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Miguel Urban, de 47 años, comenzó a trabajar en la elaboración y venta de cohetes a los 13 años. Ha vivido las tres explosiones que han ocurrido en el mercado de San Pablito, en Tultepec.

Los incendios en los que estuvieron Miguel y su madre Herlinda, que también se encuentra internada a unos pasos de él en la Cruz Roja de Polanco, fueron los de los años 2005 y 2006.

A diferencia de lo que hoy les ocurrió, en aquellas dos ocasiones sólo hubo daños en sus locales. El primero fue el 16 de septiembre de 2005, cuando un incendio acabó con 300 puestos del tianguis, dejó más de 50 heridos y más de 70 autos calcinados, pero ni una persona muerta.

El segundo, el del 11 de septiembre de 2006, cuando de nueva cuenta San Pablito fue escenario de un incendio que destruyó más de 400 puestos.

“El mercado que ahora explotó por completo esta tercera vez fue inaugurado en el año 2001, se construyeron 300 locales. Nosotros operábamos nuestro local con base en los permisos otorgados por la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) que año con año revisaba nuestro local y nos renovaba el permiso de venta.

“Hacía 10 años que veníamos operando sin incidentes. Para mí que esto de la explosión se trató de un acto intencional; fue demasiado grande para la cantidad de cohetes que manejábamos todos y sobre todo porque estábamos seguros y regulados… esto tuvo que haber sido intencional”, asegura Miguel, desde una cama de la Cruz Roja Mexicana en Polanco.

Sus dos hijos permanecen a su lado en el cuarto. Tuvo fractura de húmero izquierdo, fractura de costillas y quemaduras importantes en su vientre.

“Ese martes estábamos adentro, despachando a un cliente cuando escuchamos una explosión, le dije a mi madre —que estaba ahí conmigo vendiendo— que seguramente se trataba de la explosión de una llanta o algo así, pero los tronidos continuaron cada tres segundos y luego comenzamos a ver luces por todas partes.

“Los ladrillos comenzaron a volar, mi madre salió corriendo, yo también, pero ella se cayó y no pudo continuar. Volteé y la vi en el piso. Fue entonces cuando decidí regresarme para intentar proteger su cuerpo con el mío. Por eso me quemé gran parte de mi abdomen. Una nube de fuego pasó por encima de mí como una tormenta, pero pudimos correr, porque el mercado está perfectamente diseñado para que no se diera una reacción en cadena. Todavía no entiendo qué pudo ocurrir”, recuerda.

Asegura que lleva tres días sin poder dormir: “Cada vez que cierro los ojos veo la explosión; veo ladrillos volar, vuelvo a escuchar el estruendo de las explosiones. Esto fue una tragedia imborrable en mi mente”.

Comenta que además de los golpes en el cuerpo, del fuerte ardor por las quemaduras, lo que más me duele es el impacto emocional de todo esto. “Pero si usted me pregunta si seguiré en este negocio, le responderé que sí. Es lo que sabemos hacer; soy un sobreviviente que debe seguir trabajando en lo que sabe, en la elaboración de cohetes, de palomas y en la venta. No hay de otra”, asegura.

Mientras tanto, Herlinda, su madre, se queja en el cuarto de al lado porque los dolores en su pierna izquierda son insoportables, dice la mujer de 84 años.

“Yo comencé a despachar cohetes a los 15 años; iba de casa en casa, después saqué una mesa y ahí los vendía, y desde hace algunos años estamos establecidos. Quiero decir que en este mercado que ahora explotó nunca debió haber habido niños. Siempre lo dije, que los niños tendrían que estar en guarderías mientras sus madres trabajaban, pero nunca debieron permitir que entraran a San Pablito”, se lamenta la mujer.

“Nos salvamos de la primera explosión y también de la segunda, pero esta tercera sí nos tocó”.

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