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Durante los últimos seis meses, la ciudad ha vivido una ola de robos en todas sus modalidades y se han vuelto virales los atracos a automovilistas que fueron grabados con un teléfono celular, también los de transporte público, en los que surgieron los “justicieros”, así como los linchamientos a manos de vecinos cansados de darse cuenta de que, tras detener al delincuente, con frecuencia éste entra y sale de prisión.

Las autoridades de seguridad han hecho su trabajo y han logrado la detención de los presuntos responsables de actos delictivos menores, quienes en 80% de los casos resultan ser reincidentes, es decir, delincuentes que alguna vez estuvieron en prisión en periodos que van de uno a tres años.

Informes del Sistema Penitenciario capitalino indican que estos imputados —todos detenidos, en promedio tres veces, por robo a transeúnte, a transporte público, casa habitación o de autopartes— al no tener una vigilancia o supervisión, regresan a delinquir a las calles, conscientes de que permanecer tras las rejas un tiempo, para ellos no representa un castigo ejemplar.

En este rubro, la dependencia explica que tan sólo en lo que va del año, 3 mil 302 convictos quedaron libres, ya compurgados, esto quiere decir que pagaron su agravio a la sociedad y ya no le deben nada a la autoridad. Hasta 80% estuvo preso por el delito de robo, ya se a transeúnte, a transporte público, de vehículo, a conductor, con o sin ejercer violencia.

Hazael Ruiz Ortega, titular del Sistema Penitenciario capitalino, explicó que en la Ciudad de México el nivel de reincidencia es de entre 30% y 36%, lo que significa que de los poco más de 3 mil convictos compurgados, por lo menos mil volverían a las calles a delinquir, a robar posiblemente en zonas como Periférico, Circuito Interior, a los usuarios del transporte público, afectando a la ciudadanía de a pie.

Detalla que los reincidentes en su mayoría son los delincuentes menores, “es gran parte del problema, alguien que haya estado preso por homicidio y delitos graves con muchos años de prisión, difícilmente reincide, a diferencia de lo que sucede con el robo, cuando les llega la sentencia ya están por salir y en ocasiones no alcanzan a entrar a los programas o servicios de tratamiento técnico como parte de su rehabilitación”, comentó el funcionario.

De igual manera, explicó que existe otro rubro: todos aquellos que recibieron algún beneficio para su liberación. De este universo, en este año apenas fueron 989. Respecto de estas personas, la autoridad sí tiene un seguimiento puntual de sus actividades, ya que cada mes acuden a firmar y en cuanto faltan, se encienden las alarmas y las empiezan a buscar.

Se han dado casos, por ejemplo, de que son detenidos en su domicilio por no acudir a firmar y, en otros casos, cuando vuelven a delinquir y son detectados por las autoridades, incluso los detienen en el juzgado al momento de reportarse a firmar.

Hazael Ruiz expone que “de los compurgados ni nosotros ni la autoridad sabe nada, no hay una ley que obligue a la policía a saber qué hace o a qué se dedica. Así funciona el sistema aquí, ellos ya pagaron su culpa y son libres de hacer lo que quieran”, puntualiza el funcionario.

Falta trabajo social

A decir de especialistas en temas de reclusión, el hecho de que los convictos reincidan es sistemático. La falta de atención de las autoridades, sumada a la sobrepoblación que se vive en las cárceles, supera la idea que tienen los encargados del Sistema Penitenciario de reincorporar a los delincuentes de manera correcta a la sociedad.

Siempre ha sido de esta manera, por lo que los delincuentes con un historial familiar en prisión, saben que estando preso en ocasiones es mucho mejor que andar en las calles, además, una vez que ha salido de la cárcel, en el barrio o en las calles, el convicto gana cierto “prestigio” y “respeto”, que gradualmente lo va elevando de rango y, de trabajar solo o en familia, empieza a tener seguidores y se vuelve más peligroso.

“Es un tema muy complejo y de sicología social la que viven este tipo de delincuentes. Desde niños crecen en este medio, los llevan a visitar al tío, al abuelo o al papá, a cualquier familiar [encarcelado], entonces crecen con el concepto de que estar encerrado es normal, que no pasa nada.

“Conforme crecen y se enfilan hacia alguna actividad delincuencial y pisan la cárcel, se dan cuenta de que no es un verdadero castigo. Ahí se consigue droga, tienen un techo donde pernoctar, comida y si les hace falta algo, sus familiares se lo proveen, entonces, cuál es el castigo”, cuestiona Gerardo Castillo, criminólogo especialista en reclusión del Instituto Nacional de Ciencias Penales (Inacipe).

Detalla también que el nivel de reincidencia de 36% en la Ciudad de México se mantiene en la media nacional, que en entidades del sur del país como Oaxaca, Guerrero o Chiapas, el nivel de reincidencia por el delito de robo llega hasta el 38% o 40%; sin embargo, no es buen indicativo, puesto que el reincidente ya conoce el camino, argucias legales y evade con mayor facilidad a la autoridad.

