Ángel está convencido de vencer a su oponente pese a que lo supera en peso, edad y experiencia. El niño, que apenas tiene ocho años, es una mezcla de etnias: su padre es Mam y su madre Otomí; chiapaneco y oaxaqueña, respectivamente.

Ángel se ha cambiado el uniforme escolar y en su lugar se ha vestido con un maillot (traje de lycra pegado al cuerpo) que deja sus piernas y brazos al descubierto para tener una mayor movilidad en los combates.

En el ambiente se respira el olor a sudor de los luchadores, el aire caliente se inhala con dificultad, es una especie de bodega pequeña, con un techo de no más de cuatro metros, apenas caben los colchones donde entrenan los gladiadores. Todos visten el maillot, no los cubre nada más, en los pies, tenis.

El conteo regresivo inicia: preparados, tres, dos, uno, grita desde una esquina el entrenador. Ángel está sobre el tapiz, comienza a moverse con sigilo, como felino al acecho se acerca a su presa. Trata de tomarla por el cuello pero sus brazos no son lo suficiente largos para alcanzarla, entonces, no hay de otra, debe moverse, la toma de donde puede, sí, de donde sea para llevarla de espaldas al cuadrilátero o aplicarle una llave que la haga desistir del combate. El rival, es una mujer y además, su entrenadora.

Desde la banca, José Osvaldo Anleu Cabrera observa la acción: “Tiene ocho meses entrenando. No sabes cómo ha cambiado su forma de ser, ahora tengo un hijo más seguro, más confiado, más entrón”, dice el orgulloso padre, quien trata de no hacer ruido mientras su hijo está en batalla. “No quiero ponerlo nervioso”, susurra.

Son ocho meses en los que Ángel Jafet Anleu practica lucha grecorromana en la Sala de Armas de Ciudad Deportiva, ubicada entre las delegaciones Iztacalco y Venustiano Carraza.

Él es miembro del primer grupo de niños indígenas que viven en la ciudad de México y practican lucha grecorromana, deporte que los ha ayudado a sobrellevar la discriminación de la que sus padres dicen que son víctimas, tanto en la calle, como al interior de las escuelas.

La familia de Ángel forma parte de los 300 mil 138 indígenas que viven en la ciudad de México, según datos de la Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidades (Sederec). Iztacalco y Venustiano Carranza, donde se ubica la Ciudad Deportiva, suman una población indígena de 19 mil 320 personas.

José Osvaldo asegura que la discriminación que viven en la ciudad es constante: “El simple hecho de venir de una comunidad indígena ya te tacha; la mayoría de los que vivimos acá somos comerciantes, pero si hasta entre nosotros, que somos adultos, hay discriminación, imagínate cómo lo padece un niño. Mi hijo, antes de entrenar, no sabes cómo sufría”.

La Sederec registra que la población indígena joven que radica en el DF es de 36 mil 67 personas, de acuerdo a datos del Inegi (2010).

La delegaciones políticas con mayor población indígena son: Iztapalapa con 8 mil 61, Gustavo A. Madero, 4 mil 224; Tlalpan, 3 mil 108 y Cuauhtémoc con 2 mil 558.

Actualmente se reconocen 143 pueblos originarios y 171 barrios en el DF. Asimismo, de acuerdo con el Centro de Estudios Migratorios del Instituto Nacional de Migrantes (Segob, México, 2012), en la ciudad de México conviven 164 comunidades de distinto origen nacional.

Proveniente de la etnia Mam, ubicada en el estado de Chiapas, José Osvaldo Anleu creó el Movimiento y Bienestar Social de Indígenas Radicados en el Distrito Federal (Mobisir), junto con más personas indígenas.

Gracias a este movimiento fue que llegó a la Sala de Armas en la Ciudad Deportiva, y ahí encontró cabida para su vástago en el equipo de lucha grecorromana, liderado por Juan Pelagio Chaparro Alaníz, quien en 2012 se retiró del tapiz para entrenar nuevos talentos. Él fue luchador profesional.

“Acá queremos que los niños vengan, no se nos había ocurrido entrenar a niños indígenas, pero la realidad es que aquí tenemos al tercer lugar nacional de lucha grecorromana, y es de origen zapoteco”, comenta el entrenador.

Cada sábado se juntan los 10 niños indígenas que son entrenados en lucha grecorromana, y tanto José Osvaldo como Juan Pelagio aseguran que gracias a esta disciplina deportiva, los menores ahora se desarrollan mejor en diversos ámbitos de su vida.

