Algunos la llaman la Madre de Todas las Batallas; otros, menos hiperbólicos, el Gran Debate del Centro Histórico. Sucede todos los días, sobre la calle de Motolinía, entre dos torterías contiguas: La Casa del Pavo y La Rambla, ambas en busca de quedarse con la respuesta a la pregunta ¿Cuál de las dos es mejor? (Motolinía es tal vez la primera calle tortera de la ciudad de México. Como recordarán, en un zaguán viejo y achaparrado del callejón del Espíritu Santo, como se llamó esa calle alguna vez, el tortero Armando Martínez expendía sus emparedados al final del siglo antepasado. Sus descendientes dicen que la torta de don Armando es la torta chilanga original; la datan a 1892.)

La Casa del Pavo declara 1901 su año de nacimiento; La Rambla, 1928. Ahora nos parecen casi contemporáneas, pero 27 años es mucho más que la vida promedio de un restaurante. Cuando La Rambla apareció en el combate, altiva y arrojada, La Casa del Pavo ya era una superviviente: por ella había pasado la caída de un régimen y una revolución completa. No puede ser que hacia 1928 La Casa del Pavo no estuviera recuperándose aún de la golpiza. La Rambla en cambio era una muchacha, una recién llegada, una Katniss Everdeen dispuesta a ganar los verdaderos juegos del hambre. Pero después de ochenta y ocho años, un periodo casi bíblico, La Casa del Pavo no se ha dejado vencer y La Rambla no ha dejado de pelear. Todos los días.

Ambas están buscando la torta perfecta. Su querella no es espectacular: esto no es Cocacola vs Pepsi. (Por cierto: Cocacola, obviamente. ¿Alguien, alguna vez, ha votado Pepsi en esa querella?) Su duelo es invisible. Ninguna de las dos, de ninguna manera, ha reconocido la existencia de La Otra. Su batalla es secreta, y sin embargo La Rambla no hace una torta que inconfesablemente no propenda a superar a La Casa del Pavo y todas las tortas de La Casa del Pavo propenden inconfesablemente a superar a las de La Rambla. El caballo de batalla de La Casa del Pavo es, previsiblemente, la torta de pavo; el de La Rambla, la torta de lomo adobado. En ambas la telera es pequeña, sabrosamente engrasada; las rajas y zanahorias, grandes, en un escabeche bien sazonado. El pavo de La Casa es un ave descomunal, rostizada entre el ámbar y el marrón; el lomo de La Rambla es de un rojo aparatoso. Un crítico favorable a La Casa del Pavo señalaría el detalle formidable de que el maestro tortero hidrata la carne de su torta con consomé de pavo mientras la calienta sobre la plancha. Un crítico favorable a La Rambla hincaría el pie sobre el sabor ligeramente cenizo del adobo: un punto de tizne o de ahumado que lo hace emocionante. Un tercer crítico, adverso a las dos, señalaría que tanto a la torta de pavo como a la de adobo les viene bien la adición de las zanahorias en escabeche: tal vez porque a la de pavo le haga falta un grano de sal y porque la de adobo (para ese crítico hipotético) pueda ser demasiado redondeada: un pico la aviva, como una luz de bengala. Ambas son tortas de una sabrosura elemental, previa, universal.

Hay un día en el futuro en que La Rambla y La Casa del Pavo, físicamente, no serán más. (A juzgar por su longevidad, tal vez ese día tenga que ser el último día posible; cuando toda la ciudad no sea más.) A veces pienso que ellas seguirán discutiendo en la eternidad. Otras veces pienso que en el paraíso, para la insondable divinidad, La Rambla y La Casa del Pavo –las querellantes, los dos lados de la batalla– serán acaso una sola tortería indivisible.

La Casa del Pavo. Motolinía 40, Centro. La Rambla. Motolinía 38, Centro. Precios. La última vez que estuve en La Casa del Pavo pedí una torta de pavo y una Coca light, pagué 70 pesos; en La Rambla pedí un consomé de pavo con menudencias, una torta de lomo adobado y una Fanta; pagué 90 pesos. En ambos casos, ya con propina.

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