“Es una cuestión de aprendizaje; las familias incluso hasta tienen sus abogados, ya saben, por ejemplo, que si los detienen con un arma son más años de cárcel y entonces se deshacen del arma y ese tipo de cuestiones que permite la ley; ahora con la nueva reforma, en unos años más hay que hacer el análisis de cómo le va a la ciudad con el delincuente menor.

“Se debe trabajar en leyes, ya sea que ayuden u obliguen a las personas a ocuparse, monitorearlos o mandarlos a talleres porque, de lo contrario, se ve como una omisión de la autoridad, es decir, mandarlos a la cárcel no basta, si ya es la tercera ocasión que lo detienes, cuando salga sabes que habrá una cuarta”, advierte el también catedrático.

“El encierro ya no me da miedo”

Tres ingresos al Sistema Penitenciario Capitalino no fueron suficientes ni han servido de escarmiento para El Pitufo, delincuente menor que se dedica al robo de autopartes y a transeúntes en las inmediaciones de la colonia Carrasco, en la delegación Tlalpan. Sus vecinos ya lo conocen y prefieren darle unos pesos cuando lo ven alcoholizado y drogado que denunciarlo.

El argumento: “a cada rato sale de la cárcel y no entiende”. Él se justifica y explica que no tiene trabajo y que con sus antecedentes delictivos, es difícil encontrar trabajo de planta, pues en cuanto alguien se entera de que ya estuvo en prisión, nadie le tiene confianza, es un estigma que carga desde los 15 años, pues gran parte de su familia está o alguna vez estuvo presa por el mismo delito: el robo.

Su padre fue asesinado en el año 2000 por un usuario de transporte público en Iztapalapa, su tío se encuentra en el reclusorio por robo con violencia y su primo El Gordo apenas en enero pasado fue detenido cuando tripulaba un vehículo con reporte de robo, “pues uno ya nace así, qué le vamos a hacer”, dice mientras cuenta su historia tomándose una caguama al exterior de la vinatería Oasis de la calle Cuarta en su barrio.

La única, que en ocasiones, le llama la atención es su abuela, una mujer de 65 años quien comenta que ya está cansada de ver a sus hijos en prisión, pero como nunca le hicieron caso, a estas alturas ya es demasiado tarde. El Pitufo acostumbra robar cuando necesita dinero para ir a una fiesta o cuando lo que le da su abuela no le alcanza para el vicio, situación que molesta a vecinos, hartos de él, por lo que ya lo han agredido en dos ocasiones.

“Una vez me iban a linchar porque robé el tanque de gas del puesto de doña Reina y así me fue; esa vez no me metieron a la cárcel, pero me acuerdo que sí me la cantaron. Entonces ahora me ando con cuidado aquí o me voy a otro lado.

“Cuando me las veo así de duras, sí pienso que a veces estoy mejor adentro que afuera. Allá por lo menos comemos y se la pasa unos rélax, aquí afuera hay que chambear y no hay dónde”, reflexiona el convicto reincidente, quien por el momento no ha vuelto a caer, pero según sus propias estadísticas, a mediados del siguiente año posiblemente regrese a prisión.

“Al reclusorio no vuelvo”

Un ataque de celos y furia fueron suficientes para marcar el resto de su vida y pasar siete años en prisión. Walter Gallegos, un día llegó a su casa y encontró a quien fuera su pareja sentimental con su amante en turno, sin pensarlo, a ella la golpeó y después asesinó al hombre, luego del escándalo no huyó, únicamente esperó a que la policía lo detuviera.

En el Reclusorio Oriente conoció de todo: drogas, “gente manchada” y también internos de buen corazón que, al igual que él, por un error, terminaron ahí. Así fue como conoció al “michoacano”, un sexagenario a quien le dieron 20 años de prisión también por homicidio, se empezaron a tratar y se hicieron amigos y ahí empezó a hacer carnitas.

A Walter lo sentenciaron a 15 años de prisión; sin embargo, debido a su buen comportamiento, su interés por regresar a la sociedad, terminar de estudiar la preparatoria e interesarse en la cocina, recibió el beneficio de la preliberación y salió antes, desde esa fecha asegura, “ha sido hombre de bien”.

Ahora se dedica a la venta de carnitas los fines de semana y también las prepara para eventos, lleva tres años dedicándose de lleno a este negocio, lo que le ha dejado frutos, pues en la colonia Miguel Hidalgo el puesto de Walter es uno de los más buscados por preparar las mejores carnitas del rumbo, aseguran.

“A la cárcel ya no regreso, nunca será lo mismo estar afuera, tener libertad que estar encerrado. Mi delito ya lo pagué y ahora soy gente de bien, ahí adentro conocí gente de todo tipo, pero me consta que también hay gente buena y mucho inocente, el raterillo, ése entra y sale.

“Ya todos saben que estuve en la cárcel y ni me molesta ni nada, para mí ya todo eso quedó atrás y también trato de olvidarlo, me concentro en mi familia y en el negocio que poco a poco nos va mejor”, comenta el entrevistado que ahora tiene un hijo y encontró a otra pareja sentimental.

Los especialistas explican que al igual que Walter, en promedio el que comete un delito de alto impacto como el asesinato o el homicidio doloso, no reincide, el problema es el delincuente menor al que el mismo sistema no alcanza a reinsertar de manera correcta a la sociedad.

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