De entre los escombros comenzó a gestarse la sociedad civil organizada y apartidista de la capital mexicana, que mostró solidaridad y exigió respeto y compromiso de las autoridades.

Afuera de las maltrechas viviendas se veían a familias enteras juntando sus pertenencias, clasificando documentos personales y empaquetando todo aquello que les pudiera ser de utilidad en el futuro, mientras encontraban otro lugar donde vivir.

Camiones de mudanzas, camionetas y similares, recorrían día y noche las calles de la ciudad, transportando muebles, colchones y toda clase de objetos de cientos de familias que por una u otra circunstancia tuvieron que dejar su hogar.

En los campamentos temporales la vida se tornaba difícil y peligrosa a pesar que cada campamento se encontraba cercado con mallas de alambre y en su interior se encontraban varias construcciones de madera forradas con lámina esmaltada. Cada una se conformaba por varias viviendas de 18 metros cuadrados. Los baños eran comunes y se ubicaban justo debajo de los tinacos.

En junio de 1987, la llamada Fase II del Programa Emergente de Vivienda otorgó de forma gradual 4365 viviendas provisionales situadas en los 40 campamentos que pertenecían a Renovación Habitacional Popular.

“Una generación perdió, con el terremoto, sus lugares entrañables, los sitios de su memoria. Tal vez exista otra cosa que quienes nacieron después del sismo ignoran: la ciudad, como la conocemos, comenzó a gestarse después del 19 de septiembre, el día en que los damnificados hicieron su primera marcha”. Fragmento de “Del quinto patio al quinto piso”, de Héctor de Mauleón.

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