“Me subió de calificaciones, he visto cómo ha cambiado su cuerpo, se siente más seguro, ahora camina derecho, ya no se le agacha a nadie, ya no le hacen bullying, no porque se ponga violento con los demás niños, sino que ahora los enfrenta con palabras, ya no se achica”, afirma el hombre Mam.

Arriba del tapiz, Ángel sigue luchando, de momento siente que no puede, pero se aferra a no perder y usar las técnicas que ha aprendido en estos ocho meses de entrenamiento.

—¡¿Qué estás haciendo mal?! —le grita la mujer, su rival — ¡Agárrame bien, no me dejes, tírame!— le insiste.

Los pequeños músculos de las piernas y brazos se le hinchan, su rostro se pone colorado, tiene el gesto fruncido. Ese niño quiere ganar, se le nota en la mirada.

“Ha llenado de orgullo mi ser. Soy un padre orgulloso y voy a apoyar a mi hijo en lo que quiera. Él sabe que el hecho de ser indígenas no nos hace menos, al contrario, venimos directo de nuestros antepasados. Mi esposa y yo tratamos de enseñarle nuestra cultura, desafortunadamente ya no hablamos nuestra lengua, sabemos poco, pero la cultura la tenemos. Sólo tenemos un hijo porque no hay tiempo para otro, y por eso, a este que tenemos, le damos lo mejor”.

“Queremos cambiar las cosas, queremos respeto por nuestras tradiciones y por nuestros niños”, asegura José Osvaldo.

Luchador zapoteca y Dios inmortal

Kalid Kabiv Martínez es estudiante de Biología en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y también es el tercer lugar a nivel nacional en lucha grecorromana. El título lo obtuvo el mes de marzo pasado, en la Olimpiada Nacional realizada en Nuevo León.

Kalid ha peleado toda la mañana, el cansancio se le nota en el cuerpo, sin embargo, a la hora de volver al combate se sacude el dolor y vuelve a ser el mejor.

Tiene 19 años, su estatura no es muy alta, su tez es clara, sus brazos, piernas y cuello son anchos y fuertes.

Su nombre significa “Dios inmortal”, y su historia en la lucha grecorromana comenzó cuando cursaba la secundaria.

“Comencé en la secundaria desde que tenía 15 años, un amigo me dijo que lo acompañara a entrenar porque había niños de mi edad, cuando fui me agradó el entrenamiento y me quedé”, recuerda.

“Cuando lucho se siente como cuando vas a presentar algo importante, porque cuando sientes la fuerza del otro o tú también haces fuerza, es distinto. Gracias a la lucha me he hecho más responsable, mis papás me dicen que lo importante es la formación y el deporte es formativo, y para estar bien en el deporte también tengo que estudiar y organizarme para poder hacer todo”, comenta el muchacho.

Su opinión respecto a entrenar junto a niños indígenas se extiende, pues es de origen zapoteco y asegura que el deporte ayuda a ser más seguro y permite socializar más. “Hay mucho talento en el país, el hecho de que sean indígenas no significa que no sean talentoso. Y más a esa edad para que se formen y adquieran valores. Es una actividad muy sana”, recomienda el joven.

—¿Qué es lo que más te ha dejado este deporte?— se le pregunta.

—Disciplina— responde inmediatamente.

Él está de acuerdo con que niños indígenas entrenen a su lado: soy zapoteco, agrega.

De regreso a la batalla

El silbato sonó, el pequeño Ángel está vez no pudo con su oponente, le ganó por varios puntos, sin embargo, aguantó hasta el último minuto del combate.

“Me siento bien, la maestra es muy fuerte, pero sé que debo hacer mejor las cosas, debo concentrarme más”, comenta Ángel como todo un campeón.

Desde que practica la lucha grecorromana sus calificaciones han mejorado, principalmente en matemáticas.

—¿Por qué crees que antes no eras tan bueno para las matemáticas y ahora sí?

—Porque ahora pongo más atención, me enfoco, es parte de mi disciplina.

Ángel tiene ocho años, pero debe pensarse dos veces si es que alguien osara molestarlo.

Cómo ser parte del equipo

Los sábados antes del medio día es cuando se puede encontrar a estos luchadores en la Sala de Armas. Tienen un pequeño lugar donde se acomodan para no dejar este deporte.

La Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidades (Sederec) los apoya, hasta el momento les ha dado uniformes nuevos y junto con ellos, lucha para que puedan acceder a un espacio mejor. Las clases son gratis, refuerzan los involucrados del proyecto.

Ángel ha secado el sudor de su cuerpo y ahora cambió su malliot por el uniforme escolar. En hombros se coloca la mochila y se aleja del gimnasio tomado de la mano de sus papás.

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