En estos juegos olímpicos de invierno, según parece, podremos enfocarnos tranquilamente en la competencia deportiva. Aunque no hay garantías, lo cierto es que nadie espera que, habiendo atletas norcoreanos participando en la justa, Pyongyang lleve a cabo ensayos con misiles o pruebas nucleares. Las Coreas han sostenido conversaciones en los últimos días en las que no solo está la participación norcoreana en Pyeongchang 2018. Otras medidas de distensión también han sido ya puestas en marcha. Estas incluyen la reactivación del diálogo militar entre ambos países para atender cuestiones fronterizas, lo que consiguió la reapertura de una línea directa de intercomunicación militar que se añade a la línea directa diplomática abierta del 2 de enero. Por último, Seúl anunció que consideraría el relajamiento de ciertas sanciones contra funcionarios de Pyongyang. Pero, ¿qué es lo que motiva a Kim Jong-un para, repentinamente, ofrecer una ventana al diálogo? Buscando respuestas a esa y otras preguntas, una gran cantidad de análisis han sido escritos en estos días. Resumiendo, encuentro dos grandes visiones. Podríamos llamarlas: la cuña y la flor.

Bajo una primera óptica, Kim estaría aprovechando la coyuntura de los juegos olímpicos de Pyeongchang para mostrar una cara amistosa sin conceder en lo esencial, atrayendo con ello a Corea del Sur hacia una mesa de negociaciones sobre cuestiones menores, con el propósito último de deslizar una cuña para separar a Seúl de Washington. Esta visión ofrecería múltiples beneficios a Pyongyang. Por un lado, Kim consigue ganar tiempo muy valioso para seguir progresando en su programa nuclear. Según se estima, a Corea del Norte solo le faltaría dominar una parte de la tecnología para lograr transportar eficazmente una cabeza nuclear en un misil intercontinental balístico sin que éste se destruya al momento de reingresar a la atmósfera. Así, mientras se muestra dispuesto a negociar, Kim estaría logrando comprar el tiempo requerido para finalmente tener listo su elemento definitivo de disuasión: un arma nuclear que sea efectivamente enviable hasta territorio estadounidense y eficazmente detonable en su objetivo. Además de eso, Kim podría estar buscando alivio inmediato en cuanto a ciertas sanciones que Seúl se ha estado encargando de hacer cumplir. Pero lo más importante sería que gracias a esta estrategia, Kim conseguiría distanciar al presidente surcoreano Moon Jae-in, de Trump. Moon es un político más abierto al diálogo con Pyongyang y se ha manifestado por la necesidad de encontrar salidas negociadas al conflicto. Una guerra en la península, desde su visión, no es opción. Si la situación de distensión sigue avanzando, es probable que Seúl y Washington empiecen a chocar en temas altamente sensibles como, por ejemplo, la decisión de extender la suspensión de los ejercicios militares que se interrumpirán durante los juegos olímpicos.

Hay otra visión, muy claramente expuesta por John Delury en Foreign Affairs. Según el autor, Kim está finalmente respondiendo de manera positiva ante las iniciativas de apertura del surcoreano Moon. Para Delury, no hay cuña; la claridad de las señales que Kim envía es evidente: de una parte, el mandatario norcoreano ofrece un entregable con el que puede cumplir en lo inmediato para mostrar sus intenciones de distender la situación. Además, indica Delury, Pyeongchang 2018 no está en la agenda de Kim, sino en la de Moon. Por tanto, el líder norcoreano permite a Moon colgarse la medalla de unos juegos olímpicos exitosos regalándole una flor que le ayuda política y simbólicamente. De acuerdo con esta óptica, Kim ha alcanzado el punto en el cual quiere expresar que, ahora sí, está dispuesto a sentarse en la mesa, aunque bajo nuevos términos. Las razones para hacerlo descansarían en distintos factores: (a) Pyongyang ya ha avanzado lo suficiente en sus proyectos nuclear y de misiles, y por tanto, cuenta ya con el poder disuasivo que deseaba: la garantía de no ser invadida y de que su régimen sobrevivirá; (b) Dado ese avance, ahora sí es ya pertinente aprovechar el cambio de mando que hubo en Seúl desde una posición dura representada por Park, hacia la postura más suave de Moon, y por ende, era ya necesario responder con buenas señales ante los múltiples mensajes de distensión que Moon estuvo enviando los últimos meses; y (c) La necesidad de conseguir aliviar la presión de las sanciones es real, sobre todo después de que Corea del Sur estuvo deteniendo embarcaciones chinas con petróleo dirigidas hacia Corea del Norte durante diciembre.

