Desde las 3 de la mañana, la Ceda comienza a moverse, vehículos particulares, transporte público y camiones hacen fila para ingresar, mientras los comerciantes y carretilleros se preparan para recibir un día más a sus clientes.

Las bodegas donde se resguardan los conocidos diablos se vacían para que los 13 mil 800 carretilleros comiencen su actividad y puedan llevar el gasto a casa.

Un chiflido, “ahí va el golpe”, o el sonido de las ruedas a toda velocidad, es la alerta de que un diablero está atrás de ti, los visitantes tienen que estar al pendiente, pues nadie se puede librar de un impacto y los carretilleros no pueden detenerse, pues cargan en sus diablos hasta más de una tonelada.

La mayoría de los carretilleros que circulan de un lado a otro con mercancía pesada son jóvenes quienes tuvieron que buscar un empleo para solventar los gastos de una nueva familia. En este caso, las asociaciones de carretilleros les piden una carta firmada por sus padres para que autoricen que puedan trabajar en la Ceda.

“¡Ahí va el diablo!”, el grito que resuena en la Central de Abasto
“¡Ahí va el diablo!”, el grito que resuena en la Central de Abasto

Sin embargo, hay cientos de personas que llevan más de 30 años cargando los productos que llevan los clientes, quienes han pasado de la abundancia a la falta de clientes, como Emiliano Hernández, quien vino a la Ciudad de México hace 33 años desde la Sierra de Oaxaca y ha trabajado como diablero todo ese tiempo.
Durante cinco horas el tráfico de carretillas y gente en la Ceda es pesado, toneladas se transportan de un pasillo a otro, Emiliano está al pendiente de algún cliente, mientras espera, plática con sus compañeros, la mayoría menores que él, quienes lo respetan por su experiencia.

Él llega a la Ceda alrededor de las 3 de la mañana y trabaja durante 12 horas, vive en el municipio de Tultitlán, en el Estado de México y hace más de dos horas de camino, pero su motor es su familia, su esposa y sus dos hijos, quienes actualmente estudian la preparatoria.

Emiliano, de 50 años de edad, comenta que se encuentra bien de salud y agradece a Dios no tener problemas en la cintura. Entre bromas, dice que ya no le gusta trabajar como carretillero, pues ya no aguanta lo mismo que cuando tenía 20 años.

“No es lo mismo, por eso ya no me gusta tanto, además, ya no se gana igual que hace 30 años, aunque todavía nos deja para vivir”, dijo.

Es de piel morena, de estatura media y musculoso, puede cargar hasta mil 200 kilos en su diablo, aunque dice que es cuestión de maña.

“La maña es echarle la carga pesada atrás o abajo y al frente lo menos pesado. Antes, estos viajes de más de mil kilos se hacían seguido, ahora ya no hay tanto trabajo”, explicó.

Emiliano gana entre 200 y 600 pesos al día, pero comenta que tener viajes se ha dificultado, pues medidas como el Hoy No Circula han sido las causante de que los comerciantes minoristas no puedan acudir con la misma frecuencia a la Ceda como se hacía años atrás.

“¡Ahí va el diablo!”, el grito que resuena en la Central de Abasto
“¡Ahí va el diablo!”, el grito que resuena en la Central de Abasto

La mayoría de los carretilleros que circulan de un lado a otro con mercancía pesada son jóvenes quienes tuvieron que buscar un empleo para solventar los gastos de una nueva familia .

Víctor Allende Moreno ha trabajado en la Ceda desde hace 35 años, el nació en el estado de Michoacán y en 1982 vino a buscar oportunidad en la capital, primero comenzó a trabajar en Merced y después llegó a la Central de Abasto, lugar que le ha dado lo necesario para mantener a sus cinco hijos.

“Cuando llegamos a la Ciudad, como a los 11 años, trabajé en la Merced, después me vine para acá. Antes había más trabajo aquí, pero ahora ya todo es lo mismo, el trabajo ha bajado en todos lados”, declaró.

Mientras esperaba su desayuno, EL UNIVERSAL platicó con Víctor, un hombre de 50 años, quien con una actitud seria contestaba las primeras preguntas pero, al contar su historia, su rostro se relajó y platicó sobre su rutina y las medidas de precaución para avisar que va con carga.

“Con un chiflido o con el golpe se quitan rápido”, ríe y señala a sus compañeros.

Para Víctor todos los días son para celebrar, porque diario tiene para comer y llevar dinero a su casa. Al día se lleva, mínimo, 200 pesos.

“No porque nos vaya mal tenemos que andar tristes, hay días que nos va muy bien y nos llevamos nuestra lanita, pero otros que no y uno tiene que seguir chambeando y no andar perdiendo el tiempo”, comentó.

Aunque la Central de Abasto es parte de su vida, cuando sale de trabajar, su familia siempre espera que llegue con bien a su casa ubicada en Santa Anita, a 10 minutos de su trabajo, sus cinco hijos trabajan, pero ninguno se dedicó al mismo oficio que él.

“¡Ahí va el diablo!”, el grito que resuena en la Central de Abasto
“¡Ahí va el diablo!”, el grito que resuena en la Central de Abasto

Hace 20 años, don Teodoro Rincón Vega llegó del estado de Guanajuato a la Ciudad de México, dejó su trabajo como agricultor y comenzó a trabajar en la Ceda para conformar una familia con su esposa.
“Antes yo trabajaba en el campo en Guanajuato, yo ahí conocí a mi esposa, pero nos decidimos mudar porque ella es de aquí, de la Ciudad”, contó Teodoro.

A pesar de que su esposa nació en la capital, llegar a la Ciudad de México fue difícil para Teodoro, pues tuvo que cambiar su vida, de ser un trabajador del campo tuvo que buscar otro oficio. Uno de sus conocidos le platicó de su trabajo como carretillero en la Central de Abasto, por lo que decidió visitarla y ahí trabaja desde hace 20 años.

Teodoro empezó a trabajar en la Ceda cuando tenía 30 años y comenta que actualmente ha tenido problemas con su columna por cargar pesado, pero asegura que está en tratamiento y el dolor ha disminuido.

“Me he lastimado de la columna, estoy en tratamiento porque tengo una hernia en los discos de tanto cargar”, explicó.

Recuerda que la época de “vacas gordas” ha quedado atrás, ya no hay trabajo como antes porque los clientes han disminuido, principalmente, por la delincuencia y los precios que han subido últimamente. “Hoy en día está tranquilo el trabajo, ahora no podemos medirlo porque los clientes no son estables, hace 20 años había bastante chamba, pero ha disminuido mucho, ha influido la delincuencia, el aumento de los precios, las restricciones que ponen aquí para que los clientes se estacionen, ya no quieren venir a la Central por todos estos obstáculos”, expuso. Además, mencionó que hace 20 años hacía como mínimo cinco viajes en un día y actualmente esta haciendo sólo dos recorridos en promedio.

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