1962 fue el más notorio— que bien podrían haber puesto el mundo al borde del desastre. La bomba habrá caído en el olvido, pero la humanidad sigue sentada en un polvorín nuclear.

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