Ahora bien, si sintetizamos las visiones anteriores, quizás encontremos que hay más factores comunes entre ellas de lo que parece. Para ello, tendríamos que partir de las siguientes suposiciones: (1) Kim está a muy poco tiempo de alcanzar la capacidad efectiva de contar con su elemento de disuasión nuclear y nada hasta ahora parece indicar que se va a detener hasta conseguirlo; (2) Un ataque preventivo de carácter limitado por parte de Washington es, a estas alturas, una posibilidad poco viable. En este espacio lo hemos explicado desde hace tiempo. No hay elementos suficientes para suponer que, si EU decidiese atacar las instalaciones nucleares norcoreanas, esos ataques conseguirían, en principio, provocar un daño suficiente tal que imposibilitara a Pyongyang de responder y escalar el conflicto. Incluso considerando que esa respuesta de Pyongyang no fuese nuclear, sino convencional, estaríamos ante un conflicto de dimensiones que no hemos visto en décadas, con decenas si no es que cientos de miles de muertos en Seúl solo en los primeros días, cientos de miles de heridos, incluidos ciudadanos estadounidenses y de otros países aliados de EU, además de una conmoción económica difícil de dimensionar. Sin embargo, la Casa Blanca está comandada por Trump quien ha estado enviando señales de que él, a diferencia de Obama, sí estaría dispuesto a pagar ese costo y a escalar la guerra hasta donde tenga que llegar, lo que nos lleva al tercer factor (3) Entre otros temas, eso es justamente lo que separa cada vez más la posición de Seúl de la postura de la actual Casa Blanca. Con mucho, el mayor costo humano y económico del conflicto lo tendría que pagar Corea del Sur, no Washington.

En otras palabras, la distancia entre Washington y Seúl existe en lo fundamental. No dudo que Kim Jong-un pueda explotar y buscar ensanchar esa distancia para extraer concesiones. Pero la realidad es que los intereses de Corea del Sur no son idénticos a los intereses de EU. En el fondo, Washington busca evitar a toda costa que Corea del Norte pueda contar con una bomba atómica que efectivamente pueda amenazar su territorio, algo que según sus estimados está cerca de ocurrir, pero que aún no ha sido logrado por Kim al 100%. Para Washington hay una ventana de tiempo, corta, pero vigente. Para Seúl el escenario es distinto porque Pyongyang ya tiene misiles de corto alcance con cabezas nucleares. Por tanto, Corea del Sur ya se encuentra bajo amenaza efectiva, tanto convencional como nuclear. Por consiguiente, Moon considera que el costo de una guerra es impagable. Más aún, el costo del conflicto armado es superior, para Seúl, que el costo de tener que empujar las negociaciones bajo las nuevas realidades, por duras que éstas puedan ser.

Si eso es correcto, Moon, quizás apoyado por otros actores como China y Rusia, tratará de aprovechar que ya está en el tren para llevar este incipiente diálogo mucho más allá de Pyeongchang 2018. Esto implicaría reconocer que Corea del Norte es ya una potencia nuclear y que, partiendo de esa premisa, es posible negociar con ella bajo los términos actuales. Pero para ello, Seúl tendría que persuadir a Trump de los beneficios y posibilidades de conversar con Kim (flores por flores). De lo contrario, Moon tendrá que hacer una elección: enfrentarse con Washington—la cuña—o seguir de la mano de Trump y regresar a la dinámica conflictiva que tan velozmente marchó durante 2017.

Twitter: @maurimm

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