Desde hace décadas, cada administración pretende dejar huella de su paso con una obra que sea recordada por futuras generaciones.

Es así como la ciudad vivió en 1978 una de las más extensas transformaciones del paisaje urbano, al ampliar calles y avenidas para construir una serie de vías rápidas conocidas como ejes viales, con el fin de agilizar el tránsito capitalino.

A partir de la década de los años setenta, el aumento poblacional y de tránsito vehicular en en el Distrito Federal requirió de la reorganización en la traza urbana debido a que muchas de las avenidas por las que se transitaba eran muy reducidas e intrincadas.

Cada nueva artería adquirió un número, un punto cardinal y un sentido único. Todo aquello que se cruzaba en el camino desaparecía, lo mismo una vecindad que una casa o una plaza pública; no quedó rastro alguno de los camellones arbolados que servían de descanso al cruzar. Los antiguos nombres de Niño Perdido, San Juan de Letrán, Aquiles Serdán o Santa María la Redonda pasaron a segundo plano y se fundieron en un eje.

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